Cultura

Un Julio cubierto de Rocío

La Dúrcal casi duplica en oyentes mensuales de Spotify al cantante español antaño más universal y hoy carne de memes

  • La cantante Rocío Durcal en el año 2003

Rocío Dúrcal y Julio Iglesias son mis dos cantantes españoles favoritos del siglo XX y sólo deseo lo mejor para su legado. Pero está claro que Julio llega a su otoño en malas condiciones, no sé si físicas (al fin y al cabo nunca estuvo muy rumboso tras su temprano y mítico accidente de coche que le produjo una cojera vitalicia, y estrenar los 80 en septiembre de este año tampoco es moco de pavo), en todo caso musicalmente: de ser el artista latino con más discos vendidos en toda la historia registrada del pop (más de 300 millones de copias de sus grabaciones en catorce idiomas) ha pasado a posicionarse en Spotify con menos de cuatro millones y medio de oyentes mensuales.

Eso podría parecer que no está nada mal en realidad, pero si lo comparamos con las estrellas poperas de hoy, queda muy lejos de los casi 100 millones de Taylor Swift o los casi setenta con que figura Shakira. Vale, el hombre tiene 79 años y está prácticamente retirado —y al usuario promedio de Spotify se le presupone relativamente joven—, pero conociendo las prioridades del autor de "Gwendoline", no debe de hacerle maldita la gracia que su hijo Enrique alcance los casi veinticinco millones de oyentes por mes o que la mismísima Rocio Dúrcal casi le duplique, con unos muy respetabilísimos siete millones raspados. Eso sí, como mito viviente que es, Julio continúa dándose pisto ante la prensa en pro de su leyenda: lo último es que le están construyendo un megayate con todos sus caprichos a medida en «unos astilleros de Polonia». Qué maravilla: como las pelis de superhéroes, seguro que él solito está generando cientos, si no miles, de empleos polacos.

¡Julio, no cambies nunca! Qué dechado de sana frivolidad en un país tan de aparentar trascendentalismos.

Un truhán, un señor

Diversos medios se han hecho eco en los últimos tiempos del supuesto enfado que Julito tendría con España al considerar que su país no le ha retribuido con el reconocimiento que merece su exitosa carrera y el haber exhibido su nacionalidad con orgullo por todo el mundo. Obviamente, tiene razón, pero ya se sabe que la sociedad española (¿o será sólo el mundillo cultural?) es absolutamente ingrata y desdeñosa con sus artistas, sobre todo si obtienen mucha popularidad, quizá porque cierta mezquindad connatural sólo nos hace pensar en la riqueza económica que ello conlleva. Además, Julio nunca escondió su amor por las posesiones materiales bajo una falsa pátina de modestia, habitual en otros colegas más astutos: «Es bonito ver brillar el Rolls, el Rolls de uno, bajo la luz de la lluvia y las estrellas», escribía (o más bien dictaba) en Entre el cielo y el infierno, su autobiografía de 1981, durante uno de esos extraños arrebatos suyos de misticismo lírico aplicado a la más ramplona de las ostentaciones, a medio camino entre un futurista enajenado y un randiano hortera.

Por otro lado, el complejo de inferioridad cultural de nuestro país nos ha impedido de siempre concederle ningún mérito musical y vocal. Otro gallo (nunca mejor dicho) cantaría si hubiera nacido en los USA: tenerlo entonces entre los fijos de nuestra playlist nos imbuiría de la misma aura legendaria que cuando presumimos de escuchar a Sinatra o a Elvis, a Johnny Cash o incluso a Dean Martin (que en repertorio cursi le gana con bastante al propio Iglesias). De ser amo indiscutible de la canción melódica que imperó en los años 70 y parte de los 80 se ha convertido en una autoparodia, debido paradójicamente a su carisma como vividor que desde su eclosión mediática en 1968 ve el lado desenfadado de la vida y tira pelotas fuera frente a la prensa. Por suerte, artistas con talento de generaciones posteriores, como Rosalía o Calamaro, han sabido pagarle sincero tributo.

