El sonido de la muerte es el de la cremallera que cierra la bolsa en la que se guarda el cuerpo que yacía sobre la cama. A continuación llegan los trámites, las tradiciones, los ritos y el relato de cómo ocurrió. Antes y después, la vida. Pilar Palomero trata de acercar al espectador a los aspectos más luminosos y tangibles de la existencia a través de lo inevitable y lo único sobre lo que existen certezas en su película Los destellos, una de las cintas más aplaudidas de la Sección Oficial a concurso de la 72 edición del Festival de San Sebastián que acaba de terminar.
Patricia López Arnaiz, ganadora hace apenas unos días de la Concha de Plata del Zinemaldia a la mejor interpretación protagonista por este papel, da vida a una mujer que acepta la petición de su hija (Marina Guerola) de ayudarla en los cuidados de su padre (Antonio de la Torre), que sufre una enfermedad terminal, y de quien ella lleva varios años separada.
Palomero, que debutó en el largometraje con Las niñas (ganadora en la 35 edición de los premios Goya, en 2021) y que sorprendió dos años después con La maternal, adapta en esta ocasión la novela Un corazón demasiado grande, de Eider Rodríguez, un relato que tiñe de costumbrismo y naturalismo para apelar a los recuerdos del espectador, a las sensaciones tan asumidas y cotidianas sobre un final inevitable, y abordar así asuntos como la bondad, tal y como ha contado a Vozpópuli durante una entrevista realizada en el marco del certamen donostiarra.
P. ¿Qué asuntos te interesaron de esta novela y por qué aceptaste el reto?
R. Fernando Bovaira, de MOD Producciones, me propuso hacer una adaptación del relato de Eider Rodríguez. Yo no había leído nada pero ahora ya soy fan absoluta. En mis planes no entraba hacer un encargo, pero leí el relato y vi que me daba posibilidades, en primer lugar porque había una construcción de personajes que eran muy complejos, muy contradictorios y que parecían estar en una situación muy fuerte, en la que te planteas qué harías si tu hija te pide cuidar de tu exmarido con el que no te hablas. Ese fue el primer impacto, pero lo determinante fue que si convertía la película en un proyecto propio podía volcar los temas que más me han obsesionado en mi vida, y reflexionar y profundizar sobre cómo vivir de cerca la muerte de alguien te hace abrirte más a la vida, estar más presente.
"Viví la experiencia de la pérdida de mi padre y a veces tenía la necesidad de hablar, pero eso generaba incomodidad"Pilar Palomero, directora
P. Hablas de enfrentarse a la vida a través de la muerte. En una escena de tu película, unos médicos de paliativos tienen esas conversaciones con el personaje que interpreta Antonio de la Torre que todos evitan en el presente.
R. Cuando sale el tema de un fallecimiento, todos hacemos cosas raras, porque da mucho miedo y no nos queremos morir, la mayoría. Cuando yo comencé a hacer mío el relato, hubo dos referencias que para mí fueron fundamentales. Una de ellas, el documental Los demás días, dirigido por Carlos Agulló, que trata sobre un equipo de cuidados paliativos que son los que aparecen en la película. Me hizo daño, porque es muy duro, pero me hizo darme cuenta de que no querer ver esta realidad al final es muy hipócrita, y estar en contacto con médicos me ayudó mucho. Tienen un nivel de sabiduría y de conocimiento de la humanidad mayor, porque se enfrentan a situaciones tan extremas y dolorosas y tienen la capacidad de empatizar. Cuando hablaba con ellos, tenía claro algo que quería ver en el guion: me repetían siempre que la gente piensa que los cuidados paliativos sirven acompañar en la muerte, y en realidad es para hacer mejor la vida hasta que llegue ese momento. Es algo que he tenido a fuego durante todo el rodaje. Quiero que esto sea un rodaje sobre la vida, no sobre la muerte. Ojalá la gente que vea la película sienta una invitación a disfrutar del ahora, sin que suene a filosofía barata de Wr. Wonderful. También, leí un artículo de El País titulado 'Conservaos buenos', firmado por Maribel Andrés Llamero, que habla del fallecimiento de su padre y cómo se despidió él de la vida. Me desprendió mucha melancolía por dejar la vida, por perderse la belleza que tiene la vida, por dejar de experimentarla.
P. ¿Tiene la sensación de en estos tiempos de inmediatez se dejan de lado ciertos ritos que, más allá de las creencias, ayudan a vivir el duelo?
R. Y también a poder hablarlo con más naturalidad. Yo viví la experiencia de la pérdida de mi padre, y a veces tenía la necesidad de hablar, pero eso generaba incomodidad. Lo puedo entender, porque también he estado en el otro lado. Es algo que nos produce tanto miedo y tanto dolor, que ojalá la película se pueda ver como una invitación a ver la vida, la certeza que tenemos. Ser más conscientes del presente.
P. A pesar de ser un encargo que has llevado a tu terreno, los personajes se enfrentan en tus tres películas a problemas que, como niñas o adolescentes, se les quedan un poco grandes, que son difíciles de abordar.
R. No soy muy consciente de ello, y me comentan mucho que en las tres películas se habla mucho de la relación entre madre e hija, pero yo, como directora, no soy consciente de cómo se están sucediendo los proyectos, cómo van llegando. Veo claramente que eso está ahí. Aquí el tema es que el conflicto estaba claro en el relato de Eider, a lo que se tiene que enfrentar la hija, pero es cierto que he sentido fascinación, me hablaba mucho. Tiene lógica que sea un asunto que comparten las tres películas.
P. En las tres películas, también las actrices jóvenes debutan en el cine.
R. La búsqueda ha sido distinta porque buscábamos todo tipo de perfil, tanto si habían estudiado interpretación como si no. Marina Aguerola nos cautivó. Intento encontrar gente que en la primera impresión veo que tienen mucho que ver con el personaje, algo que no depende de la transformación, sino del alma que traspasa. En la película ella es dura con su madre, da un golpe sobre la mesa, pero tiene muchísima luz esa capacidad, dentro de la tristeza que siente, de sonreír a su padre y dar lo mejor de ella.
Patricia López Arnaiz y Antonio de la Torre
P. En cuanto al trabajo con Patricia López Arnaiz y Antonio de la Torre, ¿cuál fue el camino para unos personajes en los que tienen tanto peso las sutilezas?
R. Hicimos unas dos semanas de ensayos, un tiempo en el que hacemos muchas improvisaciones y hablamos de lo que han vivido los personajes. Hablamos mucho, porque cuando empieza el rodaje somos colegas, necesito que haya cierta confianza. En las improvisaciones hubo muchos hallazgos en el pasado de los personajes que al final tienen que ver mucho con nosotros. Después, en el rodaje, fui con un decálogo que pasé a todo el equipo, y una de ellas era no ceñirnos siempre al guion para estar atentos por si ocurrían cosas, que finalmente ocurrieron. Ellos dieron pie.
"Solo pude hacer una toma de esa escena porque me rompí. Empezamos a rodar, dije "acción", empezó a sonar la cremallera, me encerré en la habitación y me tuve que quedar allí"Pilar Palomero, directora
P. En los últimos años da la sensación de que el cine se mueve por temas, y quizás es una coincidencia o no, pero cada vez más películas hablan de la muerte, como es el caso también de la nueva cinta de Pedro Almodóvar, La habitación de al lado. ¿Por qué?
R. Nos da miedo, nos aterra, y es lógico, porque no tenemos ni idea de qué pasa después. Nos da miedo el dolor, sufrir, la enfermedad. Cuando surge esto, es que es algo que nos inquieta y que estamos un poco educados en no hablar sobre ellos. En generaciones anteriores, como la de nuestras abuelas, se tenían ocho hijos y morían tres. La muerte era algo que estaba mucho más presente. Hoy en día, afortunadamente, es menos habitual, pero es la única certeza que tenemos.
P. Hay un naturalismo y un costumbrismo en varios detalles con los que se habla de la muerte, como el momento en el que la madre y la hija están en el pasillo, y lo inevitable se evoca a través de sonidos banales.
R. Solo pude hacer una toma de esa escena porque me rompí. Empezamos a rodar, dije "acción", empezó a sonar la cremallera, me encerré en la habitación y me tuve que quedar allí. Todo el equipo fue muy respetuoso. No la revisé y no hubo una segunda toma. Hubo un momento en que dejé de mirar al monitor. Estaba solo escuchando y solo oía las cremalleras. Eso es exactamente lo que sentí. No lo quiero llevar a la tristeza de todo esto. Había escenas que no quería meter en el guion, pero hay momentos en los que estás eligiendo si quieres pino, granito... De repente, hay un costumbrismo.