Si en la primera novela protagonizada por el detective Tony Roures Marta Robles revisaba el mito de don Juan, en ésta aborda la paradoja de lo que ser padre o madre significa. En las páginas de La mala suerte (Espasa), el escarmentado investigador debe dar con el paradero de Lucía Peña, una chica cuya desaparición despliega el oscuro entramado de maltrato que puede esconder una familia, así como las contradicciones y trampas que tiende la vida sobre quienes traen hijos al mundo. La novela atiende al elemento clásicos del negro: un investigador cuyos ojos permiten auscultar las miserias de la sociedad.
Para quien no haya leído A menos de cinco centímetros, publicada el año pasado por Espasa, convendría dar un repaso a quién es Tony Roures, un hombre que perdió su fe en el ser humano en Bosnia y Sierra Leona y que, después de años como corresponsal en los peores conflictos bélicos, se dedica a investigar pequeños casos de infidelidades. Roures no tiene hijos. Cuando comenzó esta serie literaria, su mujer lo había engañado con un hombre 14 años más joven que él. Entonces, como ahora, lo sujetaban la música y los libros. Eso es Roures, un solitario que vive atrincherado en una modesta buhardilla de Malasaña.
Tras enfrentar el caso de trata de blancas de A cinco centímetros, Tony Roures se encuentra ahora ante la desaparición de Lucía Peña, una chica joven cuyo rastro ha desaparecido en Mallorca. Han transcurrido dos años sin saber nada de ella y Roures tendrá que encontrarla. A medida que avanza en la investigación, Roures se topa con una historia de inseguridades, ocultación familiar, maltrato e infidelidad. En este libro nada es lo que parece; no del todo. EL lector encontrará ecos del caso Diana Quer, entre otras cosas, por la criminalización de la víctima en la esfera mediática.
Vestida de azul Klein, Marta Robles habla en la terraza de un hotel madrileño. Ha dejado a la mitad un tentempié frugal y bebe una copa de vino blanco. En una hora tendrá que marcharse a la radio, pero ella conversa como si tuviera todo el tiempo del mundo. Ese uno de los atributos de esta mujer: despierta una empatía natural. No lo planifica ni lo imposta, en ella resulta espontáneo. Acaso porque tiene el saber estar que adquieren con los años quienes han picado la piedra del personaje público.
La biografía de Marta Robles está marcada por el periodismo, una profesión a la que ha dedicado más de veinte años. Pero también por aquellas lecturas con las que, de niña, espantaba el tedio del colegio Paraíso de los Sagrados Corazones -Almudena Sánchez, por cierto, estudió ahí también-. Y aunque dice haber deseado ser escritora antes que periodista, durante años Marta Robles trabajó en Cadena Ser, Telemadrid, Telecinco o Efe. No empezó a escribir ayer. En 1993 publicó Elegidos de la fortuna, una radiografía empresarial de España. También ha cultivado el ensayo, Haz lo que temas (2016), y desde 2017 alimenta su serie noir, de la que habla en esta entrevista.
La primera novela abordaba la trata de blancas, en ésta la desaparición de una joven con una historia familiar turbia. ¿Cuál es la médula de este libro?
El centro de esta historia es una reflexión sobre la maternidad y la paternidad. Hemos construido una serie de mitos alrededor estos temas. Pensamos que los padres y las madres, por el hecho de ser tales, son mejores personas, más capaces de hacer el bien, más generosas. Eso es falso. Roures se lo dice a la madre de la niña desaparecida: tener hijos no te hace ni mejor ni peor persona, ni es imprescindible para ser feliz.
Pone esa frase en boca de un personaje no desea tener hijos.
Y a quien eso le ha costado su matrimonio.
Roures ya estaba herido el primer caso. ¿Continúa escarmentado?
Roures quiere redimirse, por varias razones. La persona que tanto quiso y dejó de amar cuando vio que era violentada, nunca se ha perdonado dejarla de amar por eso. Acabó teniendo que vivir como si hubiera muerto. Y la persona que le encargó el caso, que era Katia, murió. Por eso en este segundo caso está obsesionado con encontrar a esta chica, viva o muerta. Es su única posibilidad de redención.
Un hombre sin Fe que pretende salvar a otros. Es paradójico que alguien tan herido acuda en ayuda de alguien.