De ser amo indiscutible de la canción melódica que imperó en los años 70 y parte de los 80 se ha convertido en una autoparodia

Una cosa es cierta, empero: sólo Julio Iglesias es culpable de la decadencia musical de Julio Iglesias (decadencia perfectamente constatable en el desastre estético y operativo que es su web oficial. Su último gran disco fue Un hombre solo en 1987, gracias a la reinvención que le sirvió en bandeja el enorme compositor Manuel Alejandro, capaz de regalarle Que no se rompa la noche (compuesta con su mujer Ana Magdalena) y "Lo mejor de tu vida" (compuesta con su hija Marian Beigbeder). Y no resulta difícil convenir que el último buen disco eclesiástico es "Noche de cuatro lunas", lanzado hace casi un cuarto de siglo, con la última gran canción en español de Julio, "Te voy a contar mi vida": su "A mi manera" particular. (Su última gran canción comercializada en cualquier otro idioma es posterior, de 2004: "Ce qui me manque", desconocida en España, que le compuso el parisino Didier Barbelivien).

De repente, desde finales de los 80, a Julio Iglesias le dio por minimizar cada vez más el aspecto musical de sus canciones para supeditarlo casi completamente a su voz. Parecía de pronto celoso de su acompañamiento instrumental. Para más inri, con ocasión del 30º aniversario de su carrera, en 1998 decide lanzar Mi vida: Grandes Éxitos, un recopilatorio donde volvió a grabarlos bajo el pretexto de que en sus inicios no sabía cantar. No sólo mata así el encanto de sus gallos primeros —también la hermosa vitalidad irrepetible de sus interpretaciones de juventud—, sino que empoza sus clásicos en el ambiente monocorde de un sintetizador alcanforado. El resultado es horroroso, más allá de la indudable calidad de los fraseos macerados del cantante en su edad madura.

Con esos mimbres apolillados era imposible llegar a nuevas generaciones.

Mujer prodigio

En cambio, María de los Ángeles ‘Marieta’ de las Heras Ortiz, más conocida como Rocío Dúrcal, se pudo quedar en púber prodigio a lo Marisol, tras unos comienzos fulgurantes con el tándem infalible formado por el compositor Augusto Algueró y el letrista Antonio Guijarro. Puede que ella no consiguiera ningún pepinazo juvenil como el "Tómbola" (en lo personal, prefiero la emotividad de un "Todo es mío" a su himno oficial de adolescencia, "Más bonita que ninguna"), pero su popularidad nacional a través de la música y el cine fue inmediata. Luego, que si devaneos con el pop rock de Los Brincos (en 1965 su juguetona escenificación de "Borracho" junto a la también travestida Gracita Morales no deja de ser una precuela involuntaria de "Me siento extraña", el destape sáfico que protagonizara junto a Bárbara Rey doce años más tarde), que si apropiación popi de la revista musical cañí (en la fabulosa versión 1970 de Las Leandras junto a la vedette original, Celia Gámez) y, al fin, la típica indecisión de hacia dónde dirigir los pasos adultos que acaba con tantas carreras de exestrellas prematuras y que a ella le provocó un lustro de silencio. En 1977, ya asentada familiarmente junto al exBrinco Antonio ‘Junior’ Morales (sin ningún parentesco con Gracita hasta donde yo sé), graba un nuevo álbum, Una vez más, rosario de baladas poco memorables compuesto por éste y el productor británico Simon Napier-Bell. Un contenido tibio que no augura nada bueno a su rentrée

Pero entonces, ese mismo año, lanza por sorpresa Canta a Juan Gabriel Volumen 1. ¿Que quién es Juan Gabriel? Pues el mayor compositor de rancheras románticas desde José Alfredo Jiménez y su evolución lógica: del lamento del charro viril a su lectura posmoderna en clave gay sólo había un matiz de reinterpretación.

¿Cómo pudo integrarse de forma tan sublime el timbre castellano con gracejo andaluz de Rocío en el molde de la canción mexicana, bajo los acordes del Mariachi de América, y sonar además tan a nuevo? Lo importante es que la gente enloquece: disco de Oro en España, Colombia y Venezuela, y doble disco de oro en México. Y la Dúrcal pasa a ser nuestra Rocío más internacional.

