Este mes se estrenó la nueva película de Daniel Monzón, Las leyes de la frontera, una cinta definida por el propio director como un western ibérico, por eso de narrar las aventuras y desventuras de un grupo de forajidos gerundenses en la España de 1978. Se trata de un filme al que algunos referirán como neoquinqui, aunque de quinqui solo tenga la temática. Como el neorrealismo italiano, el cine quinqui surgió en una sociedad sedienta de libertad tras finalizar una dictadura, al tiempo que ambos géneros empleaban actores no profesionales para dotar a las películas de mayor realismo. Ninguno de ambos rasgos esenciales caracterizan la película de Monzón. Hoy vivimos en sociedades cada vez más afanadas en prohibir y, hay que decir, que los actores de Las leyes de la frontera de quinquis no tienen nada, en opinión de este colaborador de Vozpópuli.
El cine quinqui, que contó como precursor con el director Ignacio Iquino, quien dirigió anteriormente películas de explotación como Aborto criminal (1973) y Las marginadas (1977), fue oficialmente fundado con el estreno de Perros callejeros en diciembre 1977, hace ya 44 años. Se trata de una película que retrata las "hazañas" del Vaquilla, un delincuente real que por entonces no había cumplido los dieciséis años, y que era famoso por robar coches como el Seat 124, también conocido como 'La loca' (por lo mucho que corría), para dar palos y pegar tirones con sus amigos. El director José Antonio de la Loma quiso contar con el propio Vaquilla (al que llamaba así su madre por lo grandes que eran sus deposiciones siendo un niño pequeño) y sus amigos para interpretarse a sí mismos. El Vaca estaba por entonces en el reformatorio, pero De la Loma logró un permiso para que éste fuese el protagonista de su película.
No obstante, en palabras que me comunicó personalmente Paco Marín, que trabajó como cámara de la película: "Un día o dos antes de empezar el rodaje, llegó el jefe de especialistas, Remy Julien, para hacer las persecuciones de coches y los accidentes. Y, entonces, esto al Vaquilla no le gustó, no le gustó porque él quería hacerlo todo, decía que él estaba capacitado para hacer todo, para meterse en la Diagonal de Barcelona con el coche a 150 kilómetros por hora sin necesidad de protección, de prepararlo; sin necesidad de policías, ni de nada. Como no le gustó esto, robó un coche y salió en fuga, pitando el claxon para que le persiguiera la policía. Porque él lo que quería era demostrar que él era capaz de hacerlo. Y desde Barcelona fue hasta Sitges. Se metió en un pueblo de Barcelona, a 30 kilómetros, donde hay unas curvas tremendas, entonces no había autopistas —todo esto perseguido por no sé cuántas motos y no sé cuántos coches— y cuando llegó a Sitges chocó contra una pared. No se hizo nada, pero lo cogieron. Y, entonces, le retiraron el permiso para hacer la película", recordaba.
Chabolismo vertical
El Vaquilla no pudo, pues, protagonizar Perros callejeros, por lo que De la Loma escogió a Ángel Fernández Franco, alias el Trompetilla, que pasaría a llamarse Torete en la gran pantalla, como guiño al mote del protagonista original. El rodaje comenzó en el barrio del Mina, máximo exponente del llamado chabolismo vertical. Dicho barrio contaba con dos secciones: la Mina Vieja (de casas bajas) y la Mina Nueva (compuesta de grandes edificios con nombres cósmicos del tipo: Venus, Saturno...). Según un gitano del barrio que prefiere permanecer en el anonimato: "¿Por qué se llamaba la Mina? En otras partes de España [el lugar] donde fluye el agua se llama manantial. Aquí se llama minero, un minero de agua, del subsuelo. Aquí había un minero de agua tan importante que había una industria, unos señores catalanes que hacían negocio con ese surtidor de agua y tenían un merendero donde la gente pudiente venía de merendola, porque era una zona muy frondosa, con mucho agua", recuerda.
Lo único que tenían los pisos era agua. Los vecinos tuvimos que perseguir al hombre de la hidroeléctrica para que pusiera el contador”, explica un vecino gitano
El Torete era un chico querido por todos, a pesar de ser un delincuente. Loli, antigua vecina de la calle Venus 11, era un año menor que él e iba al mismo colegio, el Raimundo Peñafort: "El Torete era del barrio del Besós, a dos calles de la Mina. En el Poble Nou había una discoteca en la calle Pedro IV, que era el Ateneo Colón y ahí, hacíamos todos el campana. Ahí iban gitanos, castellanos [payos] y, lo típico, te vas juntando con el más simpático, con el más chulito, como digo yo. Y, nada, ahí empezó a conocer, pues, gente, que no tenía que conocer. Y él se quería hacer como ellos. No era de una familia desestructurada, ni nada de eso, aunque pudiera parecerlo".
