El trapero C.Tangana, sin duda el artista más inteligente de esa escena, tuvo que cancelar su exitosa gira por América Latina por culpa de la crisis del coronavirus. Decidió grabar una serie de vídeos y en el tercero (del martes 3 de abril) compartía una reflexión inesperada: “Hoy he leído en Internet el texto de un doctor indio que dice esto: lavarse las manos es un privilegio, significa que tienes agua corriente; las mascarillas, los guantes y el gel son un privilegio, significa que tienes dinero para comprarlas; el confinamiento es un privilegio, significa que puedes permitirte quedarte en casa. La mayoría de formas de protegerse del virus son solo accesible para gente acomodada. En esencia: una enfermedad que propagamos los ricos mientras volábamos alrededor del globo matará ahora a millones de pobres", compartía.
El filósofo Ernesto Castro capturó el debate al vuelo: “Ya lo dijimos cuando empezó todo esto: el trap, con el coronavirus, está definitivamente muerto. Y el primero en adecuarse a esta nueva situación ha sido C. Tangana. ¿Quién si no? Cambia su discurso por uno más social y sigue con la autodenuncia de sus propios privilegios”, explica. El siguiente lanzamiento del trapero confirma las sospechas. Se trata de una balada melancólica, 'Nunca estoy', con un clip libre de strippers, coches deportivos y bling bling. Tampoco aparece ningún fajo de billetes. Hay citas descaradas a 'Cómo quieres que te quiera' (Rosario) y 'Corazón partío' (Alejandro Sanz). ¿Estamos ante un paréntesis blandito o ante un cambio de rumbo cultural? ¿Seguirá siendo aceptable la ostentación material en el contexto de la dura crisis que ya tenemos encima? ¿Es posible que sobreviva C.Tangana adoptando unos valores similares a los de Ismael Serrano, Chris Martin (Coldplay) o Bono de U2? La paradoja cultural está servida.
La trampa del trap
La conversación puede ampliarse con estas observaciones de Enrique Rey, colaborador habitual en diversas publicaciones culturales. “Una de las cosas que ando pensando sobre el mundo que vendrá es que perderá sentido la obra de los que hubieran sido bohemios hace un siglo y ahora son traperos. La bohemia sólo funcionó por contraste con la opulencia de la burguesía surgida en las grandes metrópolis del XIX. De alguna manera, el gesto principal del bohemio es la renuncia a formar parte del aparato moral y económico de su tiempo. Si ese aparato se desmorona, ya no tiene contra qué declararse en rebeldía. Por eso el bohemio será rebelde pero no revolucionario y por eso nuestra bohemia, menor y tardía, vivió su esplendor durante los años diez y veinte del siglo pasado, una época relativamente próspera en Madrid”, recuerda.
La escritora Natalia Ginzburg recordaba que tras la Segunda Guerra Mundial,todo el mundo se lanzó a publicar revistas que difundían los más altos ideales, mientras había escasez material de casi todo
Luego hace un recordatorio histórico: “Cuenta Natalia Ginzburg que tras la Segunda Guerra Mundial, todo el mundo se lanzó a publicar revistas que difundían los más altos ideales mientras había escasez material de casi todo. Algo así pasará y creo que, al menos durante algunos años, no habrá sitio para la ironía o la ironía sobre la ironía tan característica de Internet y de la que el trap, con su relación ambigua con el consumo compulsivo, ha servido como banda sonora”, remataba Rey.
