Durante muchos años, tuvieron que soportar ser mirados como la parte más cutre de nuestra música popular, comparados con la silla de la cabra y la trompeta de los mercadillos y ninguneados por gran parte de la industria musical. Pero canción a canción, sin prisa pero sin pausa, España se fue rindiendo a la evidencia de que Camela son un grupo de pop mayúsculo, uno de los mejores de toda nuestra historia. Aquellos años de desprestigio, acompañados de sus espectaculares cifras de ventas, ya son solo un mal recuerdo, aunque el grupo de San Cristobal de Los Ángeles guiña un ojo a quel periodo en el puesto de merchadising con una camiseta que luce el lema “La vida es demasiado corta para fingir que no te gusta Camela”.
Hoy Ángeles y Dioni cumplen treinta años de carrera. Para celebrarlo, ponen en marcha una de las giras que más felicidad darán a los españoles -y chilenos- en los próximos meses. Arrancan con un doble concierto en Las Ventas, colgando el cartel de hoy hay entradas ante su público de siempre, encantados y entregados. No hay rival para sus canciones de amor, tan sencillas y potentes como ese sentimiento en el que tantas veces se han inspirado. Lo más alucinante de verles en directo es comprobar como himnos tan minimalistas, con letras que son casi haikus, suenen más contagiosas con el paso de los años. El concierto del jueves no difiere mucho de los otros cinco que he visto, pero conservan la frescura y la pegada de la primera vez.
El arsenal pop de Camela suena tan poderoso e inoxidable como el de grandes tipo ABBA
Cuesta creer la sencillez y eficacia de su mensaje ¿Cómo se pueden emocionar a miles de personas con versos tan sencillos como los de “Estrellas de mil colores”? Otras estrofas capturan a la perfección la euforia y la incertidumbre de comenzar una nueva relación sentimental, caso de “Cuando zarpa el amor”, que esta noche cantan por partida doble, en versión desenchufada y como gran final del concierto. “Háblale de mí” suena especialmente intensa tres décadas después de publicarse, como un culebrón turco de cuatro minutos donde ver reflejada la angustia de los amores no correspondidos.
Camela entretienen cantando casi siempre sobre lo mismo porque los matices del amor son infinitos. Además tienen el mérito de presentar un listado de estribillos donde ninguno baja del siete sobre diez. Aunque a veces se note que la gira no está rodada, el cariño y el buen rollo compensan cualquier despiste.
Camela o barbarie
Normalmente un grupo pop sobrevive adaptándose a las modas de cada momento. Camela solo han hecho una concesión en toda su carrera: hacer caso a su primera discográfica y renunciar al sonido rumbero de los setenta (sus queridos Chichos, Chunguitos…)para lanzarse de cabeza a la piscina del tecnopop. La decisión fue un pequeño milagro y conectó de inmediato con el público popular, que necesitaba un toque de frescura y modernidad. Hoy el dúo madrileño luce un sonido potente y personal, respaldado por una solvente banda, compuesta por batería, tecados, bajo, guitarra española y guitarra eléctrica. No necesitan copiar a nadie porque hace décadas dieron con un sonido propio.
Una noche en la que bailas “Nunca debí enamorarme”, “Corazón indomable” y “Lágrimas de amor” siempre será una noche gloriosa. El arsenal pop de Camela suena tan poderoso e inoxidable como el de grandes tipo ABBA. De hecho, son unos de los pocos grupos españoles que podrían tener su musical y no aburrir al público por muchos años que se mantuviera en cartel. En todo concierto de Camela hay que reservar unos minutos para dar la espalda al escenario y disfrutar las caras de felicidad de los fans, en gran medida grupos de amigas que vienen juntas a hacer catarsis de sus amores y desamores, siempre sin perder la sonrisa ni las ganas de seguir enamoradas o volverse a enamorar. Son un milagro intergeneracional y, sobre todo, un tesoro nacional. Nunca nos cansaremos de quererlos.