Cultura

Soy Adelaida García Morales, soy escritora y no tengo dinero para el autobús

En su más reciente novela, Elvira Navarro se vale de la historia de la escritora extremeña fallecida en 2014 para hablar de naturaleza de la creación, el tratamiento que reciben las mujeres artistas, la ignorancia de las instituciones, la autodestrucción y la locura.

  • Una imagen de la escritora extremela Adelaida García Morales (1945-2014)

Una mujer se presenta en el despacho de la concejala de Cultura de Dos hermanas, en Sevilla. Tiene 69 años, carece de todo ingreso, vive sola y sólo quiere 50 euros para ir a visitar a su hijo que vive en Madrid. Así comienza la nueva novela de Elvira Navarro (Huelva, 1978), con ese diálogo. En clave de ficción, el libro relata los últimos días de la escritora Adelaida García Morales (Extremadura, 1945-Andalucía, 2014), quien pasó de ser una celebridad por sus libros El Sur (adaptado por Víctor Erice en la famosa película homónima) y El silencio de las sirenas hasta desaparecer por completo, prácticamente en la indigencia y la locura. Ese es el punto de partida del que parte Elvira Navarro para levantar un artefacto literario que se comporta como una novela truncada, interrumpida de golpe con un epílogo donde revela los hechos reales que desencadenaron la historia. El título de la novela  no puede ser más enunciativo: Los últimos días de Adelaida García Morales (Literatura Random House).

En clave de ficción, el libro relata los últimos días de la escritora Adelaida García Morales, quien pasó de ser una celebridad a la indigencia y la locura

Poco antes de morir, Adelaida García Morales acudió a una Delegación de Igualdad de la Junta de Andalucía. Pedía dinero –exactamente 50 euros– para visitar a su hijo. Inspirándose en este hecho que alguien le hizo saber por correo, Elvira Navarro entrelaza dos historias: la de la escritora y la de la hipotética concejala –que ella convierte en responsable de cultura–. Sin ñoñeces manifiestas, pero con un énfasis que ya existía en La trabajadora –la precariedad en todas sus formas: material, mental, afecta y social–, Elvira Navarro propone un retablo. Por un lado se muestra el rechazo que produce García Morales en la edil y del otro la historia de silencio de la novelista. Adelaida García Morales, que parecía destinada al olimpo literario, desapareció por completo... hasta de las hemerotecas, en las que pueden conseguirse apenas unos pocos obituarios. Esa historia le permite a Elvira Navarro abordar la naturaleza de la creación, el tratamiento que reciben las mujeres artistas, la ignorancia de las instituciones, la autodestrucción y la locura.

Hasta la publicación de su novela La trabajadora (Literatura Random House, 2013) –antes de ésa aparecieron La ciudad de invierno (2007) y La ciudad feliz (2009)-, Elvira Navarro había sido considerada por la crítica como una de las voces prometedoras de su generación. Ahora le toca revalidar. En aquellas páginas de La Trabajadora, como en las de Los últimos días de Adelaida García Morales, Navarro trabajó los que se pueden considerar temas: la periferia y la marginalidad. En esas páginas, esparcía luz sobre temas como la patología, el miedo, la ansiedad; la sensación de la vida como el trozo de algo insuficiente, acaso como una claudicación, un quiebre. A diferencia de aquella novela, Los últimos días de Adelaida García Morales es un libro al que se le ven las costuras; literalmente y por decisión de su autora. En esta ocasión, Navarro ha decidido presentar algo que está a mitad de camino entre el relato o incluso una nouvelle y la biografía. Sin embargo, el libro no termina de ser ni una novela ni una biografía: la acción está acotada dentro un momento, los días finales de Adelaida García Morales, que se explican al lector nada más acabar la lectura. Se trata de los dos correos electrónicos que alguien envió a Navarro contándole lo que había ocurrido con Adelaida García Morales.

