En el ritual del sombrero, el matador de toros se quita la montera ante una persona de superior categoría, pide permiso a la presidencia para matar, se la ofrece al público y, con la chulería que le caracteriza, la tira a la arena. Si cae boca arriba, la suerte es esquiva; si por el contrario cae boca abajo, la tarde irá en su favor, motivo por el que los toreros suelen forzar la fortuna y propician en ocasiones el giro. Para unos, se trata de la tradición previa a la confrontación entre la vida y la muerte, pero para otros es solo una ceremonia previa a la tortura.
Los argumentos que dividen a los españoles en dos, como ocurre con el Real Madrid y el Barça o la izquierda y la derecha, centran la película documental La última lidia, en la que la historia del torero Saúl Jiménez Fortes funciona como hilo conductor. Escritores, críticos, animalistas, veterinarios, empresarios o historiadores ofrecen los argumentos que les han posicionado a favor o en contra de la tauromaquia, uno de los ámbitos en el que el debate entre las posturas binarias parece no agotarse jamás.
Tomás Ocaña es el director de este documental, que se presentó en la pasada edición del Festival de Málaga. Según cuenta a Vozpópuli, con motivo de su estreno este viernes en los cines, coincidiendo con la semana en la que arranca la Feria de San Isidro, al trabajar en el extranjero se dio cuenta de que muchos relacionaban España con la tauromaquia, con respuestas enfrentadas, y que a pesar de esa relación existía poca información desde "todos los puntos de vista" sobre lo que consiste un espectáculo como el del toreo.
Tal y como reconoce, "no fue fácil" encontrar voces para este documental. "Hay mucha gente dentro del mundo de la tauromaquia que considera que no se debe hablar del tema ni siquiera para planteárselo. De hecho, me he encontrado con muchas dificultades con gente en la tauromaquia que no quiere participar en un producto donde no está todo el mundo de acuerdo, del mismo modo que hemos encontrado a gente que considera que la tauromaquia no tiene ningún sentido y no quiere participar en una película donde habla el otro", cuenta.
Mario Vargas Llosa encuentra en la tauromaquia un espacio "entre la vida y la muerte" en el que el torero "se juega" su propia existencia
Entre los rostros que representan al detractor destaca la periodista y escritora Rosa Montero, hija de un banderillero y animalista desde hace años, que aún recuerda a su padre regresar con la camisa negra de la sangre. A su juicio, el toreo no enseña "nada sobre el conocimiento más profundo del otro, ni ético ni moral".
En el otro lado, el escritor y premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, que encuentra en la tauromaquia un espacio "entre la vida y la muerte" en el que el torero "se juega" su propia existencia. Él mismo, según confiesa, soñó de pequeño con convertirse en un torero, después de que su abuelo le llevara por primera vez a ver una corrida de toros.
"Vivimos en una sociedad muy polarizada y la tauromaquia es un ejemplo de ello. Parece que no se puede estar en medio, ni se puede pensar ni se puede debatir. Lo que hacemos aquí es un ejercicio de escucha: podemos estar en desacuerdo, pero vamos a oír los argumentos de los demás para tener una conversación inteligente, adulta y con reflexiones", señala el director, que en La última lidia reivindica la "equidistancia narrativa".
Para Ocaña (tres veces ganador de un Emmy), este documental "empieza hablando de la tauromaquia y termina hablando de cómo se afronta la vida y la muerte o las contradicciones". "Estamos poco abiertos a reconocer nuestras propias contradicciones y las vivimos en el día a día, más allá de la tauromaquia", afirma.
La última lidia: arte, ética y romanticismo
¿Es un arte? ¿Es una práctica ética? ¿Es el torero el "último romántico"? ¿Tiene sentido en el siglo XXI? ¿Es una cultura antisistema, como defienden algunos? Mientras que para algunas de las voces que participan en este documental la tauromaquia es una "expresión cultural", otros, como el investigador de ética animal Ezequiel Páez lo consideran una "tortura para el entretenimiento humano".
"Si no es ético torturar a perros y gatos por diversión, es imposible creer que sí lo es para los todos", defiende. En su mismo bando, el dueño de un "santuario" de animales o varios activistas reivindican el fin de una actividad que, a su juicio, niega el dolor, mientras que el historiador Juan Ignacio Codina lo considera una "herramienta de distracción".
Frente a ellos, Javier-López Galiacho, profesor de Derecho Civil, o el ganadero Joaquín Núñez del Cuvillo, entre otros, defienden la creación de la belleza mientras uno se juega la vida, al tiempo que ponen de relieve su importancia para la existencia del toro de lidia o el mantenimiento de las dehesas que, de otra forma, estarían aprovechadas para otros fines.
"La novillera Mari Fortes es un golpe en la línea de flotación de todos los prejuicios. De pronto te encuentras con una mujer con un discurso muy feminista, aunque ella no lo definiría así", cuenta el director
Y, más allá de las diferencias entre detractores y defensores, el espectador se enfrenta al dilema de una madre, la progenitora de Saúl Jiménez Fortes, acerca de estar o no en la plaza de toros en la que su hijo se enfrenta a la muerte cada tarde. Además, la sorpresa es descubrir que ella misma, Mari Fortes, fue novillera en un mundo de hombres y en un momento en el que las mujeres necesitaban el consentimiento masculino para casi todo, tal y como cuenta en La última lidia.
"Mari Fortes es un golpe en la línea de flotación de todos los prejuicios. De pronto te encuentras con una mujer con un discurso muy feminista, aunque ella no lo definiría así, y el espectador que puede estar en contra de ella se da cuenta de que apela aparte de sus principios", cuenta el director sobre uno de los ejemplos con los que trata de buscar las zonas grises en este documental.