Desde la semana pasada, cuando centenares de milicianos de Hamás penetraron en territorio israelí para perpetrar atrocidades por doquier, la atención mediática ya no está en Puigdemont y la amnistía. Los mismos tertulianos que opinaban desenvueltamente sobre eso ahora deben opinar igual de desenvueltos sobre un conflicto tan intrincado como la historia del mundo. Esto entraña una dificultad, sin duda. El otro día, un contertulio radiofónico ―revelaré el pecado, pero me guardaré de delatar al pecador― dijo: "Voy a elevarme un poco para explicar lo que pasa allí". Se elevó tantísimo que su explicación apenas tenía un mínimo, imperceptible vínculo con la realidad. Dijo que el pueblo judío lleva asentado en Judea (¿Judea?) desde tiempos inmemoriales y que los árabes trataron de arrebatársela en las guerra de 1948. La realidad, me temo, es que la comunidad judía en Tierra Santa fue minúscula, casi insignificante, hasta finales del siglo XIX, con los pogromos, el éxodo de Rusia y todo lo que ya sabemos.
Menciono a un contertulio de sensibilidad sionista, pero podría citar a algunos otros de inclinación palestina. Proliferan en las tertulias afirmaciones inexactas, peroratas maniqueas en las que unos son la luz y los otros la oscuridad, argumentos discutibles pronunciados con una rotundidad que debería reservarse, ejem, a las certezas. No se matiza, no se distingue, no se discierne. A su alrededor una no encuentra reflexión, tan sólo posicionamiento; no encuentra diálogo, tan sólo ideología. Mi amigo Dani de Fernando escribió, en este sentido, un tuit muy pertinente: "Igual hay que recordar que uno puede condenar el ataque de Hamás y condenar, al mismo tiempo, que el Estado de Israel oprima a los palestinos".
Para que el amable lector separe el trigo de la cizaña, para que distinga la verdad de la mentira y el análisis del brochazo, para que, en fin, se forje un criterio, voy a referirme a tres libros que a mí me han ayudado a comprender el conflicto árabe-israelí.
Francisco de Vitoria nos enseña que no todas la guerras son injustas y que una defensa desproporcionada nunca es legítima
Oh Jerusalem (Dominique Lapierre y Larry Collins)
En este libro de género inclasificable ―novela histórica, quizá, pero lo escribo dubitativo―, Lapierre y Collins nos cuentan el conflicto desde la perspectiva de sus verdaderos protagonistas: familias corrientes que padecieron las consecuencias de las decisiones de los poderosos. A pesar de que el lector lo disfrutará como una novela, Oh, Jerusalén tiene algo de enciclopédico. Todo lo que uno debería saber sobre el origen del Estado de Israel está en él: el nacimiento del sionismo, la inmigración judía a Tierra Santa, la caída del Imperio otomano, el mandato británico, la declaración Balfour (1917), la convivencia cada vez más conflictiva entre árabes y judíos, las postrimerías del mandato británico, los atentados terroristas de unos y otros, el plan de partición de la ONU ―rechazado por la autoridad palestina y aceptado por la judía―, el inmediato estallido de la guerra, la declaración de Independencia de Israel (14 de mayo de 1948), las matanzas de Deir Yassin, el fin de la guerra, y la consolidación del Estado judío.
La ocupación (Ahron Bergman)
Su autor es un hombre peculiar. Años después de haber servido al ejército israelí hasta alcanzar el grado de capitán, hubo de exiliarse a Inglaterra por sus críticas a una política de ocupación que venía a demostrar que "quienes han sufrido terribles tragedias pueden actuar del mismo modo cuando se hallan en el poder". La ocupación es un libro útil para conocer todo lo que siguió a la guerra del 48 ―la Guerra de los Seis Días y la del Yom Kippur, la expansión de Israel, la política de ocupación, las intifadas, los fallidos intentos de resolución del conflicto...― y también, claro, para comprender el sufrimiento del pueblo palestino, que busca para sí algo que no termina de encontrar nunca: un Estado libre. Se lo impiden, primero, la torpeza o la maldad de sus élites y, segundo, la implacable opresión israelí.
Historia de Jerusalem (Karen Armstrong)
Este libro no explica tanto los detalles, el desarrollo histórico del conflicto árabe-israelí como sus causas últimas. ¿Por qué el Estado judío debía estar donde está? ¿Qué misterioso vínculo une a ese pueblo con Jerusalén, ciudad por tantos siglos añorada? "El próximo año en Jerusalén", han repetido generaciones y generaciones de hebreos durante la Pascua. ¿Por qué, por su parte, los musulmanes no pueden dejar la ciudad sin más? Para ellos, Mahoma ascendió a los cielos desde Jerusalén, justo desde ese lugar en el que antaño se había levantado el Templo de Salomón y en el que se construiría más adelante el Domo de la Roca.
Qué pertinente sería, por cierto, que algunos periodistas de tertulia diaria regresasen a los textos de Francisco de Vitoria. Allí descubrirían, primero, que no todas las guerras son injustas y, segundo, que una defensa desproporcionada nunca es legítima. No puede serlo.
jjgarcia@um.edu.uy
Buenísimo, Julio, esa ecuanimidad, esa capacidad de distinguir los diversos aspectos de la cuestión algo imprescindible para juzgar rectamente.
Urenga
Para comprender el conflicto, recomiendo encarecidamente esta charla citada por Soto Ivars en su boletín. Es buenísima. https://www.youtube.com/watch?v=Hy6zOxiyKow ENTENDIENDO el CONFLICTO: ISRAEL - PALESTINA (FT: ALBERTO GARÍN)
errefejota
Dejaros de libros si no son la Biblia donde se explica muy bien. O Amos Oz. Vean Fauda, sobre todo la primera temporada y lo entenderán todo.
expulsado
Pienso que debería coger un libro de historia para no hacer el lirorili preguntándose por ¿Judea? A Palestina le llamaron Canaán los egipcios, los hebreos Israel, y los romanos la dividieron en tetrarquías, entre las que estuvieron las de Galilea y Judea (nombres preexistentes para esas zonas en la lengua y tradición hebrea), para luego darle el nombre de Palestina en el siglo II d. C., concretamente, en 135 d. C., cuando el emperador Adriano aunó la provincia de Judea con la de Galilea para crear una nueva provincia denominada Siria Palestina. Por su parte, los cruzados la denominaron Tierra Santa. El nombre de Palestina fue una nueva denominación utilizada por los romanos para borrar el nombre de Israel, como parte de la represión y damnatio memoriae decretada por Roma tras la revuelta de Bar Kojba. La hoy Palestina fue invadida en la Antigüedad por egipcios, asirios, babilonios, persas, o romanos y, como he dicho, fueron estos los que le cambiaron el nombre y expulsaron a los judíos. Esto viene en algún libro que he leído, no sé si vendrá así en los suyos. No me voy a extender más, no merecer la pena. En esa región llevan a palos (los mismos que se los dan ahora) desde que el mundo es mundo, pero algunos se quedan en el "mandato británico". Es lo fácil.