Aunque no lo asuma exactamente así, algo en el discurso de Los últimos días de Adelaida García Morales  comparte espíritu no sólo con La trabajadora

Aunque no lo asuma exactamente así, algo en el discurso de Los últimos días de Adelaida García Morales comparte espíritu no sólo con La trabajadora, sino con el de la obra de algunos autores de su generación, que buscan iluminar la precariedad y la marginalidad y que hace unos años comenzaron a ser agrupados bajo la etiqueta de los escritores de la crisis, aquellos que se han volcado en señalar la realidad. Elvira Navarro no lo considera así. Ni ésta ni sus anteriores novelas tienen una intención social, tampoco buscan una reivindicación social como razón de ser. Sus libros, explica, son los ecos de sus temas y perplejidades y, en el caso concreto de Adelaida García Morales, es la fantasmagoría –la desaparición– aquello que sujeta los hilos de este libro.

-Esta novela comparte con La trabajadora una serie de temas: locura, pobreza, invisibilidad, marginalidad…

-Ujum, Ujjum, Uhum, Uhum -Elvira Navarro asiente. Un monosílabo por tema, como quien martilla los clavos de una enumeración demasiado larga-.

-(…)Tanto la protagonista de aquella novela como la Adelaida García Morales, que protagoniza la actual, comparten esos temas. ¿Se pueden leer ambas como un continuo?

-No fue exactamente concebida así, pero es inevitable que esos temas (la locura, la precariedad) que me interesan desemboquen en el personaje de la escritora Adelaida García Morales. Si he escrito sobre ella es porque esos temas están ahí. Es una continuación temática pero no formal.

-¿Cuál fue el desencadenante? ¿Cuándo y por qué eligió a Adelaida García Morales?

-En el instituto, cuando los alumnos llegaban al apartado de literatura contemporánea, al menos en los noventa (que fueron los años durante los que yo estudié), Adelaida García Morales aparecía incluída en el temario. Entendemos que, aún siendo una apuesta, ella adquiría un estatus de autor reconocido, porque un libro de texto es el espacio de los autores canónicos. Así que, para un lector ingenuo como yo en aquel entonces (tenía 17 años),  asumí que ella también pertenecía al canon. Transcurrido el tiempo, ella desapareció. Publicó algunos libros más, con muy poca repercusión, y finalmente pasó al olvido. Eso me generó una sensación de inquietud y misterio. La escogí también por la relación que entablé con sus libros. Tomó parte en mis referencias y  mi formación literaria. Ambas cosas planteaban una contradicción: alguien canónico que desparece. Excepto algunas necrológicas, no se escribió nada más. Pero  hay algo más: los dos correos que me envió Charo Jiménez Chaparro contándome que Adelaida García Morales se había presentado en la Concejalía de Igualdad pidiendo 50 euros para poder viajar a Madrid y ver a su hijo. Al leer aquellos correos, mi cabeza se puso en modo ficción.

"Algo más que llevó a ella: los dos correos que recibí y en los que decía que ella había presentado en la Concejalía de Igualdad pidiendo 50 euros"

-¿Por qué los incluyó? ¿Por qué decidió dejar a la vista una novela en construcción? ¿Por qué ha decidido escribir una novela a la que se le vean las coturas?

-Originalmente la historia de Adelaida García Morales estuvo pensada como un cuento y formaba parte de un libro. Pensé en Carver cuando habla de la muerte de Chéjov en Tres rosas amarillas. Al leer aquellos correos que contaban aquello, me los apropié. Eran el germen de toda la historia. Hay que pensar que de ella se habla como una leyenda. Es un personaje de ficción, vaya donde vaya. Hay pocas entrevistas y en las que hay suele ser muy parca. Siempre ha sido tratada como una ficción, incluso en un contexto real. Eso me parecía que completaba el libro. Me di cuenta de que ella era un personaje fantasmal, como las mujeres de sus novelas.

-En La trabajadora, una novela ambientada en la crisis, la precariedad parece algo sobrevenido…

-Ujum, ujum, ujum, ujum –vuelve a murmurar Elvira Navarro como si bebiera chupitos de paciencia, aunque a juzgar por la frecuencia con la cual lo hace (muchas veces más de las citadas), el asunto parece más bien una costumbre.

-(…) Aquí no. No es una crisis económica la que acaba con Adelaida. Ella se presenta en la oficina de Cultura porque el mundo le queda muy lejos, porque está mayor y aquejada por la enfermedad.

--Hay que decir que, en la realidad, Adelaida García Morales se presentó ante una Concejalía de Igualdad, pero al momento de escribir, decidí cambiarlo por Cultura, justamente, por la relación entre las instituciones y el creador.

