Cultura

Nuevas censuras: la lucha de clases equivocada

¿Es aceptable que se prohíba por ley dudar del relato dominante sobre el cambio climático?

Francia atraviesa una situación política inquietante: su clase política prepara para el próximo enero una proposición de ley destinada a "eliminar el escepticismo climático" en los medios de comunicación, según adelanta 'Le Figaro'. Los principales partidos del país están implicados, excepto Reagrupación Nacional, la formación dirigida por Marine Le Pen. "El objetivo de este proyecto de ley es prohibir en el debate público cualquier cuestionamiento del cambio climático, así como de su causa antropogénica", todo ello "en nombre de la ciencia o, más precisamente, del 'consenso científico'. Por tanto, se trata de estructurar el debate público de tal manera que ya no esté permitido cuestionar esta afirmación fundamental", explica el diario conservador.

Tampoco nos pilla por sorpresa: la popularidad de términos como 'wokismo', 'cultura de la cancelación' y el creciente uso de la etiqueta 'negacionista' como insulto confirman que vivimos un momento histórico donde el silenciamiento de otros conlleva cierto prestigio social. ¿Cómo es posible que esta corriente censora crezca en el continente más tolerante del mundo y lo haga además desde sus élites ilustradas? La iniciativa llega después de la publicación de un manifiesto donde más de 1.600 académicos niegan la emergencia climática, sin cuestionar los datos, pero sí el relato dominante en los grandes medios y la clase política.

Estamos ante un debate candente, como explica Ian Buruma, exdirector de la 'New York Review of Books', en el artículo de portada de la revista 'Letras Libres': la actual ola de puritanismo, similar a otras que se vienen produciendo desde el siglo XVII, "no es ya el coto de pobladores rurales reunidos para rezar bajo toldos improvisados, sino de sofisticados urbanitas con educación. Desde bancos y corporaciones globales hasta fundaciones culturalmente prestigiosas, museos y organizaciones de salud, periódicos de calidad y revistas literarias", destaca Buruma. "Se ha vuelto casi obligatorio, por ejemplo para las compañías de la lista Fortune 500, publicar una declaración de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) que jura obedecer los valores correctos, independientemente de cuán divorciados estén esos valores de lo que hace la compañía", denuncia.

Censura y clasismo

"Como no digo a todo que sí, me llaman negacionista', rezaba el pasado 10 de septiembre una viñeta de El Roto, referente de la izquierda española durante décadas. Hoy el término 'negacionista' se usa de manera cada vez más amplia y se aplica con ánimo cancelador a quienes disienten de las leyes contra la violencia de género o no asumen las categorías de la teoría 'queer'. La escritora Lucía Etxebarría fue demandada esta semana -11.000 euros- por afirmar que un excargo del PSOE, Marcos Ventura Armas, era un hombre en vez de una mujer trans. La foto a la que se refería Etxebarría es poco ambigua: un señor con barba y sin ningún atuendo o atributo femenino. Recordemos también el caso de la cajera de un supermercado de Málaga demandada este verano por llamar "caballero" a una mujer trans a la que no había sabido distinguir de un hombre.

Las causas de este nueva fiebre son diversas. Por un lado, la influencia de la cultura protestante, muy dada a las confesiones públicas y poco propensa al perdón. También pesa la creciente impotencia de la izquierda, que ha perdido la capacidad de articular grandes cambios sociales, debido al hundimiento de sus partidos de masas y sindicatos de clase. Su influencia en el mundo del trabajo ha ido decayendo, al tiempo que el poder del Estado decrecía -desde los años ochenta- en favor del sector privado. Por eso hoy el progresismo se entrega a una especie de inquisición moral, alimentada por la velocidad y voracidad de las redes sociales.
En el largo artículo de Buruma se usa una expresión muy elocuente: lucha de clases equivocada. Esto ocurre "cuando a los europeos críticos con la UE se les desestima como 'xenófobos'. O cuando se llama 'racistas' a quienes se quejan de no sentirse como en casa en sus viejos barrios. En algunos casos, o tal vez incluso en muchos, esas etiquetas pueden ser apropiadas. Pero las pretensiones de superioridad moral tienen un fuerte aire de hipocresía cuando aquellos que se benefician de un orden político particular pretenden también tener autoridad moral y denuncian a sus críticos como pecadores perversos. Peor que esto: el moralismo de la política cultural y la insistencia obsesiva en la raza, el sexo y el género entierran a menudo el problema fundamental de nuestro tiempo: la peligrosa distancia entre ricos y pobres", lamenta Buruma.