La Mina era, además un barrio donde se concentraba la industria motociclista catalana, muy boyante hasta el boom de las motos japonesas. El paisaje lo conformaban industrias contaminantes, edificios derruidos, además del polígono residencial de nueva construcción ya mencionado. Los caminos estaban sin asfaltar, al tiempo que las calles y los pisos inicialmente carecían de luz. Según me cuenta mi informante gitano: "Lo único que tenían los pisos era agua. Los vecinos tuvimos que perseguir al hombre de la hidroeléctrica para que pusiera el contador".
La ley de la calle
Al comenzar De la Loma a rodar su película, la asociación de vecinos de la Mina se opuso y acabaron echando al equipo, que tuvo que irse a otro barrio. Informante anónimo: "Había gente que estábamos luchando para que el barrio sacara la cabeza a flote. No había ningún recurso, no había ningún equipamiento, no había ninguna biblioteca, no había un gimnasio, ¡no había nada! Los chavales pegaban bocados a las esquinas. Yo me incorporé, como tantos vecinos, a las manifestaciones [contra el rodaje de Perros callejeros]". Las gentes de la zona se negaban a aceptar la realización de una película que promoviese una imagen negativa del barrio, algo que de ningún modo lograron impedir, puesto que Perros callejeros se convirtió en un taquillazo, y no solo eso, sino en todo un clásico que el público se resiste a olvidar. La Mina quedará para siempre ligada a dicha producción cinematográfica.
La Mina es un barrio que atesora bellas tradiciones, situado en una zona envidiable de la ciudad de Barcelona, que cuenta todavía con muchas cosas buenas que ofrecer.
Según el escritor Oriol Rosell, "en La Mina era donde estaba todo el business de lo que quieras. De drogas, de género robado… Era un sitio muy, muy, muy complicado. Mi padre trabajaba en una empresa de manufacturas plásticas cerca de La Mina y, cuando montaron la empresa ahí, se les presentó el patriarca y les dijo que para estar ahí había que pagar un impuesto revolucionario. Eso garantizaría que los trabajadores y los directivos podrían dejar sus coches aparcados y no les pasaría nada. Y un día se ve que se presentó el pavo a cobrar la mensualidad y a uno de los jefes le habían petado el coche y robado el radiocasete. Le dijeron al patriarca: "Oye, que nos ha pasado esto". Y el tipo en plan: "Bueno, no se preocupen que esto lo arreglo yo". Al cabo de dos horas se les presentó un gitanillo con cuatro radiocasetes: "¿Cuál quieres? Para reponértelo". El tema de la extorsión, parece ser, era algo muy habitual para las empresas que trabajaban por aquella zona".
Según muchos vecinos, La Mina está hoy peor de nunca. Un artículo del 13 de septiembre de 2021 habla del "segundo tiroteo en el conflictivo barrio de La Mina en pocos días". Está ahora mismo teniendo lugar una guerra entre dos clanes gitanos, los Lisardos y los Perejiles. Los tiroteos son realizados con armas de gran calibre, cuyos estallidos resuenan a kilómetros a la redonda. Por lo visto, el negocio en disputa es la venta de marihuana, que ha crecido mucho en los últimos tiempos. Muy probablemente, los cultivos de marihuana presentes en la propia Mina sirvan para abastecer a los clubes de fumadores de la región, asociaciones que permiten un consumo legal y de calidad, pero que son empleados también para el lucro personal y el blanqueo de dinero.
Dicho esto, la Mina, como otras barriadas de España, cuenta con cosas muy positivas, como puede ser una rica vida artística. En palabras de uno de mis entrevistados: "Artistas en La Mina hay… das un pisotón y salen tropecientos. Muchos artistas, como Montse Cortés, han salido de aquí, la Tani, la bailaora…" En sus calles se veía a menudo a Manzanita (quien tuvo que abandonar su barrio de Caño Roto en su momento por una vendetta o "ruina" gitana). Por otra parte, el bicampeón olímpico Gervasio Defer entrena a futuros gimnastas en el Club de Gimnasia de La Mina. Así que no todo está perdido, ni mucho menos. La Mina es un barrio que atesora bellas tradiciones, situado en una zona envidiable de la ciudad de Barcelona, que cuenta todavía con muchas cosas buenas que ofrecer.