"Yo no quería hacer a la típica concejala que tenemos en la cabeza. Quería que se involucrara y que demostrara  sus propias ideas con respecto a la creación"

-Las instituciones no quedan nada bien paradas, al menos con su concejala de Cultura. No es que sea insensible, al contrario. Sencillamente sus prejuicios y su resentimiento la superan.

-Por eso la elegí. Me permitía mostrar las dos partes. Yo no quería hacer a la típica concejala que tenemos en la cabeza. Quería que se involucrara y que demostrara sus propias ideas con respecto a la creación. Al hablar de cultura es fácil decir que las instituciones han abandonado su responsabilidad con la cultura. No se trata del hecho de que tengan que mantener a los artistas pero sí fomentar que esa creación sea posible. Quería además que la concejala fuera víctima de una utilización de la cultura como una instancia excluyente.

-Por eso, ella se siente maltratad.

-Más bien se siente expulsada de la cultura o lo cultural.

-¿Estamos gobernados por gestores culturales acomplejados y resentidos?

-Más que ocurrir con las instituciones, ocurre con las personas. España tiene un problema histórico con la educación. A pesar de hoy ser más accesible que en otros momentos, habría que decir también que la educación en España se ha democratizado por el lado fácil. La gente accede a la universidad sin tener un mínimo de cultura general. Este es un país en el cual las élites no se han preocupado por tener un pueblo mínimamente ilustrado, entre otras cosas, porque ellas tampoco han sido especialmente ilustradas y porque conviene tener un pueblo ignorante. El saber en general tiene un potencial de emancipación. Decían que mi generación era la mejor formada de la historia. Yo no lo creo, pienso que es la que tiene más títulos.

-La concejala de cultura, que sirve de contraparte a Adelaida, siente rechazo por la precariedad y aunque literalmente no puede soportara la escritora, la agobia la culpa de no haber hecho nada de forma directa.

-Justamente porque no quería hacer un personaje simple, situé a la concejala en una situación familiar con un padre alcohólico que murió porque él mismo se dejó venir abajo. Cuando ella se encuentra con Adelaida, su precariedad económica y mental le llevan por asociación hacia su padre. De  ahí el rechazo que le produce. Adelaida la confronta con aspectos de su propia vida que son problemáticos.

"La concejala sufre una patología. Experimenta ataques de ansiedad . Vive inmersa en una gran paranoia. Cree que la van a responsabilizar de todo lo malo que ocurra en el Ayuntamiento"

-Lo peor, quizá,  sea leer a una concejala de cultura que dice trabajar con lo que más detesta: los artistas, que ella asume como alcohólicos, enloquecidos, seres malditos.

-Sí, pero al mismo tiempo ella sufre una patología. Sufre ataques de ansiedad . Vive inmersa en una gran paranoia. Cree que la van a responsabilizar de todo lo malo que ocurra en el Ayuntamiento. Ella no quiere ver esa parte de sí misma, pero toda esa situación se viene encima cuando aparece Adelaida García Morales, que también vive la precariedad mental. Es un juego de espejos.

-¿Por qué su quinta literaria ha hecho suya una narrativa del reproche, como si España les debiese algo?

-Creo que es una queja que no sólo ha salido de nosotros, la plantean también el resto de las personas. Las instituciones del Estado no se han preocupado por lo verdaderamente importante. El estado de la sanidad pública, por ejemplo.

-¿Es este libro puede llegar a ser más afirmativo, acaso más militante, que La trabajadora, en sus reivindicaciones?

-La trabajadora bebía de muchos aspectos biográficos míos. Por lo que mi posición ahí es más clara. En cambio, yo en esta novela, me sitúo como observadora. Soy un testigo. Por eso en a novela alguien, una realizadora, hace un documental. Es una sensación de asistir a algo, la misma que me produjeron los correos donde tenía noticia de lo que había pasado con ella. Soy alguien ajeno. Yo no sé qué le ocurría a Adelaida García Morales, no sabía realmente su situación previa. Tampoco soy una concejala de cultura. Estoy completamente fuera y eso me permitió dejar todavía más clara la sensación fantasmal.

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