Nuestro etnocentrismo nos sume en una profunda ignorancia ante la realidad de América Latina, que marca no sólo el futuro del idioma español sino la perpetuación de nuestra propia cultura. Ajenos a la colonización que la juventud española está viviendo a través del bendito reggaetón —cabeza de buque de la conquista cultural de Occidente por parte de las clases populares de la América hispanoparlante—, aquí aún nos creemos que el sonido zeta de cincuenta millones de personas pervivirá al seseo de medio millón.

Pero volvamos a Spotify: el contraste entre los quince millones de oyentes mensuales de La oreja de Van Gogh, los diez millones de Mecano y los doscientos mil pelados de Gabinete Caligari se debe a que mi adorado Jaime Urrutia y Cía. nunca hicieron gira por Latinoamérica. El mercado latino no tiene fondo y marca directamente la diferencia entre la inmortalidad y el olvido. Pues bien, gracias a eso la Dúrcal tiene casi siete millones de oyentes mensuales frente al millón y cuarto de la Pantoja y el menos de medio millón de la Jurado. Y sin salir en Sálvames ni entrar en cárceles.

Grandes éxitos instantáneos

Los tres primeros discos con repertorio gabrielino reflejan la facilidad del compositor para disparar melodías sin fin, hasta el punto de que parecieran recopilatorios de Grandes Éxitos —en parte eran una selección de lo más granado del artista—: ahí están joyas como "Tarde", "Fue tan poco tu cariño", "Fue un placer conocerte", "Ya no me busques más", "Jamás me cansaré de ti", "No lastimes más", "Ayer murió", "Lágrimas y lluvia". Hasta te encuentras con la mejor canción que ha grabado nunca Maná (una versión de Juan Gabriel, claro): "Se me olvidó otra vez". Y mis dos temas favoritos con la voz de la Dúrcal, con los que siempre suelto la lagrimilla: "Me nace del corazón" y "La muerte del palomo".

La voz torrencial de Rocío cumplió el milagro de potenciar la ya impresionante pegada popular de las tonadas y letras del Divo de Juárez: ni la simpleza de muchas de sus rimas («Te vas amor, adiós vida mía, te llevas contigo toda el alma mía»), ni siquiera su ausencia por el cambio de género de la voz protagonista («Te perdono todo el daño que me hiciste, pero no me pidas que vuelva CONTIGO: me da pena que me digas que regrese cuando yo no puedo ya ni ser tu AMIGA») fueron obstáculo para el éxito imparable de esta trilogía.

En 1980 deciden producir un disco de clásicos mexicanos y en 1981 vuelven a la cosecha propia con un Volumen 5. Paulatinamente van derivando el enfoque estilístico de la ranchera ortodoxa hacia ese cursipop que tantos triunfos ha proporcionado a Juan Gabriel entre las señoras, como el dúo que ambos grabaron a lo Pimpinela, Déjame vivir. Ni los boleros de Canta lo romántico de Juan Gabriel (1982) ni el Volumen 6 (1984) pegaron tan fuerte en España, pero arrasaron en México, especialmente el segundo: doce millones de copias despachadas que lo convertirían en el disco de rancheras más vendido del mundo y elevarían su himno Amor eterno a ser declarado Patrimonio de la Cultura Popular y Musical de dicha nación. También es la punta de lanza del reconocimiento incipiente de la Dúrcal en los Estados Unidos, donde sus trabajos comenzaban a entrar en las listas comerciales.

Para mí, pese a sus ventas todavía masivas en el mercado americano, Siempre (1986) denota ya la decadencia de la fórmula, un pop pasado de almíbar donde los ritmos chunga chunga reemplazan con remache enojoso el envoltorio exuberante del mariachi. Se empieza a agotar el filón de su marca de fábrica. A la vez, afloran los problemas de ego entre ambas estrellas, que se dejan de hablar y se reconcilian un par de ocasiones, hasta dar al traste con esa aleación formidable… según ella, por la consabida malinterpretación foránea de la brusquedad expresiva española como un signo de mala educación (que por otro lado a veces sí lo es, sí)

Ya fuera por conflictos entre ellos o las «disqueras», el siguiente material de Juan Gabriel grabado por Rocío sería producido por su marido: paradójicamente, Canta once grandes canciones de Juan Gabriel recupera la frescura que este había perdido como productor; perlas como "Ya me voy", "No vale la pena" o "Caray" añaden con los arreglos de Junior matices conscientemente kitsch al reinado durcaliano. Y de paso este elepé nos obsequia con el que quizá sea la declaración de principios más íntima y lograda del compositor: "Inocente pobre amigo", todo un discurso de un poco solapado despecho entre hombres que la madrileña borda.

