Cultura

El 'Jardín de los cerezos': el testamento que dejó Chéjov para espantar a la muerte

El director Ángel Gutiérrez dirige una nueva versión de 'El jardín de los cerezos', la simbólica obra de Antón Chéjov, un clásico que estrena el viernes en el Teatro Valle-Inclán de Madrid. Considerada como el testamento vital de escritor, la pieza recupera una reflexión sobre el paso inevitable del tiempo.

  • Este viernes se estrena en el teatro Valle Inclán.

Antón Chéjov escribió el Jardín de los cerezos poco antes de morir. Tenía 44 años, la misma edad que completaba Albert Camus cuando le concedieron el  Premio Nobel; Chéjov jamás lo recibió. Tercero de seis hermanos, Chéjov fue nieto e hijo de siervos en la Rusia de finales del siglo XIX. A pesar, o justamente por eso, se convirtió en uno de los más grandes cuentistas de la historia de la literatura. Sin embargo, acaso como en la obra que ahora presentan Teatro Chéjov (TC), la compañía de Ángel Gutiérrez, y el Centro Dramático Nacional, no todo fueron mieles.

"Chéjov escribió el Jardín de los cerezos antes de morir... tenía 44 años"

Acuciado por las deudas tras la quiebra de un precario negocio regentado por su padre, Antón Chéjov se vio obligado a huir con su familia a Moscú, donde estudió medicina. Esa, la vida, fue la sustancia de su narrativa y la pulpa de su dramaturgia, una que rebrota –potente- en el teatro Valle Inclán de Madrid con esta obra a la que muchos se refieren como el testamento del escritor ruso.

El Jardín de los cerezos tiene más de cien años. Y sin embargo, nadie sabe de qué trata. "¿Cuál es el tema de la obra?”, pregunta una periodista rodeada de bandejas repletas de canapés y tazas de café a medio beber. “No lo sé…  -descerraja Gutiérrez-. Lo único que he sacado en claro es que no hay que perder el tiempo. Porque esta obra habla del tiempo, el gran tema de Chéjov", asegura el director español durante la presentación del montaje que se estrena este viernes 8 de mayo.

"Chéjov era médico, por eso conoció de cerca el dolor. Sufrió y vio tanto sufrimiento que nos comprende muy bien. Comprende que tenemos problemas sin solución. Escribía sobre nosotros, y no lo hacía como entretenimiento literario. Lo hizo para comprender. Él escribía sobre nosotros para despertarnos y decirnos: 'Esto es lo que tiene de terrible la vida'", dice Ángel Gutiérrez en compañía de los actores Marta Belaustegui, Juan Ceacero y Jesús del Caso, quienes forman el reparto de este montaje.

La acción del Jardín de los cerezos transcurre durante un verano en la hacienda de la noble Ranievskaya. Obligada a vender su propiedad a causa de sus deudas, la aristócrata mantiene un pulso con Lopajin, locuaz nuevo rico, que pretende convencerla -sin resultado- de que lo haga por parcelas, para poder recuperar su dinero. Ella, claro, ni caso.

"Chéjov escribía sobre nosotros, para despertarnos y decirnos: Esto es lo que tiene de terrible la vida"

Mientras la acción ocurre, en apariencia plácida, un ruido se cuela en el ajardinado escenario. Es un rumor, un ruido creciente. ¿Qué es? ¿A qué alude? "Ese sonido puede ser un sueño", dice Ángel Gutiérrez. "El presentimiento de algo terrible que es inminente y no se puede explicar con palabras".

Se trata de un sonido suave, remoto, pero capaz de dejar inmóviles a todos cuanto lo escuchan. "Algunos personajes dicen que podría ser una garza, pero lo hacen para ocultar el miedo que tienen a la muerte, a la pérdida de todo, no solo a la muerte física, sino a la catástrofe", sostiene Gutiérrez.

Vigente, acaso de rabiosa actualidad, porque, a pesar del siglo que separa a la obra del espectador, la vida sigue siendo eso: un gesto crepuscular. Algo que acaba, que se consume. Asociada por la crítica como una especie de funeral del siglo XIX, el Jardín de los cerezos bien podría ser, a decir de Gutiérrez, "el funeral de todos los siglos",  porque en ella se "describe muy bien lo esencial de lo mal que se vive en la tierra".

En el escenario -¿sólo allí?- los personajes organizan un picnic, beben copas, ensayan cantos y bailes. Pero sonido persiste, acaso como el anuncio de algo que habrá de arrasar con todo… “Hay que sobreponerse a la vida, eso es lo que dice Chéjov en esta obra”, asegura Gutiérrez. Y ése, el sonido insistente, pasará de rumor a insoportable gemido, eco de días perdidos y esperanzas muertas.  Que la vida se agota. Ahora o un siglo atrás: se acaba, se funde, se despilfarra o se amplifica. Putada universal. 


 

"Chéjov es un pesimista, y un pesimista es un optimista bien informado", añade el director, para mostrar que se trata de un comunicador que pretende llamar a las consciencias y advertir que "el mundo está loco". El interés de Chéjov por alentar al espectador "a seguir viviendo" se entrelaza constantemente con la consciencia sobre la "brevedad" de la vida, concluye Gutiérrez. Queda en el aire, a punto de caramelo, una frase de Lope de Vega que Gutiérrez escupe -la guinda, claro- para resumir la obra: "La vida es corta, viviendo todo falta y muriendo todo sobra".

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