Sólo basta leer el título para saber a qué atenerse. Se trata de La guerra más larga de la Historia: 4.000 años de violencia contra las mujeres. En sus páginas las periodistas y filólogas Isabel M. Reverte y Lola Venegas, así como la abogada Margó Venegas proponen un libro de vocación divulgativa escrito no con las estructuras del reportaje, como aseguran sus editores en la cubierta, sino como una recopilación, más o menos histórica, que documenta lo que las autoras consideran modalidades de violencia y agresión contra las mujeres y que dividen en tres grandes apartados: Violencia Cultural, Violencia Física y Violencia Estructural.
Es un libro beligerante, lo cual en sí mismo no es un rasgo negativo, de no ser porque eso entorpece y debilita su propia lógica. La premisa de la que parten sus autoras es arriesgada metodológicamente, además de acusatoria: para ellas la violencia contra la mujer forma parte no necesariamente como parte de un proceso de transformación política, antropológica o cultural de la convivencia entre los seres humanos a lo largo de la historia, sino como un proceso lineal y preconcebido de dominación y exterminio de los hombres hacia las mujeres. Es decir, equipara la convivencia entre ambos casi como una relación colonial.
Desde hace casi 4.000 años, según las autoras, las mujeres han sido objeto de ataques constantes que tienen una expresión total que va desde la religión y las tradiciones hasta las leyes y la conformación del Estado y del poder, un apartado en el que no mencionan por ejemplo, figuras de peso como Isabel I de Inglaterra o la mismísima Isabel La Católica. El punto de partida es difuso y su explicación es casi dogmática, porque no ofrece una proposición matizada sino una sucesión de argumentos concluyentes y sentenciosos.
“¿Cuándo empezó todo? ¿En qué momento los hombres consiguieron someter a las mujeres y estas aceptaron la sumisión y desvalorización que, sin duda, se encuentra en el origen de la violencia?”, escriben las autoras, quienes se pasean desde explicaciones evolucionistas y factores biológicos hasta lo que los marxistas llamaron “la histórica derrota del sexo femenino”. En un mismo folio las autoras pasan de atribuir a la Odisea la “desvalorización” de las mujeres –y de transmitir esos valores a Europa, una afirmación correosa no del todo justificada-, a denunciar la pornografía actual. Ocurre muchas veces a lo largo de la lectura. Afirmaciones de una complejidad profundísima acaban con brochazos de Perogrullo.
Apartado de citas
El hecho de que el libro tenga un aparato de citas no lo hace serio por sí mismo, sino mucho peor, lo convierte en un edificio caótico, que no conserva ni el rigor académico ni la claridad y la contundencia periodística. Hablan con cierta laxitud de feministas egipcias al mismo tiempo que aportan etiquetas genéricas para procesos complejos que demandan una lectura más compleja. Al momento de trazar un origen se remiten al patriarcado como concepto informe en el que todo cabe. La propia noción de familia está planteada en clave bélica, de perpetua oposición. Más que un libro a favor de la mujer, parece un libro en contra de la masculinidad, un razonamiento que autoras a las que podría considerarse voces clásicas del feminismo como Susan Sontag o Doris Lessing se oponían por su componente excluyente.