Me pongo a revisar fechas y descubro que llevo veinte años entrevistando al cantautor rockero Nacho Vegas (Gijón, 1974). Siempre ha sido un buen conversador, del que se aprenden cosas valiosas en cada encuentro, sean sobre música, política o relaciones humanas. Su trayectoria demuestra que es compatible ser rockero y buena persona, como certifica un largo historial de decisiones que le perjudican (es uno de los artistas menos preocupados por el dinero con los que he tratado). Ahora afronta un momento delicado de su carrera: esa madurez donde muchos compañeros de profesión comienzan a vivir del autoplagio. La buena noticia es que las canciones de Mundos inmóviles derrumbándose (Oso Polita, 2022) suenan vivas, lacerantes y lejos del piloto automático. Se trata del primer gran disco de este año, en opinión de este cronista de Vozpópuli.
Me alegra comprobar que sigue hablando de música con la pasión de siempre: “He disfrutado mucho la colaboración con Mancha 'E Plátano, un grupo de chicas puertorriqueñas afincadas en Barcelona que participan en ‘La flor de la manzana’. Me las descubrió Cristian (Pallejá, productor). También hemos incorporado recursos de la producción de Teatro, el disco de Willie Nelson con arreglos latinos que publicó en los años noventa. Nos hemos apoyado en ideas de Histoire de Melody Nelson (Serge Gainsbourg) para la versión que hemos hecho de John Prine y en Fabrizio Di André para “El don de la ternura”, aunque la banda hubiese preferido llevarla hacia Transformer de Lou Reed. Estoy contento porque hemos sabido manejar distintas referencias sin que se quede en simple ejercicio de estilo”, celebra. Desde ahí seguimos la charla…
Pregunta: En una de las primeras entrevistas sobre este álbum hablas de que atravesaste una depresión…
Respuesta: Bueno, tengo que decir que el periodista exageró un poco. Fue una entrevista larga, dividida en varios encuentros, y es verdad que le dije que había estado un poco ‘depre’ en el confinamiento, pero de ahí a sufrir una depresión hay una distancia. La diferencia fundamental es que yo sabía las causas y el remedio para lo mío. “Depresión” es una palabra muy seria, lo que yo tuve fue una asfixia emocional o un bajón anímico; nunca he sufrido una depresión clínica. Cuando se publicó la entrevista, me llamó mucha gente, incluso mi madre estuvo preocupada. En realidad, creo que hay que estar de cierto buen humor para componer. A mí simplemente se me caía encima la casa de Gijón y decidí irme a un pueblín. Ahora los periodistas me preguntan sobre salud mental y tampoco es un asunto en el que tenga mucho que aportar.
P: “El don de la ternura” tiene versos tristes pero es una exaltación de los vínculos humanos.
R: La canción trata del miedo a una soledad dolorosa. La pandemia nos quitó mucha calle, que es donde ocurren cosas, donde se crea tejido humano y cultural. Ahora toca reconstruirlo de nuevo. Hablo de la necesidad obvia de cuidarnos los unos a los otros, que se hizo más evidente en el confinamiento. Hoy pasamos mucho tiempo en las redes sociales, donde manda el cinismo y está todo muy crispado. Hace poco hablaba con Gabriel Rufián y me contó que al principio la gente le llamaba “golpista”, luego pasaron a acusarle de “terrorista” y hace poco una señora le trataba de “asesino”.
P: Más allá de líderes políticos, ¿notas esa crispación en tu día a día?
R: Muchas veces he hablado del cinismo de los noventa, de los comienzos del indie, pero ahora en Internet se impone un tipo de sarcasmo más cruel todavía; lo de los noventa parece inocente en comparación. En la canción uso la palabra ‘ternura’ porque me parece lo contrario del cinismo. La ternura implica reconocer a los otros, ofrecerles apoyo y cuidado mutuo. En redes impera un discurso cínico que está calando en mucha gente y que la ultraderecha está usando para ganar todas las batallas culturales. Yo no soy padre, pero tengo amigos con niños adolescentes y preadolescentes que me cuentan que la rebeldía ya no es ser punk, rockabilly o jevi, como lo era en nuestra época, sino que ahora lo rebelde y lo macarra consiste en hacerse ‘facha’.
P: Además el indie era un cinismo de personas de veinte años, una especie de coraza conectada con la timidez. El cinismo digital actual lo abandera mucha gente de cuarenta y cincuenta, que es algo mucho más grave.
