Una mujer coloca una maceta en su ventana justo el día en que ETA anuncia el fin de su carnicería. La mujer se llama Bittori. Ahora que "esos" no matarán más, volverá al pueblo, dice ante la tumba de su marido, Txato, un empresario asesinado por la banda unos años atrás. Es su pueblo, su casa y volverá. Un geranio rojo en la ventana del piso cerrado durante años anuncia su regreso. Nunca una maceta fue más clara: tiene derecho a volver. Así comienza Patria (Tusquets), la historia que Fernando Aramburu dedicó a los años del terrorismo en el País Vasco y que se convirtió en uno de los libros más importantes de los últimos años.
Publicada en 2016, la novela se convirtió en una pedrada que reventó el cristal del terror etarra en el País Vasco, un fenómeno que lo destruyó todo... hasta la posibilidad de contar lo que había ocurrido. Patria es el intento por retratar el silencio y el dolor que arrebató a las víctimas incluso el derecho a reclamarse como tales. En la novela, y por su bien, la familia aconseja a Bittori no hacer referencia a ETA en la lápida de su marido e incluso hasta su hija le sugiere que no coloque la fecha de la muerte –del asesinato–, para evitar pintadas y humillaciones. Más que enterrarlo, dijo entonces Bittori, a Txato parecía que lo escondían.
La relevancia del libro convirtió Patria en un auténtico fenómeno, porque ponía el dedo donde más dolía. Es una enorme fotografía colectiva. Aramburu levanta una estructura coral, sintética, un rompecabezas con nueve historias, las de los miembros de dos familias que componen una tragedia. Nadie pudo permanecer indiferente ante esa novela: unos por sentirse reflejados en el sufrimiento y otros por encontrarse retratados en el miedo y el silencio que convirtió a muchos en cómplices. Aramburu fue valiente y honesto escribiéndola.
Hasta la publicación de Patria, los precedentes sobre un relato del terrorismo etarra se repartían entre La carta, un libro de Raúl Guerra Garrido que se centra en la víctima, y Cien metros, de Ramón Saizarbitoria, que focaliza la narración en la experiencia de un terrorista. Aquellos libros proponían dos vías que apenas se habían cruzado en un mismo relato hasta que Aramburu lo hizo en Patria: una novela de las víctimas, de los cientos de ciudadanos asesinados, hostigados y triturados moralmente por el peso de una violencia que llegaba a todos lados y se metía en cada resquicio de las casas, como demuestra Aramburu en las páginas de aquella historia.
Patria es una novela de las víctimas, de los cientos de ciudadanos asesinados, hostigados y triturados moralmente por el peso de una violencia que llegaba a todos lados
Una novela así escuece y lo hará todavía más cualquier lectura e interpretación de ella. La polémica surgida a raíz del cartel promocional de la adaptación que ha hecho Aitor Gabilondo de Patria para HBO muestra muy bien la profundidad de esas heridas. Y lo hace, porque algo tan complejo como lo que ocurrió en el País Vasco y lo que Patria narra está mal representado en una imagen insuficiente y que cae en el equívoco que Aramburu evitó. De un lado una una mujer llorando la muerte de una de las víctimas de ETA, y al otro lado a un etarra supuestamente torturado por la policía. Patria es mucho más que eso.
Ante la exigencia de muchas víctimas de retirar la imagen de HBO, el propio Fernando Araburu aclaró que había sido un desacierto, que se debía a una estrategia de marketing, pero que no reflejaba la fidelidad con la que Aitor Gabilondo adaptó su novela a lo largo de ocho capítulos. El relato de Patria está jalonado por muchos otros matices y voces. No es el cartel de HBO. Es una tragedia tan profunda que escuece en cualquier intento por simplificarla, algo que Aramburu evita y que, justamente por doloroso y complejo, hasta entonces nadie se había atrevido a hacer. Él sí. La vida no es la gresca de Twitter ni el brochazo del marketing, la literatura tampoco.