Cuanto más heridas están las personas, más ganas tienen de tapar sus heridas lavando sus errores. Cuando vamos cumpliendo años, vamos acumulando una serie de errores. Y cuando ya son demasiados, comenzamos a entender que no es tan importante ser inteligente o exitoso, sino ser buena gente, tener un código de valores, un código de ética. A partir de ese momento aparece la necesidad de redimirse.
Hay cosas oscuras en la desaparición de Lucía Peña. Por un lado, los padres; del otro el maltrato, el que ha sufrido su madre e incluso ella por oponerse a un abuso.
Según va avanzando el caso, Roures se va a dar cuenta de que en la vida de cada una de las personas que investiga hay maltratos, abusos y violaciones que no son consideradas como tales. Ese es uno de los grandes problemas de la sociedad. Hay muchísimas mujeres maltratadas que ni siquiera se plantean que lo son. En el caso de Amanda, la madre de Lucía: ella recibe un tipo de maltrato muy sutil y el que va a sufrir Lucía es un maltrato que nadie dudaría que lo es, pero su padre, por ejemplo, sí duda que lo sea. En las parejas jóvenes, muchísimas chicas dan ochocientos pasos que no quieren dar porque tienen miedo a no cumplir con lo que se les exige que deben cumplir y se encuentran en un callejón sin salida.
Hay similitudes con el caso Diana Quer y esta novela. Más allá de eso, llama la atención el reproche que hace a los medios por su criminalización de la víctima.
El tema de Diana Quer e incluso el del pequeño Gabriel -añade- me han dejado mucho poso, porque los he vivido muy en primera línea. Pero no sólo eso. Hay muchísimas, miles y miles de desapariciones que nunca llegan a resolverse. En el camino, tanto la persona que desaparece como sus amigos, familiares y allegados se convierten en objeto de un foco que los ilumina. En esas condiciones, a cualquiera de nosotros nos encontrarían miserias. Y como en ocasiones los casos no se llegan a resolver, los familiares viven con esas miserias toda la vida. Yo quería reflexionar de qué manera en estos temas de las desapariciones los medios hacemos carne picada de las personas: los padres, los hermanos, los amigos… No sé cómo se puede sobrellevar eso. El periodismo y la comunicación debería reflexionar sobre eso.
Retoma en esta novela un tema que ya estaba presente en usted antes de esta serie: la necesidad de relativizar los puntos de vista, empatizar. ¿Los ojos de Roures le permiten mostrar la complejidad de una persona?
En esta novela hay una intención muy clara de que los personajes se vean desde distintos puntos de vista. Todos somos de muchas maneras. Las cosas no son como son, sino como uno las percibe. Quería por eso mostrar todos los puntos de vista, para que sea el propio personaje quien decida realmente cómo es y que a partir de eso, el lector decida cómo son cada uno de los personajes.
Sus personajes son todas mujeres.
La jueza es un personaje maravilloso, libre y distinto. Esta es una mujer que toma la iniciativa, que asusta. Ella lleva a Roures al límite. Todos los personajes femeninos son reivindicativos y se revuelven contra las cosas. La propia Lucía, Amanda, Maribel, la jueza. Maribel es un personaje duro, oscuro y complicado, con las angustias de lo que ha vivido y quiere cobrarle a la vida.
¿En ocasiones no tendemos a caricaturizar la fortaleza femenina de forma casi masculina?
Tenemos la manía de identificarlo. Siempre me dicen que soy masculina. Pero es que pasé mucho tiempo rodeada de hombres, cuando sólo ellos ocupaban gran parte de la profesión. De alguna manera, el hecho de ser más resolutiva, o más arrecha que dicen los gallegos, tienden a identificarse como algo masculino. Pero si revisamos la historia, muchos de los personajes femeninos de los que no se ha hablado desarrollan características parecidas. A mí me gusta sacar de las mujeres lo que las mujeres tienen. Todos podemos comportarnos de una manera que no es la que dicta la norma.
¿El discurso femenino está incurriendo en el error se cebarse en el agravio y no centrarse en la capacidad innata de hacer? Lo digo por el #Metoo .
Soy madre de tres hijos, creo que comprendo cuando hablan del sentimiento que sufren las mujeres y lo que sufren los hombres. Cuando normalicemos y asumamos que las mujeres puedan ser tan buenas, como regulares o tan malas, a partir de ese momento las cosas retomarán su senda. Ni las mujeres hacemos todo bien, ni somos la víctima siempre, en ocasiones también somos los verdugos.
