De existir un ratpack gallego del periodismo, él es uno de sus miembros más jóvenes. En ese grupo en el que caben sensibilidades tan distintas como la del irónico Juan Tallón o el hiperbólico Manuel Jabois, Nacho Carretero (Coruña, 1981)es el chico de la letra pulcra y redondeada. El tipo que gana por asaltos y se reserva el Knock Out para las peleas duras, como la que dio con Fariña (Libros del K.O), un reportaje que retrata la historia de 30 años de narcotráfico en Galicia y que se convirtió no sólo en un auténtico bestseller –sobrepasó las diez ediciones y fue llevado a la televisión- sino que desató una batalla judicial con el exalcalde de O Grove, que lo demandó por difamación y ahora tendrá que afrontar las costas derivadas del proceso y los daños materiales que el secuestro del libro supuso para los editores.
El mayor de dos hermanos dentro de una familia que nada tenía que ver con el periodismo, Nacho Carretero se describe a sí mismo como un niño redicho que descubrió su propia hoguera de las vanidades al leer por primera vez a Tom Wolfe, allá por los años noventa, en su Coruña natal. Elegir al Balzac de Park Avenue delataba cierta intuición. Carretero comenzó en Marca, Radio Coruña Ser y RNE Galicia. Se convirtió en freelancepara publicaciones como JotDown, XL Semanal, Gatopardo o El Mundo. En la actualidad escribe para El País, en cuyas páginas ha publicado reportajes sobre los incendios en Galicia, el referéndum independentista, los ataques terroristas en Barcelona y Cambrils o los niños soldados en Sudán.
De existir un ratpack gallego del periodismo, él es el chico de la letra pulcra y redondeada. El tipo que gana por asaltos y se reserva el Knock Out para las peleas duras
Ninguno de estos temas es el motivo que trae al reportero coruñés a un hotel de la ruinosa Gran Vía, que esta tarde de septiembre tiene más de horno crematorio que de avenida cosmopolita. El polvo y el calor aprietan, casi tanto al periodista sus zapatos nuevos, unos tenis blancos que parecen recién sacados de la caja. Carretero ha venido andando y le han hecho daño. O al menos eso dice mientras rasga el envoltorio de una tirita que la jefa de prensa le ha dado. Estropicios a un lado, el tema por el que Carretero se sienta para contestar a una entrevista es el nuevo libro que acaba de publicar con Espasa y que lleva por título En el corredor de la muerte, un reportaje sobre el español Pablo Ibar, un hombre que desde hace 23 años espera ser ejecutado en una cárcel de Florida, uno de los 31 estados de EEUU donde aún existe la pena capital.
Carretero descubrió esta historia en 2012, mucho antes de publicar Fariña. En ese entonces trabajaba en Que!, cuando su jefe le encomendó entrevistar a Tanya Quinones, la mujer de un español que permanecía encarcelado desde hacía más de dos décadas y arrastraba una condena a ejecución luego de un proceso farragoso, con juicios anulados, falta de pruebas y una defensa desastrosa. Le acusaban de haber asesinado, en 1994, a tres personas. En el año 2000 fue declarado culpable y condenado a muerte. Tras resistir a un primer hundimiento, este pelotari y sobrino del mítico boxeador Urtain se vio obligado a pelear. Y así lo hizo, amortajado en un mono naranja. Tras años de revisión de pruebas, de estudiar Derecho para poder entender su propio caso, llegó un punto de retorno. En el año 2016, el Tribunal Supremo de Florida decretó que Ibar no había tenido un juicio justo y en otoño tendrá una segunda oportunidad para reparar demostrar, al fin, su inocencia.
En las páginas de este libro, Pablo Ibar está condenado a muerte. Pero también lo está su familia. Su entorno más cercano. Incluso el lector se siente sentenciado
Narrada con una economía del lenguaje que privilegia el dato y los hechos por encima de la pirotecnia literaria, este libro se comporta como una tragedia coral. Adquieren voz, por supuesto, Pablo Ibar –a quien Carretero entrevistó en dos ocasiones en la prisión y con quien mantuvo un intercambio de cartas- pero también a su mujer –a quien la une una historia inverosímil de amor-, al padre de Pablo y sus hermanos; también al abogado negligente e inexperto, a los familiares de las víctimas así como a los fiscales y abogados que intervinieron en el proceso judicial. En las páginas de este libro, Pablo Ibar está condenado a muerte. Pero también lo está su familia. Su entorno más cercano. Incluso el lector se siente sentenciado o, por qué no, preso en ese corredor donde los hombres se pudren esperando la muerte. Con un lenguaje sencillo, casi transparente, Carretero consigue emocionar. Y no porque rebañe la cursilería o ñoñee. Al contrario, es justo por magro y elegante, que conmueve.
