El fotoperiodista Ramón Masats (1931) ha muerto este lunes a los 92 años, según ha adelantado El País. De echar el ojo a la fotografía cuando estaba en la mili a exponer a sus famosos curas jugando al fútbol en el MoMA de Nueva York, el fotógrafo catalán, natural de Caldas de Montbuy (Barcelona), se granjeó una de las carreras más importantes en las historia de dicho arte en nuestro país.
La causa de la muerte de Masats, Premio Nacional de Fotografía en 2004, aún no ha trascendido, pero sí las loas a una obra llena de imágenes fácilmente reconocibles entre el público.
Dio sus primeros pasos en el gremio con una cámara que compró con dinero de su padre tras aficionarse a la revista Arte Fotográfico en la mili. Empezó en lo local, uniéndose al círculo fotográfico del Casino del Comercio de Tarrasa. En 1953, habiendo ya publicado su primer reportaje sobre Las Ramblas, dio un paso más allá e ingresó en la Agrupación Fotográfica de Cataluña, y allí se profesionalizó completamente en el sector.
De Cataluña, dio el salto a Madrid en 1957 para comenzar a trabajar en la Gaceta Ilustrada y, hasta 1964, pasó por distintas publicaciones. Mundo Hispánico, Arriba o Ya.
El éxito que lo consolidó como uno de los grandes de su época le llegó con la publicación de Los Sanfermines. Ir a las fiestas de Pamplona armado con una cámara y pasar una semana pegado a una cuadrilla le valió un reportaje premiado con el Premio Ibarra al libro mejor editado.
Su obra no paró ahí. En 1964 lanzó Viejas Historias de Castilla la Vieja en colaboración nada menos que con Miguel Delibes. El escritor no es el único gran colaborador junto al que estuvo Masats. Expuso, también y entre otros, con el mítico director de cine Carlos Saura en la galería Juana Mordó.
Dio también unos pasos en el cine. En 1965 dirigió El que enseña, un documental que abrió la veda de una nueva pasión para Masats. Durante 18 años se enfocó en la realización de documentales de Televisión Española centrados en los pueblos españoles y sus costumbres.
Llegaron los 80, la movida, y los vientos de cambio en el país que había retratado fielmente en blanco y negro. En 1981 retomó la cámara, y con ella continuó mostrando su trabajo en todo tipo de salas cruciales en la vida cultural nacional: el Círculo de Bellas Artes, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la Fábrica de Tapices, el Palau de la Virreina, el Palacio de la Magdalena, la Galería Marlborough madrileña o las sedes del Instituto Cervantes que se extienden por todo el globo, entre tantos otros.