R: No lo había pensado, pero es así, un cinismo mucho más difícil de corregir. Intentar deshacerte de esa visión del mundo cuesta un montón a esas edades. Creo que en este disco está presente la lucha contra ese ser reaccionario que llevamos dentro y que va haciéndose más presente a medida que cumples años. Frente a ese proceso, creo que debemos intentar ser personas más osadas, hacer algo valiente en la vida, cada uno con sus trincheras personales y colectivas. Hablo de oponerse a una actitud reaccionaria, no conservadora, porque ciertos valores conservadores sí que me parecen necesarios, como explica un filósofo que leo hace años, Santiago Alba Rico.
De hecho, existe un conservadurismo antropológico que me parece valioso y que está muy penalizado defender en los últimos tiempos. El neoliberalismo destruyó muchos vínculos humanos que hay que reconstruir a la manera de antes. Lo que me da miedo es que la hostia que nos llevamos con la pandemia nos haga pensar “madre mía, que me quede como estaba en 2018”; digo que me asusta porque cuando llegó la pandemia la sociedad no estaba tampoco muy bien. Lo que no veo positivo en ningún caso es la actitud reaccionaria: no podemos oponernos sistemáticamente a cualquier transformación.
No he podido formar una familia y eso es algo que me pesa; ahora se han suavizado los roles patriarcales
P: Una de tus nuevas canciones, “Ramón”, trata sobre la muerte de un amigo y la frialdad con que reacciona tu círculo social.
R: El duelo es una de las situaciones que nos hace pensar. La primera muerte cercana que tuve fue la de mi padre y la pasé con apoyo de mis amigos. Cuando murió Ramón, ni siquiera nos llamamos entre quienes nos considerábamos más cercanos a él. Bueno, al final nos llamamos, pero tardamos meses. Mi idea es hacer un videoclip de la canción para juntarnos todos.
Creo que en nuestra época toca reforzar unos vínculos humanos que están muy debilitados. En la juventud tenemos un deseo de independencia, de autosuficiencia, donde la familia te queda muy lejos e incluso te puede parecer algo rancio. Luego, con el tiempo, muchos nos damos cuenta de que eso es un error. Por ejemplo, yo no he podido formar una familia y eso es algo que me pesa. Me hubiera gustado, es algo bonito. Ahora veo familias y tengo claro que los roles tan patriarcales que había antes se han suavizado y mejorado respecto a las relaciones familiares que tuvimos nosotros.
P: Hace poco, el colectivo Traficantes de Sueños (izquierda madrileña) organizaba un ciclo de conferencias titulado “¿Abolir la familia?”. Sé que son un espacio muy pequeño y poco influyente, pero me pareció significativo de la desconexión de cierta izquierda con la sociedad.
R: Yo no creo que la izquierda ande tan desconectada de las preocupaciones sociales, pero sí he notado que las organizaciones políticas tienen la tendencia de hablar solo para sus círculos. Debatiendo con algún amigo he llamado a eso “la dictadura de la militancia”. Cuando estás muy metido en una organización cuesta mucho ver lo que hay fuera. Se debería militar para transformar la sociedad y eso implica comunicarte con personas muy diferentes a tus compañeros y a ti. Este problema lo noté mucho en Podemos, que empezaron hablando a la sociedad y terminaron haciéndolo solo a quienes tenían voto en las primarias del partido.
Se instaló una especie de miopía por la que solo importaba la gente que ya estaba dentro de Podemos. Como poco hay que hablar a siete millones de personas, pero solo se dirigían a cien mil. Normalmente, los militantes suelen ser jóvenes sin responsabilidades familiares que no comprenden que hay cosas más importantes que su grupo de referencia. Es posible que esto que me comentas de Trafis sea una dinámica muy de Madrid porque en mis círculos en Asturias hay mucha más variedad, te encuentras desde sindicalistas veteranos hasta feministas muy jóvenes, entre muchos otros perfiles y edades.
P: Volvamos a tu disco. Mi canción preferida es “El mundo en torno a ti”, que habla de una relación sentimental con una persona que tiene valores políticos opuestos a los tuyos.
R: Ya leí en Twitter que te preguntabas si me había inspirado en mi relación con Andrea Levy. La respuesta es “no”: ni pensaba en ella ni sería justo dedicarle unas frases tan duras. Muchas veces uso la segunda persona en las canciones para hablar de mí mismo, para verme con cierta distancia y poder dialogar conmigo. Es un tipo de recurso bastante inusual en mi repertorio, pero tampoco es la primera vez. La canción repasa distintos momentos y contradicciones de mi entorno social. Siempre he creído que hay que ser duro con el enemigo, pero también contigo mismo.