-La verdad es problemática, usted lo ha vivido en carne propia
-Ya...
-La verdad de Fariñaes incriminatoria. Ésta es, en ocasiones, redentora. ¿Tiene una posición al respecto?
-No tengo conclusiones muy claras, porque es un asunto complejo –dice ante dos vasos de agua con gas. Carretero habla con los ojos muy abiertos-. Un amigo coruñés, fotógrafo, decía: la verdad es una mierda, pero es la verdad. Con los años, dándole vueltas a la frase, pienso que una construcción muy sencilla transmite algo complejo. La verdad es incómoda, plantea dificultades... pero es la verdad.
-Y reside en los detalles. La tragedia de su protagonista es tal por las omisiones y los errores que la socavan. ¿Por eso redobla la exhaustividad?
-Cuando tratas un tema en el que la verdad sólo la sabrá el protagonista, Pablo, y nadie más, la única manera de que los demás podamos conocer y respaldar esa verdad es que un tribunal lo dictamine así. De lo contrario, siempre habrá discusión. Y la hay. Los familiares de las víctimas están convencidos de que Pablo fue el asesino. Para ellos esa es la verdad. Para la familia de Pablo, él es inocente. El resto podemos elegir una u otra. Podemos recabar esos elementos y elaborar una conclusión. A mí me cuesta creer que Pablo haya cometido esos crímenes, por todos los factores que he descubierto en la investigación y a partir de los protagonistas. La verdad, eso sí, la conocerá sólo Pablo Ibar.
"La verdad es incómoda, plantea dificultades... pero es la verdad", dice el periodista Nacho Carretero
-Pablo Ibar está sentenciado a muerte, pero en ese trance se vuelve rocoso. Usted documenta y glosa ese proceso. ¿La empatía hacia él le puede?
-Sí, porque he hablado con él, porque lo conozco, porque me he involucrado en la historia. Es una reacción humana. Una vez que asumes que eso ocurre, como periodista intentas reducirlo a la mínima expresión. ¿Cómo? Instalándote en la figura del narrador. Intentar ser lo más aséptico posible, usar los hechos como una correa de transmisión. En ese proceso el lector sacará sus conclusiones. Yo todo lo que escribo está recogido de las palabras de los protagonistas. No añado nada.
-Hay una economía manifiesta del lenguaje. Asumo que por ahí van las cosas.
-Por eso, un lenguaje casi artesanal. Yo podría recrearme en un hecho, gustarme escribiéndolo de otra manera, pero me limito a contar. Si escribo que un personaje se siente vacío es porque me lo dijo. De esa manera, me convierto en un narrador aséptico que deja fuera las opiniones personales y creencias. Puedo tenerlas, pero no me interesa mezclarlas con la historia. Yo no quiero que el lector llegue al libro diciendo: ¡A ver!, ¿es culpable o inocente? El objeto del libro no es convencer a nadie de nada, sino recomponer los hechos de una historia que es interesante y atractiva en el conjunto de todos sus elementos periodísticos y narrativos.
"¿Dónde puede estar su talón de Aquiles? Pues en el hecho de que no se expresa con toda la libertad que podría tener alguien que no se está jugando la vida"
-¿Este libro tiene un propósito? ¿Buscaba influir favorablemente para que el caso de Pablo Ibar fuese revisado?
-Mi objetivo era contar su historia –Carretero habla con un acento gallego muy suave que se acentúa en las primeras y las últimas frases de sus respuestas-. Me resultaba atractiva periodísticamente. El libro, claro, tiene sus consecuencias: desde invitar a la reflexión y el debate hasta dar visibilidad al caso y por tanto apoyo y sensibilidad. Pero eso, insisto, son consecuencias. No escribí el libro con eso en la cabeza. Me alegra si puedo poner foco en el caso, porque creo que merece atención y que jurídicamente merecía la repetición del juicio. Si eso ayuda, magnífico, pero no era el fin.
-Quiero volver sobre el tema de la empatía. Usted cuenta muy de cerca, por eso le pregunto: ¿dónde están las fisuras de sus protagonistas?
-¿Jurídicamente?
-Desde el punto de vista humano. Estrictamente ése.
-Creo que Pablo se ha generado una coraza. Él mismo lo dice. No quiere volver a sufrir el dolor de la condena y, sobre todo, no quiere sufrir el dolor de la negación de la apelación en 2006. En ese momento, recibió tal golpe que decidió, de manera no del todo racional, no volver a padecerlo. Por tanto, su vida y su discurso giran en torno a ese propósito. ¿Dónde puede estar su talón de Aquiles? Pues, precisamente en el hecho que no se expresa con toda la libertad que podría tener alguien que no se está jugando la vida.
"Hablé con él cara a cara, dos veces. Hablé una primera vez, con cristal de por medio. Y luego sin cristal. La conversación duró alrededor de hora y media cada vez"
-¿Cuántas veces hablo con Pablo Ibar?
-Cara a cara, dos. Hablé una primera vez, con cristal de por medio. Y luego sin cristal. La conversación duró alrededor de hora y media cada vez. Una de las cosas que me llamó la atención fue cómo tiene controlado su caso hasta el último detalle, lo tiene estudiadísimo. Lo entiendo, porque le va la vida en ello. Me llamó la atención el hecho de no dejarse. Él me dijo que a quienes estaban ahí les ocurría. Estaban encerrados en un lugar, esperando para morir. ¿Qué motivación para vivir pueden tener? Muchas personas perdían la cabeza. Estaban desaliñadas, con comportamientos cada vez más deshumanizados. Él tenía un empeño en que eso no ocurriera: desde cómo se cuidaba las uñas hasta el pelo, hacía ejercicio, se mantiene en forma, una persona educada. Cuando pasas hora y media en un lugar así, que llega un momento en que no te gusta y te sientes incómodo, también te das cuenta una vez que has charlado de otras cosas o te has reído, te has dado cuenta de que su vida es ahí y también tiene que reírse, charlas de otras cosas. Supongo que eso no es fácil, pero él lo consigue.
-El condenado a muerte no es sólo él, la familia y su entorno lo está. Incluso el lector, leyendo, se siente también condenado. Sin embargo, la posibilidad de redención aporta luz a esta historia.
-La redención es un tema que me interesó muchísimo y me genera muchísimas preguntas. Creo que es posible, pero también es cierto que no siempre ocurre. Al igual que la reintegración. Tenemos que partir de la base de que sí, pero tomar en cuenta de que no siempre es posible. No lo hice conscientemente, pero uno de los regustos del libro es la posibilidad de redención, bienvenido sea. Y desde luego, el castigo no es sólo para Pablo. Sólo hay que ver la vida que ha llevado su mujer desde entonces, el padre está hecho polvo, destrozado por los nervios y la tensión y que consigue relajarse hasta que no vea a su hijo libro. Imagina 25 años en tensión. El estigma para el hermano. El castigo es coral. En el libro coloqué luz en detalles que se pasan por alto: cómo es y qué significa, por ejemplo, qué significa ser la mujer de un condenado a muerte, cómo incide en tu trabajo, en el parque con otras madres, cuando tus hijos te preguntan. O el hermano, que cuando iba a cerrar un negocio y lo buscaban en Google se daba cuenta. Cómo es dormir para un padre. Todo eso me interesaba.
"En el libro coloqué luz en detalles que se pasan por alto: cómo es y qué significa, por ejemplo, qué significa ser la mujer de un condenado a muerte, cómo incide en tu trabajo, en el parque con otras madres"
-Más que un alegato contra la pena de muerte, hay un retrato de un sistema de justicia en el que no se puede pagar un abogado, tiene las de perder.
-La intención es que, a través de hechos, fuese posible invitar a reflexiones y llegar a conclusiones. Y una de las reflexiones es justo ésa, qué supone condenar a alguien a muerte, qué significa, qué implicaciones tiene en un sistema oficial, en este caso del de Florida, que tiene unos de lo sistemas más duros y conservadores del país. Una de las conclusiones que saqué al escribir, fue, por ejemplo, que podía entender que la familia de estas chicas quisiera que muera Pablo. Y no es que esté bien o mal, es humano. Forma parte de la pulsión. Lo que ocurre es que la justicia no puede entrar en las pulsiones.
-La sentencia del caso La Manada participa, en buena medida, ese debate.
-Por eso es importante que la justicia sea una institución tan independiente, que en realidad cuanto más deshumanizada esté la justicia en ese sentido y menos relacionada esté con los sentimientos, más madura, más desarrollada y más propia de un país moderno, será.
-A juzgar por el caso de Pablo Ibar, EE UU no se retrata en esa imagen.
