Cultura

Los españoles que confirmaron la forma y medida de la Tierra

‘La medida de la Tierra’ narra la historia de la Misión Geodésica al Ecuador (1735-1744), la primera expedición científica internacional del mundo

  • El científico y marino español Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral.

Durante el siglo XVIII, el Siglo de las Luces, de Newton, Hume, Rousseau, Voltaire… los debates científicos generaban acaloradas discusiones en universidades y cafés europeos. Uno de los que más revuelo causaba era el de la forma del planeta Tierra. Desde la Antigüedad y mediante sencillos cálculos de triangulación se había descartado que se tratara de un disco plano y se había determinado que era una esfera. Pero a la altura de la primera mitad del XVIII, los principales científicos europeos habían rechazado que se tratara de una esfera perfecta y apuntaban a un distorsión en los polos. Con la misión de determinar la forma exacta de la Tierra, las coronas francesas y españolas patrocinaron la primera expedición científica internacional del mundo, que aborda el doctor en Historia de la Ciencia y Tecnología en el Imperial College de Londres, Larrie D. Ferreiro, en La medida de la Tierra (Desperta Ferro).

La iniciativa partió de Francia en un momento en el que competían dos teorías, la del modelo de Descartes, según el cual Dios había creado grandes vórtices que movían los cielos y giraban alrededor de la Tierra (haciendo que esta adoptara forma de huevo); y la de Newton que sacaba cualquier intervención divina de la ecuación y apostaba porque la rotación del planeta achataba los polos y ensanchaba el ecuador.

Más allá del ánimo científico por conocer la forma y tamaño exacto de nuestro planeta, la expedición tenía un claro enfoque pragmático que pasaba por la navegación. Sin haber hallado todavía una forma exacta de calcular la longitud, como se había hecho hace siglos con la latitud, las aventuras marinas se complicaban. La misión francesa pretendía medir la curvatura de la Tierra en el ecuador, para compararla con la curvatura ya medida en Francia, con el fin de determinar el verdadero tamaño y forma del globo, a fin de cuentas la propia medida de la Tierra.

Pero la corona francesa no contaba con posesiones en el Ecuador y el único lugar posible para realizar la empresa era Perú, la joya de la corona española, gobernada desde hacía unas pocas décadas también por reyes borbones. Los pactos entre los monarcas primos a un lado y otro de los Pirineos favorecieron la expedición comandada en el lado francés por nombres como Louis Godin, Charles-Marie de La Condamine, Pierre Bouguer, y con presencia española de ilustres como Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral.

El libro de Ferreiro se vuelve una crónica de aventuras con los padecimientos de la expedición que esperaba concluir su trabajo en tres años y se alargó durante casi una década. El historiador resalta la profesionalidad de los españoles frente a la imprudencia de sus colegas franceses que malgastaban el dinero de la expedición en prostitutas y otros caprichos como la compra de Godin de un enorme diamante para una de sus amantes. Ferreiro señala que tanto Jorge Juan como Ulloa tuvieron que intervenir desde un punto de vista personal para unir al grupo por los continuos enfrentamientos entre los científicos franceses.

“Sus relatos posteriores abrieron los ojos de Europa a los pueblos y culturas de Sudamérica, mientras que un documento secreto describía a la corte española lo corrupto que se había vuelto el virreinato de Perú. Ambos se convirtieron en figuras importantes de la Armada y los territorios españoles. Jorge Juan fue clave en el desarrollo de una nueva generación de buques de guerra y astilleros, y creó el primer observatorio de España en Cádiz. Ulloa llegó a ser gobernador de la Luisiana española, y dirigió una flota contra los británicos en la Guerra de la Independencia de Estados Unidos”, resume Ferreiro.

Prestigio y ejemplo de colaboración

La expedición consiguió sus objetivos pero los efectos inmediatos de su redefinición de la forma de la Tierra para la mejora de la navegación marítima fueron bastante menores: un ahorro de alrededor de doce millas náuticas en un viaje oceánico típico y bruñir la reputación científica de las naciones patrocinadoras de la misión, Francia y España.

“El verdadero impacto de la expedición fue el modo en que alteró nuestro mundo en modos que sus fundadores no pudieron haber imaginado. La misión geodésica inauguró una oleada de expediciones científicas internacionales a gran escala que reformularon nuestra idea del planeta. También nos dio el concepto de Sudamérica como un lugar singular, separado de su madre patria española, que acabaría por dar a luz muchas de las nuevas naciones de Latinoamérica”, señala el autor.

Ferreiro también apunta a la importancia de la expedición como pionera en la colaboración internacional y en el apoyo estatal a empresas científicas que podrían tardar décadas en dar sus frutos: “Los científicos de toda Europa vieron en esta misión un modelo para las futuras expediciones científicas. Estas ya no serían meros viajes de descubrimiento geográfico; la edad heroica en la que Colón y Magallanes cartografiaban mares ignotos y proclamaban la posesión de nuevos territorios quedaba muy lejos. Tampoco serían una labor de observadores solitarios esforzándose en alguna esquina distante del globo. La ciencia, empleada en el nombre del imperio, sería ahora la fuerza que iba a impulsar unas empresas, por lo general financiadas por los gobiernos, que necesitarán hasta diez o incluso más años de trabajos”.

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