Cultura

¿Por qué nuestra época es nostálgica?

En todo cuanto amamos percibimos la amenaza de una desaparición inminente, en todo entrevemos la negra sombra de la provisionalidad

Suele decirse que nuestra sociedad es nostálgica, y yo supongo que la afirmación es verdadera. La añoranza de tiempos pretéritos ―los ochenta, ayer; los noventa, hoy― y la insatisfacción con los actuales es cada vez más frecuente. Uno de los éxitos literarios de los últimos años, la excepcional Feria de Ana Iris Simón, lamenta la ausencia de unas formas de vida que se nos arrebataron hace décadas y que acaso no recuperemos nunca. Pero hay otros indicios. Los conciertos de los Hombres G, grupo madrileño que no compone una canción digna de ese nombre desde hace tres décadas, siguen concitando multitudes que ya desearían para sí muchos artistas posteriores. En política, además, prosperan discursos que se sublevan contra el principio del progreso y en los que subyace la idea de que nuestros padres vivían mejor que nosotros.

Ante este esplendor de la nostalgia, muchos se limitan a señalar su naturaleza inequívocamente negativa. La presentan como una mezcla de evasión e irrealidad. Son nostálgicos quienes rehúyen los desafíos y las dificultades del presente para regodearse en un pasado hecho a su medida. Son nostálgicos quienes exacerban lo peor de su tiempo para a continuación juzgarlo a luz de una visión ficticia, mítica, idealizada de un tiempo anterior. La nostalgia ―dicen sus críticos― es perniciosa porque impide a quien la profesa habitar su realidad y amarla, porque le hace patológicamente insensible a los prodigios y enfermizamente sensible a las calamidades. El nostálgico, sentencian, oscila entre una irracional idolatría de otro tiempo y un corrosivo desprecio del suyo.

Acaso esta concepción de la nostalgia sea verdadera. Yo intuyo que no, pero no me voy a detener demasiado en eso. Más que lamentar la nostalgia o bendecirla, más que entregarnos a lo jeremíaco y añorar nostálgicamente los tiempos en los que no había nostalgia, hemos de buscar las razones de su actual vigencia. ¿Cabe imputarle al hombre contemporáneo el pecado de llorar tiempos pretéritos? A mi juicio, la nostalgia es tan sólo el reverso oscuro ―o luminoso, según quién lo mire― de la innovación. Cuanto más frenéticos sean los cambios, mayor será también la nostalgia. Nuestro presente es tan fugaz, tan esquivo, que a veces sólo nos queda añorar nuestro pasado. El nostálgico de hoy se aferra a un bien que se le ha arrebatado de improviso. La nostalgia es la mueca que el hombre contemporáneo esboza ante el cambio vertiginoso, es el signo de que acaso necesitemos permanencia más que novedades, renovación más que innovación.

Nostalgia y vértigo

Alguien podría objetar que le atribuyo a este tiempo fenómenos que han acaecido siempre: innovación, cambio, progreso. La certeza de una pérdida futura ha oscurecido la felicidad del hombre de todas las épocas. Una de las pocas certidumbres a las que podemos aferrarnos es que el tiempo nos desposeerá de las bendiciones de las que hoy gozamos. "No hay nada que la edad respete", dice un sentencioso Dante en su Comedia. Todo esto es verdad, sin duda, pero también lo es que vivimos un frenesí inédito. Nuestra época, pese a lo que proclaman los adanistas consagrados a la ocultación de sus vergüenzas, sí es peculiar en al menos un sentido: en todo cuanto amamos percibimos la amenaza de una desaparición inminente, en todo entrevemos la negra sombra de la provisionalidad. Aun sabiéndonos abocados a perder algún día lo que ahora tenemos, sospechamos que en esta época se nos arrebata demasiado rápido. Nuestros bienes, los motivos de nuestra dicha, son tan escurridizos como el humo que el niño desea encarcelar entre sus manos. Las cosas viven como al margen de los más naturales procesos: ya no mueren tras una lenta agonía, sino en el mismo instante de su esplendor.

¿Cómo no ser nostálgicos cuando los cambios se suceden tan rápido que apenas nos dejan querer lo que ahora tenemos?

¿Cómo no ser nostálgicos cuando nuestra infancia, esa feliz infancia que transcurrió entre juegos, risas y riñas, apenas se asemeja tenuemente a la infancia de hoy, viciada por los dispositivos? ¿Cómo no ser nostálgicos cuando los hermosos paisajes de nuestra juventud han sido devastados por el progreso? ¿Cómo no ser nostálgicos cuando cambiamos de mujer como de calcetines, cuando al amor para siempre le ha sustituido el amor mientras me «rente»? ¿Cómo no ser nostálgicos cuando los cambios se suceden tan rápido que apenas nos dejan querer lo que ahora tenemos? A los detractores de la nostalgia habría que conminarlos a serlo también de la innovación. La añoranza es tan sólo el fruto indeseado del cambio; sólo será moderada, razonable, mientras éste también lo sea.
Hay una verdad que ningún hombre sensato debería ignorar: en el origen de la nostalgia desaforada que muchos lamentan no hay otra cosa que el vértigo innovador que esas mismas multitudes bendicen.

.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli