Ignacio Juliá es una de las firmas más respetadas de la crítica rock en castellano (sino la que más). Su prosa enérgica, elegante y escéptica ha sido una escuela para muchos periodistas. Es uno de los fundadores de Ruta 66, que nació en mitad de una década -los ochenta- y una ciudad -Barcelona- donde la cultura rock se percibía como propia de dinosaurios culturales. Treinta y cinco años después, el invento sigue vivo y coleando, para regocijo de su fiel parroquia y de una nutrida tropa de músicos que les han enviado sus felicitaciones en formato vídeo, entre ellos Andrés Calamaro, Miguel Ríos y Elliott Murphy. Hoy Juliá puede presumir de la supervivencia de su publicación y de una nutrida bibliografía que incluye títulos sobre Lou Reed, Bruce Springsteen y Sonic Youth, además de dos recomendables recopilaciones de artículos (casi todo publicado en la editorial Alterna). Larga vida al rock’n’roll.
Pregunta: Usted que vivió una época dorada de la prensa cultural, ¿cómo valora la situación en 2020?
Respuesta: No sabría decir si Ruta 66 fue alguna vez prensa cultural, pues el asunto que tratamos, el rock’n’roll por así decirlo, fue primero sarpullido artístico y negocio incipiente, luego moda y por lo tanto abrevadero comercial. Y nunca se ha valorado, en este país, como parte de la cultura ‘importante’; basta con ver el espacio que se le otorga en los medios generalistas. Toda expresión es cultura, así que quizás lo fuimos. En cuanto a la situación actual de la prensa cultural de hoy, la veo abundantísima y variopinta, mucho más que cuando salimos con Ruta 66 en 1985. Pero quizás aquella labor de información cultural era más necesaria y esencial en aquel entonces.
P. ¿Qué época de la revista recuerda como la más brillante y divertida?
R. Los primeros años fueron vibrantes, por el desafío, la aventura, la enorme sensación de estar rescatando aspectos del rock que en este país habían sido acallados por la dictadura, los ásperos cantautores y la pachanga. Fueron años de consolidación del carácter singular de la publicación y de una respuesta activa desde los lectores y los músicos. Y también la estabilidad de los últimos años, ya en color, más abierta a la música rock en general. Sin el aspecto fanzinero de antes, pero con mayor profesionalidad. Treinta y cinco años después, nadie es quien era.
"Cada portada con un grupo español ha sido un bajón de ventas", explica
P. Se lleva diciendo que el rock ha muerto desde finales de los años cincuenta, pero hoy parece que hay más argumentos que nunca. Gene Simmons de Kiss acaba de afirmarlo y la verdad es que no ya no se ve apenas recambio para los grandes grupos, más allá de propuestas descafeinadas como Imagine Dragons.
R. También se murió el jazz, y sigue produciendo artistas que me interesan muchísimo: Shabaka Hutchings, James Brandon Lewis, Nubya García… El rock se está muriendo desde su mismo nacimiento, cuando Elvis se fue a la mili y palmó Buddy Holly, pero sigue practicándose como ejercicio de estilo o como vehículo creativo todavía moldeable hacia el futuro. A veces, quien no estuvo en la fuente original o en sus años pujantes, necesita matarlo para saber qué se siente experimentando un acto histórico que ya no volverá. Somos así, qué se le va a hacer.
P. Como lector, creo que se puede reprochar a la revista el desdén hacia el rock cantado en castellano. ¿Se tardó demasiado en dedicar un artículo largo a Andrés Calamaro? ¿No debería cubrirse en la revista a una estrella como Leiva? ¿Se ha pecado de anglofilia? ¿De rechazo a todo lo que no fuera 'underground'? En este numero, escogen los 25 mejores conciertos a los que asistieron durante la historia de la revista y solo hay un grupo español: la Banda Trapera Del Río.
R. Todas esas acusaciones son ciertas, o no, depende desde donde las observes. Lo que está claro es lo siguiente: portada de grupo español igual a bajón de ventas. La primera vez que lo viví fue en uno de los primeros números de Rock Especial, en los primeros ochenta: las ventas iban al alza hasta que sacamos en portada a Javier Gurruchaga, en pleno apogeo de la Orquesta Mondragón. Esto es así. Por otra parte, como editor, mi trabajo mensual consiste básicamente en cambiar “show” por espectáculo y “frontman” por líder unas cuantas veces en los textos que recibimos. No molan los anglicismos facilotes; ni los tópicos recurrentes. Y, caramba, dimos más cobertura a la escena española de rock, blues, garage, punk, pop, soul y demás, que la mayoría de cabeceras musicales.
P. Cuando entrevisté a Alfred Crespo -otro de los directores- por el 30 aniversario de la revista, me decía que “hay mucho rock en la derecha: Carla Bruni empezó con Eric Clapton y acabó con Nicolás Sarkozy”. ¿Se ha convertido el rock en un adorno estimulantes para marcas, anuncios y fiestas de clase alta?
R. Los bluesmen originales tocaban en programas radiofónicos patrocinados por la harina King Biscuit, marca que seguía patrocinando a bandas rock en los setenta. Esto ha sido siempre así; menos en el caso de puristas muy loables como Neil Young. Donde hay espectáculo, hay posibilidad de negocio colateral. En cuanto a política, cuanto más tienes, más conservador te vuelves, seas Paquirrín o Eric Clapton. En cualquier caso, del rock se vende la imagen superficial, que es la que es, y a mi jamás me ha interesado.
"Todo crítico cultural es un impostor; en eso nos parecemos mucho a los artistas", destaca
P. Me gustaría que hiciese una valoración de la música y la cultura contemporánea.
Jamás osaría, a mis sesenta y cuatro años, dar una opinión fuerte sobre las músicas que hacen y disfrutan artistas que podrían ser mis nietos. Porque cuando tenía veinte años padecí sonriente lo que mis mayores opinaban sobre los discos que yo escuchaba; un feroz distanciamiento generacional que a partir de mi quinta creo que se ha ido difuminando bastante. Cada cual se divierte con lo que tiene o lo que puede; y no es cuestión de edad, si no un ámbito mucho más transversal. El arte no es más que un pasatiempo que nos distrae de la rutina de vivir y de la simpática idea de la muerte como única razón lógica de la vida. Lo demás son gilipolleces…
P. Mójese un poco: ¿cuáles han sido sus firmas preferidas de la revista?
R. Nunca digo nombres; no soy un chivato, tómese con ironía. Pero sí puedo afirmar que durante el cambio de siglo llegaron a la revista firmas muy jóvenes, que habían quizás aprendido el oficio leyéndonos, y ya razonaban y escribían mejor que los fundadores de la cabecera a su edad. Creo que esto ha ayudado enormemente a conservarnos con vida en el quiosco.
P. Para terminar, hablemos de su proyectos. ¿Algún nuevo libro a la vista?
R. El único proyecto es sobrevivir a la situación actual —médica, laboral, política, existencial—, y seguir pensando y escribiendo sobre lo que me emociona, con la ilusión de que se transmita al lector o lectores. Todo crítico cultural es un impostor; en eso nos parecemos mucho a los artistas.