¿Sabes cuál es mi problema con los marxistas estadounidenses? Todos son niños ricos blancos que te sermonean

Resulta revelador que la izquierda hable tan poco sobre clases sociales en una época en la que se han disparado los precios del acceso a las universidades y en la que los apellidos de las élites progresistas se repiten cada vez más en los centros de poder, creando una especie de aristocracia política. De todas las discriminaciones existentes (racismo, machismo, colonialismo…) parece que la única que no merece atención sea el clasismo. El politólogo Mark Lilla explicó hace unos años una experiencia universitaria que ayuda a comprender estos procesos: su madre era enfermera, mientras que su padre trabajaba en la cadena de montaje de General Motors. En 1974, con mucho esfuerzo y una beca, consiguió acceder a la universidad de Michigan. "De pronto, los hijos de ejecutivos de Ford empezaron a sermonearme sobre la naturaleza de la clase trabajadora", recuerda. Un reproche idéntico exponía el escritor punk Jim Goad, autor del 'Manifiesto redneck': "Es difícil no interesarse por la lucha de clases cuando vienes de un entorno obrero y ves que otros niños del colegio lucen los correctores bucales que tu familia no se puede permitir. ¿Sabes cuál es mi problema con los marxistas estadounidenses? Todos los que me he encontrado son niños ricos blancos que te sermonean sobre cómo deberías sentirte por pertenecer a la clase trabajadora", compartía.

Vivimos un momento donde prácticamente no existe el negacionismo en el debate público. Los medios de comunicación progresistas acusan de esta postura a Vox, al trumpismo o a Andrjez Duda, presidente de Polonia, pero la actitud mayoritaria de estos agentes políticos no es negar los datos, sino defender una "transición justa", donde el reparto de los costes no recaiga en los sectores o países más pobres, ni se limite a someterse a la Agenda 2030. El Gobierno polaco anunció el pasado agosto su intención de presentar impugnaciones contra dos leyes ambientales de la Unión Europea: el Mecanismo de Ajuste Fronterizo de Carbono (CBAM) y el Sistema de Comercio de Emisiones (ETS). ¿Está Francia tratando de ganar un conflicto político por intimidación en vez de usando el debate y la negociación?

De aprobarse la ley francesa, tendremos una polémica con ecos del gran escándalo académico de 1979, cuando el profesor de literatura Robert Faurisson remitió dos cartas a 'Le Monde' afirmando que las cámaras de gas nunca existieron. Más tarde publicó sus tesis en forma de ensayo, colocando como prólogo un texto de Noam Chomsky titulado "Comentarios elementales sobre la libertad de expresión", sin pedir permiso al autor. Faurisson fue condenado a tres meses de prisión, que luego fueron suspendidos, y unos tres mil euros de multa. La actitud de Chomsky fue defender el derecho del profesor a publicar sus textos negacionistas: "Es elemental que la libertad de expresión (incluyendo la libertad académica) no puede ser restringida a los puntos de vista que uno aprueba, y es precisamente en el caso de puntos de vista que son casi universalmente descartados o condenados que este derecho debe ser defendido con mayor fuerza", argumentó Chomsky. ¿Tendremos que insistir en algo tan obvio dentro de tres meses?

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