¿Y qué pensar, por ejemplo, del hecho de que las víctimas sean mujeres? Incluso las que intentan defenderse acaban peor. Eso no lo resolverá la ficción pero, ¿qué pensar?
Todo avanza muy lentamente. Hace unos años no estaríamos hablando de eso. A mí ya me parece un enorme logro. Lo que sí hay que decir es que hay algunas circunstancias que nos hacen a las mujeres más vulnerables. Somos lo suficientemente fuertes como para lidiar con los cambios anímicos que sufre nuestro cuerpo con las hormonas y hacer las cosas normalmente. Al final, en nuestra vida, en la regla, en el embarazo, en el parto, en la menopausia, todo implica que estamos casi mecidas por unas hormonas que nos condicionan. Más allá de todo eso, el hecho de traer una vida al mundo, les ha dado cierto miedo: pensar que las mujeres somos las que podemos ser madres y ahí está el quiebre de esta novela, que en este momento en el que la maternidad está ya más constreñida a tu voluntad, hace que el que pueda decidir ser madre o padre entrañe un cierto poder. La pregunta de ahora, y que es lo que plantea el libro, es qué estamos dispuestos a hacer para conseguir ser padres o madres. Estamos dispuestos a hacer lo peor, incluso a no pensar en lo que viene: en el niño. Estamos pensando en nosotros, pero no en los niños.
Es evidente que estamos ante una saga
No tengo proyectado nada. Creo que habrá una nueva historia de Roures que, como ésta, será muy dura y muy de actualidad.
La novela negra, por definición, entraña una denuncia social. Y usted insiste en esa vocación.
Por eso me interesa la novela negra. La gente no es buena o mala, todo depende de dónde nazcas, de tus circunstancias o de quien te enamores. Al final, la novela negra me da la oportunidad de exponer eso y además el hecho de que la sociedad tiene muchos agujeros negros en los que, si caes, acabas convertido en un monstruo. A mí me gusta poder señalar con el dedo. Nunca pensamos en el trasfondo de las cosas. En la primera novela es esa red de explotación de mujeres. En este caso son los padres, no llegamos a imaginar todo lo que está detrás de los hijos.
La estructura es bastante más ambiciosa. ¿Quería demostrar que tenía galones?
Javier dice que hay dos tipos de escritores, los cojos y los ciegos. Los cojos hacen al estructura cerrada y planificada. Luego están los ciegos, que son los que al comenzar no tienen ni idea de adónde irán. Yo soy una especie de híbrido, sé donde comienzo y adónde quiero ir, luego voy lanzando puentes, como decía Borges. Creo que las novelas deben tener su complejidad y su estructura. Creo que en este momento se publican muchas redacciones largas y una novela no es eso. Es algo diferente. Es importante que la novela tenga complejidad y una estructura que te permita avanzar y hacerte entender. Yo no he querido demostrar nada, diseñé aquella estructura que me permitiera contar.
Las novelas no corrigen la vida, intentan formular preguntas. ¿Y el periodismo qué hace?
Para mí es fundamental mirara a la vida. He sido periodista toda mi vida y todo lo que te encuentras te obliga a pensar en la vida. Y una vez que se te iniolcua el veneno del periodismo no puedes dejar de reaccionar como tal. Yo quería dedicarme a escribir, más que al periodismo. Y cuando comencé estaba convencida de que el periodismo podía cambiar el mundo, ahora no sé si más que cambiarlo lo pone del revés. El periodismo salta las barreras. Las novelas que tienen periodismo lo hacen, para hacer justicia o para demostrar aquello que, por falta de espacio, no pueden contar en un reportaje
No es sencillo, por la diferencia de edad, pero... ¿qué posibilidad existe de que se encuentren en un bar el Remil de Jorge Fernández Díaz, el Falcó de Pérez Reverte y su Tony Roures?
(Risas) Falcó estría muy mayor e incluso ya estaría muerto. Quizá Falcó no llega.
Bueno, Roures podría ser adolescente, para cuadrar las fechas
Nada me gustaría más que se encontraran. Remil es un personaje impresionante y a Falcó le tengo un cariño inmenso por muchas razones, entre otras, proque casi a la par que el propio Roures, sobre todo en el tema de las migrañas. Entre otras cosas porque mientras la escribía sufría unas migrañas y Arturo las ha sufrido de toda la vida y yo también. Por eso le coloqué las migrañas al personaje, además creo que le daban un punto de fragilidad.