P: Hay una rima especialmente cruda: “¿Es tu vida una disforia? La respuesta corta es sí/ para ti una cara sucia es un lugar donde escupir”. ¿De dónde sale?
R: El clasismo no está solo en la derecha, percibo también un clasismo normalizado en la izquierda. Me preocupa porque es algo aceptado y que incluso se bromea con ello. Cuando aparece suelo pensar que un mínimo para considerarte de izquierda es haberte desprendido de estas mierdas. Me parece que lo hemos hablado alguna otra vez, respecto a “Ámame, soy un liberal”, la versión que grabé de Phil Ochs. Esa letra habla de un tipo de progresista estadounidense que defiende a los inmigrantes siempre y cuando no se instalen en su portal. Está muy extendido el clasismo en nuestra sociedad, desde conversaciones casuales que escuchas en el supermercado hasta charlas con cargos de la izquierda actual; aunque es verdad que es más frecuente en personas de la izquierda más reformista, no la que podemos llamar transformadora.
P: ¿Recomiendas o desaconsejas las relaciones con personas en nuestras antípodas políticas?
R: Creo que nunca he tenido una relación afectiva seria con alguien que pensara políticamente como yo, mientras que sí he tenido varias con gente que piensa prácticamente lo opuesto. Siempre ha habido esa tensión y esa complejidad. Con el tiempo valoras a la gente con sus defectos y sus manías. Por ejemplo, mi mejor amigo se llama Juan, él fue quien me acompañó al pueblo donde me refugié en la etapa más dura de la pandemia. Le quiero profundamente pero tiene algunas fobias sociales de las que intento que se desprenda. Aunque no lo consiga, yo le quiero como es. Intento rodearme de gente a la que quiero pero que sea capaz también de darme una colleja cuando me la merezco. Me parece que es el punto al que merece la pena llegar.
No creo en las ayudas institucionales a la música popular, pero sí en garantizar el acceso a la Cultura, que cada vez está más complicado
P: ¿Qué fue lo más complicado de escribir esta canción?
R: Nos costó llegar a un consenso de producción. Yo quería hacer una música violenta a lo Suicide, pero la banda la veía más como canción de autor. Al final se quedó en terreno intermedio y ofrece un contraste. Es autoral pero Joseba Irazoki mete unas guitarras duras. Me gusta que en la letra hay un poco de ternura hacia esa persona o hacia ese algo dentro de mí que no quisiera que estuviese. Siempre acaban apareciendo esas contradicciones en los compromisos, sean emocionales o políticos.
P: También tienes tensiones con la izquierda, que es cada vez más “progresista”, un término que has criticado muchas veces.
R: Esa expresión está hoy más hueca que nunca: se utiliza incluso para no tener que definirse como ‘comunista’, ‘socialista’ o ‘marxista’. La primera vez que escuché la palabra 'progre' fue a mi padre, diciendo que era 'sociata' y 'progre' (risas). Habría que recuperar la palabra ‘sociata’ para referirse a ellos. El progreso al que nos ha llevado el sistema no siempre es un progreso positivo. Cierta izquierda renuncia al igualitarismo y a la transformación. Ha sido un error de Podemos entrar a gobernar con el PSOE en una posición subalterna y dejar a la derecha todo el espacio de oposición. Su trabajo ahora es tragar sapos constantemente. Yo milito en un espacio que se llama Anticapitalistas y esa entrada en el gobierno de Pedro Sánchez fue lo que llevó a desvincularnos de Podemos.
P: Además no está claro que la sociedad haya progresado desde que teníamos treinta años.
R: Todo el mundo ha visto cómo las condiciones de vida se han ido precarizando mucho en las últimas dos décadas, tanto dentro de la industria musical como fuera de ella. Un dilema concreto al que me he enfrentado muchas veces y al que me vuelvo a enfrentar ahora son los precios de las entradas de mis conciertos. Me gustaría poder poner un tope de veinte euros, como he hecho en alguna tempoprada, pero con los costes actuales sería perder dinero y no podemos hacerlo. Eso se traduce en un sesgo de clase fuerte en los asistentes. En cierta medida, es lo que explica el éxito de los macrofestivales, donde la gente joven adquiere una entrada después de ahorrar mucho durante el año porque no ha podido ver a esos artistas en un auditorio en condiciones. Yo no creo en las ayudas institucionales a la música popular, pero sí en garantizar el acceso a la Cultura, que cada vez está más complicado. Hoy te encuentras teatros públicos que te piden 3.000 o 4.000 euros por una sola noche de alquiler. Tendría que poder hacerse más barato o incluso gratis para que no repercutiera en el precio, que es algo que excluye a muchas personas.