Intriga, psicosis, delirio y miedo. Llaman a la puerta, el nuevo título de M. Night Shyamalan, basado en la novela La cabaña del fin del mundo (Nocturna Ediciones), de Paul Trembley, es un thriller que cuenta con todos los elementos posibles para convertirse una película de género sin fisuras. Tal y como uno se imagina al ver esta cinta, una de las más esperadas del año, el director responde a muchas de las cuestiones sobre las que lleva preguntándose desde el comienzo de su trayectoria en películas como las célebres El sexto sentido (1999), El protegido (2000) o El bosque (2004).
Sin embargo, da la sensación de que en un giro evolutivo dentro de su carrera o quizás debido a su madurez artística, el cineasta se ha cansado definitivamente del artificio, del truco, del giro inesperado y barato que uno espera cuando se le presenta una trama en cierto modo inverosímil, con unos personajes en los que uno se ve obligado a buscar las grietas y las características más rocambolescas para dudar y eso, para esta redactora de Vozpópuli, es un acierto.
La desconfianza se convirtió en las gafas 3D con las que uno entraba en la sala para ver cualquier película de Shyamalan hace veinte años y ahora el efecto óptico es diferente, porque la naturalidad y la evidencia han quitado espacio a la trampa y al ilusionismo, como sugirió hace dos años en Tiempo (2021). La labor de este cineasta de éxito ya no es conducir al espectador a la sorpresa, sino conseguir veracidad en lo que cuenta -no sin sumar muchos grados de incredulidad y de tensión- y hacer posible lo imposible en busca de un mensaje de esperanza o desesperanza, según uno lo interprete.
La labor de este cineasta de éxito ya no es conducir al espectador a la sorpresa, sino conseguir veracidad en lo que cuenta
Lo importante en Llaman a la puerta es el dilema que plantea al espectador, que es el mismo que se plantea a los protagonistas: una pareja formada por dos hombres (Jonathan Groff y Andrew Ben Aldridge) y su hija de ocho años. En sus idílicas vacaciones a orillas de un lago en una zona boscosa en plena naturaleza, un lugar sin cobertura y aislado del ruido, reciben una visita que les inquieta.
Dos hombres y dos mujeres armados con herramientas de gran tamaño (interpretados por Dave Bautista, Nikki Amuka-Bird, Abby Quinn y Rupert Grint) les obligan a dejarles entrar en la casa. Una vez en el interior, les piden que elijan entre una de sus tres vidas y la del resto de la humanidad, a la que asolaran varias plagas si no siguen sus órdenes. ¿El fin del mundo o el de su familia? Shyamalan dispara esta pregunta sin piedad, al tiempo que te hace sonreír con uno de sus cameos.
Shyamalan, el rey de la tensión
Shyamalan vuelve a jugar con la amenaza y el miedo, como ya hizo no hace tanto en La visita (2015), y recurre para ello a un espacio pequeño y angustioso -el interior de una cabaña en el bosque- y a unos pocos personajes capaces de generar tensión durante casi la totalidad del metraje. En su hora y media de duración, nadie puede evitar agarrarse a los reposabrazos con más o menos intensidad en alguno de los momentos clave de la trama, e incluso la cámara se comporta como un observador, a veces con una presencia indudable y en ocasiones como un curioso que mira y acecha desde lejos o incluso a través de la ventana.
La película arranca con mucha fuerza e incluso resulta demasiado trepidante en la angustia que consigue provocar a los pocos minutos de arrancar la acción. Llaman a la puerta mantiene en casi toda la cinta esta tensión, a pesar de la sencillez de la historia. Es en la última parte cuando uno se pregunta si quizás los 100 minutos de duración se le quedan grandes, si la narración se agota antes de tiempo, antes de que Shyamalan aporte poco más al planteamiento inicial y su historia, en definitiva, no cuente con más contenido para exprimir. Es una lástima que el espectador tenga la sensación de soltar cabo antes de tiempo.
El apocalipsis según Shyamalan es una pesadilla que se desarrolla en el momento presente, en la era pospandemia, un mundo en el que nadie está a salvo y en el que todo puede ocurrir
El apocalipsis según Shyamalan es una pesadilla que se desarrolla en el momento presente, en la era pospandemia, un mundo en el que nadie está a salvo y en el que todo puede ocurrir. El horror que antes era desgracia de unos pocos, hace no tanto se quedó sin privilegiados, y ahí está el hallazgo del director. Buscar la fragilidad del ser humano, aunque en otro contexto y con otras excusas, vuelve a ser su objetivo. No es la mejor película de Shyamalan, en eso cualquiera está de acuerdo, pero eriza la piel. Con más o menos éxito, ahora su público somos todos.