En el siglo XVI, el mundo comenzó su Primera Globalización con la llegada de España a América. Este nuevo continente descubierto en tiempos de los Reyes Católicos cambió el esquema mental recogido en los clásicos europeos. El concepto de Non terrae plus ultra –“no hay tierra más allá” de las Columnas de Hércules- previo al descubrimiento, se desmoronó. Este elemento de sobrepasar los límites establecidos marcará el punto diferencial del Imperio hispánico en Europa y al otro lado del Atlántico.
La realidad es que existía otro Imperio con un poder supremo en el continente asiático, capaz de plantar cara -si hubiera querido- a la familia real de los Habsburgo: la China de la dinastía Ming. Quizás, su cultura más cerrada le impidió demostrar su potencial al mundo de la época. El Imperio hispánico dio con China, y no viceversa. Estas ansias de conocer fue lo que motivó a Diego de Pantoja a ser el primer español en pisar suelo chino en el siglo XVI, donde topó con una civilización tan avanzada que fue capaz de construir la Gran Muralla, inigualable en la Europa de entonces. Este cabalgar entre dos cosmovisiones tan diferentes hacen de este jesuita un misionero que merece ocupar un puesto entre los grandes personajes de la historia de España.
El investigador que más ha trabajado la figura de Diego de Pantoja (1571-1618) es Ignacio Riera Ramos, quien destapa en su entrevista en Trincheras Ocultas, al jesuita español nacido en Valdemoro (Madrid): “Él siempre quiso ser misionero y a los 18 años entró en la Compañía de Jesús”. Su interés por China creció en un momento donde las informaciones sobre aquel Imperio fueron un auténtico “boom” en España, sobre todo a raíz del libro publicado por Juan González de Mendoza: La historia del reino de China (1585).
“Diego de Pantoja tuvo que aprender a hablar chino”
La compañía de Jesús, a la que pertenecía, era una orden religiosa a disposición del papa. Las expediciones a China dependían de las de Japón, donde ya hubo excepciones de españoles enviados a evangelizar aquellos territorios, como el misionero Francisco Javier. Pero todo aquello dependía de Portugal, “los portugueses y los italianos querían defender lo propio, por miedo a la potencia hegemónica de aquel momento”. Esta historia variará ligeramente con la anexión de Portugal al Imperio de Felipe II.
Portugal, el reino clave
En 1580, el Imperio hispánico incorporó Portugal, un reino clave para las aspiraciones universales de Felipe II, ya que, si no llega a ser por los portugueses, la idea de que un español viajara a China en el siglo XVI se antojaba imposible. Esta corona contó con los regímenes de padroado -acuerdos alcanzados con la Santa Sede en los que cedía al rey de Portugal el derecho exclusivo a evangelizar las tierras descubiertas-, que causaron muchas tensiones entre españoles y portugueses en el continente asiático.
Por esta situación, Riera Ramos asegura que “Diego de Pantoja es una excepción, ya que se coló en un lugar donde no le tocaba a un castellano colarse. Por eso es tan excepcional su historia”. La expedición mediterránea enviada a China contó con portugueses e italianos, siendo Pantoja el único español, “fue siempre un extranjero entre extranjeros”.
El choque cultural con China
Diego de Pantoja topó con un mundo por un lado confuciano, por otro con tradiciones budistas, y también con una religiosidad de corte taoísta y chamanista. Los misioneros hablaban del “bien de aquella gentilidad”. El objetivo principal de los jesuitas fue el de expandir la Santa Ley -la implantación de la Iglesia- y la salvación del alma -bautizar a los naturales-. El vocablo “evangelizar” nunca fue empleado.
El choque de los europeos con Oriente no tuvo nada que ver con el encuentro con América, ya que las civilizaciones estaban muy hechas y eran refractarias a los cambios. “No es lo mismo establecer contactos no bélicos en una isla donde la gente va en taparrabos portando arcos y flechas, a un lugar donde hay una Gran Muralla China”, asegura Ramos Riera. Este impacto de una realidad diversa a la conocida requirió un acercamiento diferente, sobre todo a nivel filosófico y teológico.
“Un jesuita propuso a la Monarquía Hispánica invadir China”
En China, el santo y el sabio era lo mismo, no diferenciaban entre ambos, como sí ocurría en Occidente: “podías ser muy sabio, pero no ser considerado un ejemplo canonizable”. La pregunta que piensa el entrevistado que se hicieron en aquel momento aquellos religiosos es “si Confucio para ellos es un sabio, ¿habrá que incluirle en el catálogo de los Santos?”.
Para superar estos retos, Diego de Pantoja tuvo que aprender los caracteres japoneses, que eran los mismos con los que escribían los chinos. Aunque lo realmente difícil fue calcar los tonos de las lenguas habladas, ya que en este aspecto, el chino era más complicado que el japonés.
Felipe II y Diego de Pantoja
Felipe II murió cuando Diego de Pantoja llevaba un año en Macao. El monarca tuvo constancia de su viaje pues el que reclutó al protagonista, Diego de la Mata, le informó de su misión. Lo que más sorprende es como “un jesuita de nombre Alonso Sánchez propuso a la Monarquía Hispánica invadir China”, comenta en tono jocoso el investigador. Esto rondó por la cabeza del monarca durante un tiempo.
Aunque siendo realistas, si Felipe II hubiera preguntado a Diego de Pantoja por el proyecto, este lo hubiera desaconsejado tajantemente. Él fue testigo ocular de la grandeza demográfica y militar de la dinastía Ming. Un imperio que no se cuestionó el ir plus ultra, lo que hizo muy difícil el encuentro entre los dos monarcas más poderosos del mundo. Aun así, hubo un diplomático jesuita, que se atrevió a ser el primer europeo en entrar en la Ciudad Prohibida para enseñar al emperador chino que su rey también tenía tecnología avanzada, portando unas láminas del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial: el complejo arquitectónico de referencia en la Europa del XVI.