-Porque aquí ha elegido un jurado popular, que está compuesto por personas. Aunque es una figura estudiada, me he parado a pensar, qué ocurre cuando un jurado popular escucha una grabación que se supone que es definitiva y el juez dice, por ejemplo, no se tendrá en cuenta esta prueba. Jurídicamente no contará, pero quedó en el jurado. Insisto, la justicia debe permanecer alejada de las pulsiones. Por eso, para mí, la pena de muerte está cerca de sentimientos, de pulsiones que tiene que ver con la venganza, renunciando a cualquier otro camino moderno o eficaz.
-Fariña pertenecía a un entorno que usted conocía, esta historia está lejos de usted. ¿De qué forma eso diferencia cada proceso?
-En Fariña tenía la sensación de que escribía cosas que a mí me habría gustado leer. Se habían hecho muchos reportajes y muy buenos artículos porque la prensa gallega lo ha cubierto muy bien, pero a mí me faltaba otra cosa. Sacra todo eso de las páginas de sucesos y hacerlo en un libro desenfadado, con una narrativa sin complejos y darle una pátina novelesca. Explotar cultural y narrativamente un fenómeno del que crecí rodeado. Eso me permitía recrearme. En este libro no estoy tan cerca de la atmósfera, o los códigos. Eso me hizo más distante. Me disfracé de testigo de los hechos. No tengo implicación emocional. Eso supuso un ejercicio periodístico: observar, intentar comprender y contar.
-¿Turista en una tragedia ajena, de visita en el infierno de otro?
-El noventa y nueve por cierto de mis reportajes es eso. Cuando voy a Sudán del Sur me asomo y digo: ‘Uy, lo que están sufriendo aquí... Venga, me voy a contarlo. Hasta luego’. En realidad, es así.
-¿Es el mismo usted después deFariña? ¿Periodísticamente envanece la notoriedad?
Estoy mucho más expuesto, soy más cauto a la hora de expresarme. Y antes no era consciente de eso. Desde que el foco mediático se puso encima de mí en esos momentos y, sin ser tan grande ahora, sin embargo, perdura, porque a la gente se le queda su nombre. Eso me hizo mucho más consciente de la exposición. Cuando hablo soy más cuidadoso. Suelo mojarme poco. No me meto en berenjenales, intento opinar lo menos posible. Y en ese sentido sí que cambié por completo.
-¿Si le pregunto por la carta que le envió Rajoy felicitándolo por Fariña, o si Feijóo es trigo limpio, también se va a escaquear?
-(Risas) Hay gente que se siente cómoda en la exposición.
-Cuando no te demandan, puede ser. ¿Cómo lo lleva usted?
-Tampoco me generó un daño traumático. La querella en sí no me generó miedo. No he dejado de hablar por miedo a una repercusión legal. Lo hago más por la exposición, por el hecho de que mi opinión se eleve ala categoría de pública. No me gusta tener un foco encima. Pero por carácter, no por miedo a a querellas. Eso, por suerte, no me ha afectado. Porque si un secuestro o una querella hace que al escribir le des dos vueltas y seas más riguroso, pues bien está, porque hay que serlo. Pero miedo no es algo que me haya ocurrido.
"La querella en sí no me generó miedo. No he dejado de hablar por miedo a una repercusión legal. Lo hago más por la exposición"
-¿En qué periodismo resuena Nacho Carretero? ¿Qué elementos resuenan en la construcción de una historia?
No sabría decir qué es lo que me atrae pero supongo que hay ciertos elementos comunes: historias sociales, en las cuales hay algo que no encaja, ya sea una injusticia, un giro que no se comprende bien, unos hechos que han desembocado en una situación que hace padecer a alguien o un colectivo. Describir eso siempre me atrajo mucho. Yo no soy sociólogo, pero me llama la atención lo que tiene que ver con la condición humana, desde el punto de vista colectivo: la migración, la transformación de grupos sociales.
-Más que un prosista, es usted de los que construyen arquitecturas en función del dato. Su uso del lenguaje es más funcional que pirotécnico
-Porque me obsesiona ser claro y cuando escribo un reportaje mi obsesión principal es que se entienda. Todo lo que no permita avanzar libremente por el texto, sin tener que volver a retroceder. Lo que quiero es que el lector de pasos seguros a través del texto y caya párrafo lo tenga claro y pase al siguiente sin problema. Esa es la idea que tengo al trabajar. Hay un segundo elemento, es pirotécnico el que puede y yo no considero que escriba especialmente bien. Creo que he llegado a acercarme a lo que es escribir claro y eso para mí es satisfactorio. Temas que ya están contados, rescatarlos, ir al origen y exponerlo claramente, me interesa.
