Un funcionario entrado en años llega a su oficina a la hora exacta, ni un minuto antes ni uno después. Sube las escaleras y entra en su oficina, donde otros tantos empleados de la administración pública comienzan la jornada. La misma rutina todos los días y una vida enterrada en un papeleo y una burocracia infinita que no deja espacio, ni literal ni figurado, para reflexionar sobre la consecución de los acontecimientos ni, mucho menos, sobre la existencia de esa satisfacción física e intelectual a la que se le ha colgado la palabra tan manida que es la felicidad.
Williams es el protagonista de Living, el remake de Ikiru, la famosa película del cineasta japonés Akira Kurosawa (1952). Si en el clásico del cine japonés la acción se desarrolla en Tokio tras la Segunda Guerra Mundial, en esta nueva versión el contexto histórico de posguerra es el mismo pero el escenario de la acción se traslada a Londres. Sin embargo, la burocracia, el individualismo y la pasión por la vida con las constantes de ambas películas.
El encargado del guion de este remake es Kazuo Ishiguro, premio Nobel de Literatura 2017, que siempre ha reconocido la influencia del cineasta japonés en sus obras. "No es mi película favorita de Kurosawa, pero el mensaje que transmite me influyó mucho en lo que yo decidí hacer con mi vida. Cuando era joven nunca llegué a soñar que sería un escritor conocido, ni mucho menos un premio Nobel. Pensaba que mi vida iba ser discreta como los funcionarios de la película", señaló el escritor a Vozpópuli durante una entrevista concedida con motivo de la presentación del filme en la pasada edición del Festival de San Sebastián.
Living cae en su propia trampa en ocasiones y consigue por momentos perder la oportunidad de convertirse en una película digna de ser recordada
El detonante que cambia las cosas en Living, dirigida por el caboverdiano Oliver Hermanus y que tuvo su puesta de largo mundial en la pasada edición del Festival de Venecia, es una noticia médica que lo pone todo patas arriba. El protagonista, alguien demasiado correcto que nunca llega tarde, tras ser diagnosticado de un cáncer terminal, decide vaciar su cuenta de ahorros y marcharse a la costa con el fin de convertir sus últimos días en algo distinto y recuperar la vida que ha pasado sin haberse percatado.
"Lo que decía era que tu vida puede tener un significado y puedes vivirla al máximo, incluso llevando una vida discreta, sin tener muchas oportunidades, y no importa si otras personas reconocen lo que tú has hecho. De hecho, es muy probable que la gente olvide lo que hayas hecho o que alguno se lleve el mérito por algo que hayas hecho tú mismo", señaló Ishiguro a este medio.
Bill Nighy brilla en Living
Lo mejor de Living es, din suda, la actuación de Bill Nighy, capaz de convertir una película que a pesar de su belleza puede resultar en ocasiones anodina en una de las cintas imprescindibles del nuevo año que acaba de empezar. De hecho, el actor británico está nominado a mejor intérprete masculino de drama en los Globos de Oro que se entregarán el próximo 10 de enero por el que seguro uno de los mejores papeles de su trayectoria cinematográfica.
Por otro lado, lo peor del remake de la obra maestra de Kurosawa es, precisamente, una loable ejecución, una factura tan perfecta e impecable como esa vida sin alma, vacía y acomodada que critica la película. Living cae en su propia trampa en ocasiones y consigue por momentos perder la oportunidad de convertirse en una película digna de ser recordada, para ser simplemente una correcta postal, entrañable y sencilla, de lo que uno puede perderse si deja que la vida pase. No obstante, la moraleja de esta historia -buscar una vida que merezca la pena ser vivida y recordada- resuena con intensidad, incluso cuando uno ha salido del cine y ha podido olvidar esta tierna y deliciosa fábula.