Venimos de un contexto bastante desmadrado. Con la irrupción del rap gángster, en los años noventa, el hip-hop abandona las historias de barrio para centrarse en la exhibición de coches, mansiones y chicas en bikini. Hoy la inmensa mayoría de los videoclips beben de ese paradigma exhibicionista. En el campo hípster, se apostaba por un postureo simbólico, capaz incluso de reivindicar la pedantería. Recordemos que el periodista Dan Fox se atrevió incluso a publicar un panfleto titulado Pretenciosidad. Por qué importa (Alpha Decay, 2017). “Lo pretencioso ha demostrado ser una forma de expresión útil y necesaria. La tesis de Fox defiende que acusar a los demás de elitismo es el último refugio de los mediocres, que la igualación del talento va en contra del progreso, y que debería haber en nuestra cultura una defensa abierta de quienes, simplemente siendo diferentes y creyéndose especiales, hacen de nuestra sociedad un lugar mejor”, rezaba la contraportada. Hoy estás observaciones suenan hasta ridículas, teniendo en cuenta lo prescindible que es un crítico cultural comparado con una enfermera, un repartidor o una cajera de supermercado.
Clase media fantasmal
Ensayistas cool como Eloy Fernández-Porta defendían posiciones parecidas a Fox. “El esnob tiene fama de poco sincero, pero en realidad es dueño de una buena actitud, que implica ser consciente de que sabes menos de lo que deberías. Llevo años dando clase en la universidad y me parece un buen principio. El esnob hace un esfuerzo para que le gusten unos contenidos que de primera no le entran. Las obras sofisticadas no se pillan fácilmente, hay que poner de nuestra parte, aunque sea desde la perspectiva de quien solamente busca distinción social", explicaba.
"No somos clase media por nuestros ingresos, pero sí por los gustos culturales", explica el ensayista Fernández Porta
En principio, todo indica que cualquier tipo de pretenciosidad sonará ridícula ante la escasez material que nos espera. Dicho esto, las corrientes culturales rara vez son tan mecánicas. Por ejemplo, el interés en la cultura hípster se disparó en España después de 2008, justo con el estallido de la crisis financiera que afectó a todo el planeta. Lo resume el propio Porta: “La mayoría de los expertos en estos asuntos procedemos de la clase media-baja. Eso nos hace experimentar un ascenso, no en el terreno económico, pero sí un ascenso simbólico, propio de una clase media fantasmal. Quiero decir que no somos clase media por nuestros ingresos, pero sí por los gustos y consumos culturales, que tienen una sofisticación equivalente a la de la aristocracia en su momento”. A falta de capital económico, bueno es el simbólico, que se cultiva y de defiende con la misma (o mayor) ferocidad.
Adicción al lujo
El prestigioso psiquiatra Guillermo Rendueles suele explicar que el lujo cumple una función compensatoria en las persona desposeídas. Lo ilustra con el ejemplo de la escritora Simone Weil, una de las más citadas por izquierda y derecha en la actualidad. La pensadora cristiana se obligó a trabajar en una fábrica para compartir las condiciones de vida de las clases más pobres de la sociedad y al volver su habitación se lanzaba sobre la revista de moda Elle “como una adicta a su dosis de cocaína”.
"Cuando el dinero es lo único que en esta sociedad nos puede hacer libres, nada rima mejor que el puto dinero", explica el escritor Miguel Espigado
Algo similar expone el escritor Miguel Espigado en un espléndido artículo sobre el ascenso del trap, titulado “Nada rima mejor que el puto dinero”. Comparto el fragmento final: “Me siento del lado de los desclasados que consumen a través de esta música una fantasía de poder, de popularidad, de dinero y egolatría sin límites. Nos enchufamos a través de nuestras pantallas a esas ficciones protagonizadas por adolescentes que fingen haber logrado el menú completo del éxito neocapitalista más procaz y aculturalizado. Y mientras dura la canción, nos sentimos liberados; del tabú de no poder desear dinero, de la desgracia de no de tenerlo. Cuando el dinero es lo único que en esta sociedad nos puede hacer libres, nada rima mejor que el puto dinero. Y luego si eso, cuando se acabe el videoclip, ya nos plantearemos otras cosas”, remataba. El debate nos va a ocupar unos cuantos años: ¿queremos una nueva cultura libre de postureo o una que siga el bombeando fantasías adictivas para evadirnos? La verdad es que no lo tengo nada claro.