Lo que no dijo el jefe del Estado durante la ceremonia, lo dijeron sus invitados. Acostumbrado a vivir en un mundo que debe rehacerse en cada punto y aparte, el premio Princesa de Asturias de las Letras, Richard Ford, supo leer el espíritu de la demolición que recorría este viernes el teatro Campoamor de Oviedo. Ahí, en el centro de una nación que además de quedarse sin gobierno parecía haber extraviado también palabras, Ford hizo aparecer la luz en un reino –mejor dicho un principado- desprovisto de ideas.
Ford comenzó riéndose de sí mismo, acaso para dejar claro que aquello que estaba por decir era de cuidado –si las cosas no resultan graciosas, no son realmente serias, ha dicho el escritor muchas veces-. Y así fue. Nunca Frank Bascombe le había hablado tan claro a un Borbón. Aquel personaje estropeado, el prometedor escritor metido a periodista deportivo y luego a agente inmobiliario al que Richard Ford ha dedicado 1.700 páginas, 27 años y cuatro novelas, fue el que tomó la palabra en Oviedo.
Bascombe, el personaje que comenzó en Periodista deportivo, es la síntesis de los héroes de Ford: tipos comunes que aspiran a ser mejores, aunque nunca puedan conseguirlo. Seres que como Ford, habitaron la generación de la posguerra, la Norteamérica donde todo debía ir a mejor, aunque realmente no lo consiguieran. Bascombe es la imagen del que se abraza a la democracia aunque no sea perfecta. La de un hombre que lucha, incluso en un lugar arrasado por un huracán, como ocurrió en Francamente Frank.
En la clave de quienes comparten el desierto de Banscombe, Richard Ford se presentó ante su auditorio como un hombre cuyo oficio es "plantar semillas de optimismo y demostrar que la vida vale la pena”. Citando a José Ortega y Gasset, extrajo la verdadera naturaleza política de la literatura: el encuentro con el otro. "La vida se nos da vacía, sólo existir se convierte en una tarea poética (…) Los actos poéticos son a un tiempo actos políticos".
Más claro no puedo decirlo. La política determina el destino de la humanidad. Su verdadero ejercicio acrecienta nuestra capacidad para aceptar al prójimo, encontrar la empatía mutua y dar al fin con una causa común para todos. La política, como la literatura –dijo-, nos vacuna contra el "egoísmo, el cinismo, engaño, el despropósito y el infortunio” con el que personajes como Donald Trump han estropeado el espíritu del demos, eso que une a quienes habitan el más grande de los territorios: el de la ciudadanía.
Los que se reconstruyen. Los que se reinventan. Los que adquieren relato y se reponen de sí mismos con el empeño de Dell Parsons –protagonista de Canadá-, ese niño que intenta crecer a la vez que procura no quebrarse en medio de la catástrofe. En nombre de todos aquellos habló Ford. Y es justo ahí donde reside la grandeza del novelista: en la redención a la que todos tenemos derecho. En el acto político de dotar la vida de sentido, el que conseguimos buscándonos a solas… y en conjunto.
Ese hombre sencillo, nacido en Jackson, un pueblo de Misisipi en el que Pizzolatto ambientó True Detective, vino desde tan lejos para decir lo evidente: que las palabras importan, que se abren paso ahí donde una reina desganada aplaude y un monarca da vueltas a la rotonda de los eufemismos. A eso vino Richard Ford: no a recoger un premio, sino a hablarle a una nación que espera, acaso, recuperar el gobierno y las ideas que han de sostenerlo. Este viernes, durante la ceremonia del Princesa de Asturias, lo que no dijo el jefe del Estado, lo dijo su invitado. Nunca Frank Bascombe habló tan claro a un Borbón. Nunca.