El musical Los chicos del coro tiene esa magia que solo alcanzan algunas películas y obras de teatro, y es que te reconcilian con la vida. Uno camina medio flotando cuando sale de una función así, con esperanza recobrada en la especie humana, y con el vivo e inconsciente deseo de que lo que se ha visto no era tanto una ficción, sino algo muy real. Porque aunque se haya visto la famosa película de 2004 y se conozca bien la historia, la obra de Juan Luis Iborra rebosa de una humanidad que es casi palpable con solo estirar el dedo de la mano.
Las expectativas eran altas. El coach de Pau Gasol y Rafa Nadal, el psicólogo Santiago Álvarez de Mon, salía exultante del Teatro La Latina tras asistir a la anterior sesión del musical: "Es emocionante. Os va a encantar". La cosa pintaba bien. El teatro estaba lleno a rebosar. El cartel de entradas agotadas colgaba desde temprano en el recinto. El escenario se presentaba con una bonita decoración que representaba el exterior del internado Fondo del estanque donde transcurre la historia de Los chicos del coro.
Arriba, en uno de los palcos, se sitúa la orquesta. El musical, que ha sido un éxito en Francia y tras mucho esfuerzo ha logrado aterrizar en España, traslada a los escenarios la historia de la película Christophe Barratier. Cuenta la historia de Clément Mathieu (Jesús Castejón), profesor de música desempleado que acepta un puesto como sustituto en un internado de reeducación de menores francés repleto de niños huérfanos y problemáticos. Allí, su visión se opondrá a la del autoritario y represivo director (Rafa Castejón), y formará un coro que será la gran esperanza de aquellos niños olvidados.
Los chicos de oro
El musical, al igual que la película, vuelve a ser un canto de esperanza, una reivindicación del bien al más puro estilo Frank Capra. Clément Mathieu no deja de ser un Don Quijote, alguien con la suficiente fe y cabezonería como para creer que aquellos niños rebeldes y zarrapastrosos, por malos que parezcan, tienen algo bueno en su interior. Las historias idealistas siguen siendo necesarias en un mundo consumido por el realismo y la "evidencia científica".
Entre las aportaciones del libreto del musical a la película merecen destacarse las dosis de humor que aderezan la obra
La obra consigue emocionar desde el minuto uno, con un arranque conmovedor en el que vemos al pequeño Pepín en la verja del internado esperando a su padre, que va a buscarle el sábado. Pepín se niega a reconocer que sus padres murieron durante la ocupación nazi, y con denodada fe acude siempre que es sábado con la quimera de volver a un hogar. Este pequeño actor es capaz de desatar no solo la risa del público, sino también la admiración de que tan menudo cuerpo ocupe tanto talento.
En el apartado actoral primero hay que quitarse el sombrero ante los niños que participan en la obra, del primero al último. Están brillantes, tanto desde el punto de vista de la interpretación, como musical. No fallan una coreografía y se mueven por el escenario con auténtica veracidad. Hay que destacar el trabajazo de producción que hay detrás. Se ha contado con 70 niños de entre 6 y 17 años para el reparto. Estos niños, repartidos en cinco grupos, conforman los chicos del coro. Por tanto, habido que ensayar y preparar cada escena con cinco grupos diferentes, lo que es casi como hacer 5 obras de teatro en una. Además, para darle mayor veracidad a la coral, se ha seleccionado a niños no profesionales a los que ha habido que enseñar a cantar desde cero, justo como los personajes de la obra.
El resto de actores profesionales está a un altísimo nivel. Jesús Castejón aporta matices al personaje de Clément Mathie que le hacen más creíble y humano que el que interpreta Gérard Jugnot en la película. También muy destacables la labor de Natalia Millán, atractiva a la par que tierna y con una voz preciosa al cantar, de Antonio M.M. como Maxence -tiene un número cerca del final con el que es imposible no bailar sobre el asiento- e Iván Clemente como Pascal Mondain (el chico malo e incorregible).
También se ríe en el internado
Entre las aportaciones del libreto al guion de la película merece un gran aplauso la dosis de humor que adereza todo el desarrollo de la obra. Durante la mayor parte de la trama, el corazón permanece encogido en un puño, por lo que no viene nada mal desahogar la solemnidad con momentos de lo más hilarantes, especialmente protagonizados por los niños. Todo un acierto porque, como enseñó Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido hasta en el peor de los lugares se puede escapar una carcajada.
Otra de las novedades es la introducción de personajes femeninos, algo que complementa muy bien a los masculinos y permite al director introducir un discurso feminista que no desentona y ofrece una imagen menos maniquea del protagonista. Está estupenda Eva Diago como la profesora Langlois. Los múltiples decorados, la música (que en español suena estupendamente) y el despliegue actoral y de medios bien merece lo que se paga por la entrada.
Todos queremos ser Clément Mathieu
Detrás de las historias idealistas a lo Frank Capra hay también grandes dosis de realismo que suelen pasar desapercibidas. Clément Mathieu es una buena persona, sí, pero no deja de ser un fracasado, un profesor sustituto que, como Jack Lemon en 'El Apartamento' tiene que ver como la mujer de quien se enamora se va con otro. Ser bueno no te garantiza el éxito en esta vida, al menos no el que cabría esperar, pero sí al menos dormir con la conciencia tranquila y caminar en paz.
Al salir del teatro fui a coger un taxi con mi acompañante y el taxista nos mandó a hacer puñetas con muy mala educación. En vez de enfadarme me acordé de Clément Mathieu y me dieron exactamente igual los malos modos del taxista. Auguro grandes éxitos a este musical.