-¿Cómo llegó a usted al periodismo?
-Crecí en un entorno sin ninguna vinculación con la literatura o el periodismo. Puedo decir que crecí con osbtáculos culturales. La mía no era una casa donde se leyera mucho. Así que fue más una cuestión de obcecación. Me gustaba y quería hacerlo. Con cierta edad eso tomó forma de periodismo, del gusto por contar historias. Eso que ocurre cuando no sabes exactamente por qué pero quieres leer y escribir. El niño redicho que le gusta escribir la mejor historia de clase, ese era yo. Mi madre supo verl y me regaló libros. Ya de adolescente empecé a fijarme en periodistas y pensé, ostras quisiera hacer eso.
-¿Algún nombre que haya retumbado en su vocación?
-Recuerdo a Manu Leguineche, o el propio Enric González. Decía: ¡cómo escriben estos periodistas, me gustaría a mí escribir así!
-¿Qué libro lo convirtió en lector?
-No recuerdo con qué edad, pero sé que era muy jovencito cuando leí La hoguera de las vanidades. Me marcó definitivamente. Se daban la mano el periodismo y la novela. Sabía quién era Tom Wolfe, pero era capaz de ubicarlo. Estaba en mi cabeza como un periodista y me di cuenta de que lo que estaba haciendo no estaba reñido con la novela. Era una novela, y al mismo tiempo un análisis de la sociología urbana que cambió mi percepción de lo que era el periodismo.
"En España existe aún una brecha generacional y no me refiero a la edad. Todavía me encuentro a gente que dice que no se debe titular con una pregunta. ¿Pero, cómo no?"
-La dupla periodismo y literatura redunda a veces. Aunque es verdad que hay convenciones del periodismo, no puede falsear para embellecer algo. Por ejemplo, ¿es usted pro-Kapuściński o anti? Se lo digo por aquello de adornar...
-Hoy se ha puesto muy en duda a Kapuściński, porque vete tú a saber: se iba a África cuando nadie ni sabía muy bien ni cómo era aquello, volvía y contaba lo que quería -Carretero ríe, acaso porque hacerle un traje a Kapu siempre tiene algo de fechoría- No lo sé. Desde luego, Tom Wolfe y la banda que escribía torcido, lo hacía: embellecían, incluso cambiaban el orden de las anécdotas o las personas que dicen algo, porque les cuadraba más. En nombre de la rigurosidad ,eso es trampa. Pero también creo que, durante muchísimo tiempo, el periodismo ha sido esclavo de sus propios corsés, muchas veces de manera excesiva. Una cosa es la rigurosidad para dar a conocer una verdad y otra son los corsés que impiden hacer más atractiva y más bella una lectura. a Estados Unidos y América Latina comenzaron a hacerlo antes, en España ha tardado un poco más.
-Bueno, a su manera ya Gómez de la Serna hacía ese tipo de cosas. O Camba. Y Umbral, claro...
-Pero es que estamos hablando de nombres propios. Tipos que eran genios. No se les puede calificar o saber qué es lo que escriben exactamente y eso, el qué exactamente, está comenzando a perder importancia y relevancia. ¿Qué es esto?, dice. Pues un buen texto. Y cuando digo eso no hablo de Umbral, sino deuna crónica local. La posibilidad de contarla de otra manera. Romper un poco las estructuras convencionales. Eso está comenzando ocurrir. Entonces se lo podía permitir una figura consagrada, pero un periodista raso que trabajaba en un medio no. Le decían esto no se puede hacer, oiga.
-Aún ocurre. No tanto, pero ocurre.
-En España existe aún una brecha generacional y no me refiero a la edad. Todavía me encuentro a gente que dice que no se debe titular con una pregunta. ¿Pero cómo no? Muchas veces no hay una respuesta o la búsqueda de esa respuesta esel artículo en sí. Hoy todo es más flexible en ese sentido y acerca el periodismo a la narrativa. Lo vemos en el periódico, pero también en las series y las películas. Cada vez más las productoras ponen los ojos en el periodismo
-¿Me lo cuenta usted, pues? Fariñaarrasó en televisión.
-(Ríe Carretero, otra vez) Y cada vez ocurre más y va a ocurrir mucho más. Las productoras están sedientas de textos periodísticas, porque identifican no un hecho sino una narrativa, unos personajes.