Desde que salió a la venta, en 2011, la crítica especializada en español no ha parado de decir que Libertad, de Jonathan Franzen, es la primera novela norteamericana, como si, de pronto, Faulkner y Hemingway hubiesen desaparecido de un plumazo. Pero si se lee la frase completa –es decir, la primera novela norteamericana del siglo XXI- y se toma en cuenta que el suicidio de David Foster Wallace no le permitió acabar una tarea que parecía sólo posible para él, pues entonces, sí. Estamos, de momento, ante la más poderosa candidata.
De más está decir que Libertad se ha convertido en un best-seller. Un libro de moda que cautiva o repele. Fue la opción de la princesa Letizia durante la Feria de Libro de este año. No lo pensó dos veces su Alteza. En cuanto vio el ejemplar en la caseta de la Librería Muga lo pidió y se lo llevó a Palacio. Aunque lleva retraso la princesa, ya que se espera que el más solicitado para la feria sea la traducción de Las Correcciones, la novela de Franzen que Barack Obama recomendó y que llegó con posterioridad a España.
Pero volvamos al tema. Cuando en 1996, Franzen publicó en Harper’s su célebre ensayo Tal vez soñar, en el que anunciaba la muerte de la novela social, se convirtió en parte de esa intelligentĭa que a los europeos les encanta ver como voces abocadas a “desnudar” las miserias del pueblo americano”, cuando a veces lo hacen, los norteamericanos quiero decir, no por compromiso, sino porque no saben hablar de otra cosa. Pero ésa, es harina de otro costal.
"Libertad se ha convertido en un best-seller. Fue la opción de la princesa Letizia durante la Feria de Libro de este año. No lo pensó dos veces su Alteza"
Tras el éxito de su novela Las correcciones (2001), galardonada con el National Book Award y finalista del premio Pulitzer, Franzen retomó el tema clase media estadounidense con Libertad, la cual se convirtió en un verdadero best seller. En España el fenómeno ha sido abrumador ; la edición de Salamandra prácticamente se agotó y suplementos de la talla de Babelia y el ABCD persiguieron a Franzen a más no poder, convirtiéndolo en el santo más solicitado de la capilla culturaL.
En Libertad, Franzen narra la historia de Patty y Walter Berglund, un matrimonio no necesariamente ideal, pero sí, en un comienzo, bastante cercano a esa estampa: una casa de ensueño, una convivencia armoniosa, una carrera profesional sin obstáculos, una calidad de vida envidiable, estabilidad económica, unos hijos en apariencia brillantes.
A lo largo de más de seiscientas páginas es posible ver cómo ese microcosmos se resquebraja en su núcleo y sus satélites a medida que se ejecuta el lento camino hacia la prosperidad desde “la América profunda” hasta el centro del poder en Washington D. C.
Desde que el buen y honesto Walter Berglund –personaje a ratos sin claroscuros- un activista medioambiental que trabaja por la conservación de una especie de ave llamada reinita cerúlea, hijo de una familia de clase media sin estudios ni recursos –como el propio Franzen- logra escalar posiciones desde Missouri hasta llegar ocupar una posición visible en la capital, Franzen intercala planos narrativos.
"A lo largo de más de seiscientas páginas es posible ver cómo el matrimonio ideal de los Berglund se viene abajo"
A través capítulos intercalados es posible ver cómo la vida familiar y la propia Norteamérica se despedazan: una breve introducción en el tiempo para ubicar a los Berglund; luego el viaje en el tiempo hasta el ataque a las torres gemelas; la guerra de Afganistán y la invasión a Irak; la transformación de Patty de una madre ejemplar a una mujer imbuida en la depresión y la bebida, la degradación de Walter como hombre y activista...
Entre ambos personajes, la bisagra de cada decisión, el desliz de cada letra que malogra el concepto de libertad del matrimonio Berglud aparece en Richard Katz, el mejor amigo de Walter desde la Universidad y amante de Patty desde ese entonces, un músico de culto que prefiere a ratos renunciar a su talento para reparar techos, y que añade la dosis de sexo, drogas, rock and roll y cinismo en pasajes tan adolescentes como incendiarios, tan cínicos como correctamente escritos, arengas de tono ensayístico sobre el mundo del consumo y la decadencia de la Norteamérica en la era Bush.
La novela está salpicada, por supuesto, de los arrebatos de elitismo de Walter contra el White trash que tanto desprecia –porque una parte de sí proviene de ahí-; también contra las elites pudientes, como las familia judíaS adineradas como la de Patty, aplatanadas en sus fortunas y el status quo del Upper Manhattan; así como en una especie de amalgama entre la clase gobernante republicana mala malísima mala –otra vez sin claroscuros- que se enriquece con la guerra de Irak y tima a jóvenes como Joey, el hijo mayor de los Berglund, que juega el papel del hijo Republicano que ningún padre progresista querría tener y que sin embargo sirve de moraleja en un final absurdamente feliz.
Franzen ha dicho a la prensa que le gusta enmarcar esta novela dentro de lo que llama el “realismo trágico”: “Una ficción que ofrece más preguntas que respuestas, y que nos confirma que toda mejora tiene su precio”. Incluso, ha afirmado el propio Franzen, que escribió Libertad durante la era Bush, cuando los estadounidenses descubrieron que perdían poder y que la fiesta se había terminado.
Aunque esto no sea exactamente cierto - escribió Libertad del tirón durante el primer año de gobierno Obama, aunque intentó gestarla en la era Bush-, lo que sí resalta es que Libertad está llena de opiniones políticas, que al mismo tiempo muestran visiones planas, con poquísimo respeto por la práctica de la política. Y eso, a veces, crea discursos aniñados, casi adolescentes.
Libertad es, por decirlo de alguna manera, una versión a escala de los quehaceres colectivos. La reproducción, en la dimensión familiar, de un país y sus rituales nacionales: odiarse, no ponerse de acuerdo, dilapidar el mutuo acuerdo, dominar el arte de la manipulación, desconocerse y no entender jamás qué mecanismo separa aquello que deseamos ser de lo que realmente somos.