A estas alturas del siglo, pocos son quienes aún permanecen ajenos al vocabulario culinario más refinado, ya sea por los realitys del chef británico Gordon Ramsay o el español Chicote, por las divertidas y poco delicadas formas del mediático Jamie Oliver o por el interminable concurso Master Chef. Tampoco el mundo editorial se ha librado: desde la Cocina indie (Lunwerg), de Mario Suárez y el ilustrador Ricardo Cavolo, a la reedición hace unos años de las recetas que Julia Child publicó a principios de los 60 (Debate) o incluso la Cocina moderna española con la que Emilia Pardo Bazán acercó el arte de comer con los ojos a las casas más humildes y que volvió a las librerías hace unos años. Todos conocen el nombre de los mejores cocineros del mundo e incluso de los restaurantes con estrella Michelín, aunque pocos hayan tenido la ocasión de entrar en uno.
Con este fondo cualquiera puede entrar con soltura en la serie The Bear, una de las ficciones más vibrantes, amables y deliciosas de este año, que introduce al espectador hasta las mismas tripas de la caótica cocina de un restaurante de bocadillos de Chicago. El establecimiento, un lugar de peregrinaje para camioneros y gente del barrio, ha caído en las manos de Carmy, el jefe de cocina del mejor restaurante del mundo que ha decidido abandonar su trabajo y continuar con el negocio familiar tras la muerte de su hermano, hasta entonces responsable del local. Como en los mejores restaurantes, a partir de ese momento todos empiezan a responder "sí, chef".
The Bear tiene el equilibrio perfecto que necesita una serie. Entre cacerolas, chalotas pochadas, tartas en el horno, carne guisada a la pimienta y puré de patata con mantequilla se suceden las escenas de cocina a un ritmo frenético, lleno de desorden y anarquía, al que a uno en ocasiones le gustaría asomarse y llevar algo de armonía. Con la diversión y el desconcierto contrasta la delicadeza y la sensibilidad del retrato que realiza de los personajes: desde el protagonista a cada uno de los miembros de la tripulación. Las conversaciones a dos voces en un intercambio de empatía y amistad sitúan al espectador al límite de la lágrima pero con las cantidades justas de drama para volver de nuevo al caótico ritmo. Tal cual, la vida.
The Bear y las ausencias
En 2001, la plataforma HBO estrenó la irrepetible A dos metros bajo tierra, probablemente la serie que mejor ha abordado la muerte, pero también la ficción que mejor ha hilado las ausencias con el descubrimiento personal, las debilidades mentales y los claroscuros familiares. Veinte años después, parece que aún no tiene una sucesora a la altura, pero el eco de esta producción resuena en muchas otras historias en la televisión y The Bear podría ser uno de esos ejemplos.
Esta serie aprovecha los altibajos de este restaurante desorganizado como excusa para descubrir a la persona ausente y conocer a quienes se han quedado en el mundo a través de las cualidades del fallecido. Si en la producción de Alan Ball el negocio familiar era una funeraria, ahora la herencia maldita es un antiguo local de bocadillos. Si en aquella ficción de principios de los 2000 el desaparecido era el padre de familia, ahora el ausente es un hermano, amigo y chef cuyas carencias y debilidades completan como un puzzle las fragilidades de sus allegados y, en especial, de su hermano, protagonista de esta serie.
El ausente es un hermano, amigo y chef cuyas carencias y debilidades completan como un puzzle las fragilidades de sus allegados
The Bear está capitaneada por un excelente Jeremy Allen White (Nueva York, 1991), que dio vida a Phillip "Lip" Gallagher en la serie Shameless y que con esta producción se ha convertido en un rostro difícil de olvidar, capaz de llevar el peso narrativo con unos primeros planos asfixiantes, como la trama misma. Junto a él destacan Ebon Moss-Bachrach, que da vida a un perezoso y atormentado cocinero, y uno de los mejores amigos del propietario fallecido, así como Ayo Edebiri, la joven y perfeccionista chef que trata de poner orden en el caos.
Para esta redactora de Vozpópuli, a la historia, el vibrante ritmo, el banquete visual y los atractivos personajes se suma una banda sonora gourmet en la que, como no, no podían faltar los oriundos de Chicago Wilco, así como Sufjan Stevens, Pearl Jam, Counting Crown, Genesis, Van Morrison, LCD Soundsystem o The Breeders, por citar solo algunos de los artistas que ponen música en los apenas 30 minutos que duran los capítulos. Si todos estos ingredientes no son suficientes, la guinda del pastel es la confirmación de una segunda temporada.