El pasado jueves se suicidó Oriol Llopis (Barcelona, 1955), carismático periodista musical que enfocaba su trabajo como una estrella del rock. Hedonista y kamikaze, presumía de no haber escrito nunca por encargo. El alcohol y la heroína marcaron su trayectoria, pasando la inevitable factura. “Lo que aportó fue escribir como hablaba. Tenía un estilo afrancesado, que bebía de la revista Rock & Folk. Los artículos de Llopis enamoraron mucha gente, incluida a mí. Sabía escoger a los artistas sobre lo que escribía y no solo te explicaba la música, sino lo que le hacía sentir esa música. Como amiga, a veces me escribía cartas hablando sobre discos y era el mismo estilo que usaba en las revistas”, declara a Vozpópuli la veterana de la industria discográfica Elena Gabriel, compañera en La edad de oro, legendario programa musical de TVE en los años ochenta.
La biografía de Llopis está salpicada de episodios extravagantes, que justifican la leyenda. Su padre fue un ejecutivo de seguros capaz de recitar páginas enteras de Shakespeare en inglés. Alérgico lo establecido, Oriol llegaba a presumir de ser ‘mal profesional’, como explicaba en una espléndida entrevista con Fran G. Matute para la revista Jot Down. Odiaba a Queen y a los dinosaurios progresivos, entre ellos Emerson, Lake & Palmer, de quienes recordaba delirios como un solo interminable de piano que Keith Emerson logró mantener con una sola mano para dar un trago con la otra a una botella de champán. Fue el momento más aplaudido del concierto, confirmando que en esa escena la exhibición era más importante que la emoción sonora. Tituló su biografía La magnitud del desastre: memorias de un rock-critic poco fiable (66 r.p.m, 2012) y reconocía haber saqueado los productos valiosos que encontraba en la redacción de Rock Espezial -discos, tacos de ejemplares- para pagarse sus vicios.
Una vez posó desnudo en las rodillas de Salvador Dalí y contaba que el pintor examinaba a los periodistas que le pedían una entrevista, desafiándoles con preguntas surrealistas como si conocían la leyenda del vellocino de oro. Durante su etapa en Televisión Española, Llopis acompañaba a estrellas ‘underground’ anglosajonas a los toros o a compras químicas. Con la edad, no aflojó el ritmo de intoxicación: el día de la entrevista para Jot Down, en una estación de Sevilla, apareció con un ‘pack’ de cervezas calientes aunque eran las diez de la mañana. Hablamos de alguien que en su etapa de La edad de oro cobraba 250.000 pesetas al mes -¡de 1984!- y cada día pedía un taxi de Madrid a Prado del Rey para que le llevara a los lugares de compra de heroína.
Vuelo literario
Fran G. Matute, crítico literario en El Cultural, califica como ‘prodigioso’ un relato de ficción de Llopis titulado “La época violenta”. Se trata de un texto sobre bandas juveniles con párrafos muy macarras: “Y por fin, un día que los Señores de la Noche vinieron a nuestro local, esperé a que Robin fijase su mirada en mí interrogativamente. Y yo, como quien no quiere la cosa, me saqué la navaja del bolsillo, la lancé al aire y, cuando caía, hice que el dorso de mi mano encontrase la palanca. La navaja se abrió, saltó de mi mano izquierda a la derecha y allí se quedó, girando como un molino de viento atiborrado de anfetas. Y Robin sonrió. Y yo fui el tío más feliz del mundo”. La legendaria agente literaria Carmen Balcells consideró incluir a Llopis entre sus representados, pero finalmente desechó la apuesta.
Las rascadas de guitarra de Sex Pistols valen más que diez horas de floridos puntos de míster Clapton”, sentenciaba
Un ejemplo de su prosa al hablar de música es este párrafo sobre la irrupción de los Sex Pistols: “Cada tema del disco tiene una introducción que se las trae, fuertecita verdad. Un tío que canta como si estuviese vomitando (¿qué más quieres?), otro que rasca la guitarra con una rabia que ya quisieran para sí Wilko Johnson, el Blackmore, el Alvin Lee, el Townsend, el Keith, el Ted Nugent, el…el..el…en fin. TODOS LOS GUITARRISTAS. Y no es que Steve Jones sepa tocar la guitarra muy bien. Pero sus rascadas valen más que diez horas de floridos punteos de míster Clapton”, sentenciaba. No todo era prosa asilvestrada, el propio Llopis recordaba sonrojado una etapa “culta” donde escribió artículos sobre King Crimson rebosantes de adjetivos, influido por la lectura de Alejo Carpentier.
Sus textos son la mejor prueba de que no era propenso a negociar, como explica Gabriel: “Escribió mucho sobre grupos que solo iban a interesar a una minoría, como Johnny Thunders y Golden Earring. Lo que él sabía hacer era embellecer la música con sus sensaciones. En Francia también hay periodistas culturales que ha perdido los nervios: en Rock & Folk hubo quien se suicidó y otros son estrellas de la televisión. Los que fueron listos se aliaron con una discográfica o una promotora, pero Oriol nunca pensaba en el dinero. Yo misma me he tenido que poner a trabajar en un servicio de atención al cliente para poder pagar el alquiler. Diego Manrique me parece un maestro, además de un jefe estupendo, es un gran periodista pero Oriol era otra cosa: un artista, un corazón que hablaba, por muchos defectos que tuviera. Le presté mi casa en muchas ocasiones y nunca me falló", comparte.
Ignacio Juliá, director de la biblia rockera Ruta 66, retrata las grandezas y debilidades del personaje: “Aportó precisamente lo que le faltaba al periodismo musical español, por aquel entonces dominado por gacetilleros y aficionados. Salvo excepciones como Diego Manrique, que conciliaba gran nivel periodístico con enorme conocimiento de causa y una actitud mordiente. Y entonces llegó Oriol, que parecía recién salido de una cara b de los Stones, con su mala vida y sus pintas, su impulso irrefrenable de escritor en ciernes. No tenía grandes conocimientos, se ceñía a sus discos favoritos y se sumergía en ellos hasta que sangraban su esencia”, destaca.
Aristocracia rockera
“En todo lo demás, era un desastre”, prosigue Juliá, “pero en esas inmersiones literarias, que a menudo patinaban a tope si conocías el contexto, establecía una complicidad con el lector que sigue a día de hoy, a juzgar por las condolencias en redes sociales. Era un romántico asalvajado y un seductor capaz de una ternura sonrojante. Le apreciaba mucho, tanto como temía sus llamadas telefónicas a horas intempestivas, que se alargaba durante horas”, añade. Entre los admiradores españoles de Llopis destacan Sabino Méndez, Josele Santiago (Los Enemigos) y Andrés Calamaro, que una vez le saludó besándole la mano, como si fuera aristocracia rockera.
Nos quedan sus textos como testimonio de la España contracultural y como advertencia para quien quiera ir demasiado lejos en el papel de estrella del periodismo rockero
Como era de esperar, su recta final fue problemática, como el estado general de la profesión: “Dejó de ejercer como crítico hace décadas, se quedó colgado en su época… y en Golden Earring. Actualmente hay muchos periodistas culturales que están abocados al despido o el ninguneo, no hace falta recordarlo. Abundan los casos de críticos de cine o música que se han visto en la calle o han debido someterse al dictado editorial de sus cabeceras con salarios reducidos. Y no siempre tienen su reemplazo en los opinadores gratuitos de las webs y las redes sociales; que son otra cosa totalmente y han contribuido a democratizar la opinión pero también a erosionar a los profesionales”, lamenta.
Terminamos: “En los últimos años, Oriol fue muy activo en Facebook, donde seguía regurgitando su cuelgue setentero y su estilo personalísimo, hablándole a su parroquía. Pero, como digo, dejó de ser un profesional al escribir sus últimos textos para Ruta 66. Afortunadamente, pudo publicar sus memorias, La magnitud del desastre, y contar su historia sin pudor ni remordimientos. Ahí están para quien quiera conocerle”, propone Juliá.
Según fuentes conocedoras de su últimos años, su vida cotidiana se había convertido en un tormento, entre visitas al psicólogo e intentos de suicidio. Los intentos para ayudarle por parte de su entorno fueron inútiles, ya que vivía entre el alcohol y los recuerdos juveniles. Quedan sus textos como testimonio de la España contracultural y como advertencia para quien quiera ir demasiado lejos en el papel de estrella del periodismo rockero. No hay duda de que Llopis fue lo más próximo que ha tenido España a los grandes críticos de la era dorada de rock, nombres como Nick Kent, Patrick Eudeline y Lester Bangs, a quienes admiraba. Este oficio requiere más que nunca disciplina militar y negociar con los intereses de los lectores, aunque siempre quedará margen para alguna excepción brillante.