En 1992 —y ya superado el famoso adulterio musical de Juan Gabriel con Isabel Pantoja que alumbró el flamante Así fue—, vuelve otra reconciliación juanrociera durante la grabación de En concierto… en vivo, en el que interpretan a dúo tres temas. El doble álbum se cerraba con dos cortes en estudio, nuevas aportaciones de Juan Gabriel para Rocío, de las que destaca la pegadiza Mía un año. Pero la magia ya está casi agotada. Ni siquiera su regreso con el doble CD Juntos otra vez (1997), con un exceso de duetos y dispersión formal en huarangos y tex mex varios, compensa su despiadada duración. En cuanto a los sencillos escogidos, ni El destino ni mucho menos Así son los hombres (reivindicación de la golfería masculina hetero con un estribillo casi tan interminable e insufrible como el que pergeñó Sabina en "Y nos dieron las diez" para vergüenza de Los Secretos) devuelven el brillo de antaño. En el saldo positivo, "No me digas" cumple como novedosa pepita de la veta aflamencada que el mexicano secreta para sus divas españolas y, dentro de la dispersión general, "La incertidumbre" y "Te sigo amando" exudan encanto.

La amistad entre ellos acabó fatal: Juan Gabriel ni se despidió de Rocío cuando ella enfrentó su convalecencia postrera por el maldito cáncer. Pero asomarse a contemplar un fragmento de sus pasados ensayos en los estudios de grabación supone una delicia impagable.

Reina de latinos y gays

Tras la ruptura musical y amical con Juan Gabriel, Rocío intentó repetir el éxito trasatlántico recurriendo a dos miniyós del gran divo: Marco Antonio Solís y Joan Sebastián. Bueno, para ser justos, el disco producido por Sebastián, Desaires (1993), sí le salió meh; pero Como tu mujer (1988) y Si te pudiera mentir (1990), ambos a cargo de Solís, superestrella del pop mexicano por derecho propio, añadieron un manojo de éxitos que contribuirían a cimentar a Rocío Dúrcal como ídolo de la comunidad gay: sobre todo el primer elepé, con su canción homónima, más el acierto de Ya te olvidé, ramalazo genial de chulería femenina y desprecio al macho, perfecto para veladas de klínex mojados.

Ojo, mientras nos deleitaba cantando a Juan Gabriel, Rocío no se apeó definitivamente del género melódico, cultivándolo en paralelo con frutos que no cesan de revalorizarse: en complicidad con el compositor y productor madrileño Rafael Pérez-Botija (el del "Gavilán o paloma"), fabricó dos discos de sólida trayectoria, Confidencias (1981) y Entre tú y yo (1983), ambos preñados de baladas románticas como "Jamás te dejaré". Pero el tema "La gata bajo la lluvia" se llevó el gato al agua: no ha dejado de ser adoptado por sucesivas generaciones y más de cuatro décadas después reverdece como himno constante de karaokes, mujeres melodramáticas y gays divinos. Curiosamente, por el histrionismo temperamental de su letra, hay quien cree que esta canción también se debe al genio creativo de Juan Gabriel: así lo constaté durante la actuación de una drag queen que en el Poble Nou la interpretó con tronío y que la adjudicó por inercia al creador mexicano.

En todo caso, me parece maravilloso que, gracias al público femenino y LGTBIQ de Latinoamérica, Rocío Dúrcal sea un referente absolutamente actual de la música en español. Y no sólo debido a su fértil colaboración con Juan Gabriel, sino también a los trajes a medida que le confeccionaron Rafael Pérez-Botija y Marco Antonio Solís.

El tramo final de la carrera de Rocío transcurrió entre intentos de cimentar su presencia en el circuito USA con el «miamisoundmachinero» Caramelito (2003) y un último homenaje al estándar mexicano en el excesivamente convencional Alma ranchera (2004). Más suerte artística derrocha su Entre tangos y mariachi (2001), en mi opinión su última grabación sobresaliente, donde durcaliza con arte y apelando a un triple híbrido de base (materia prima porteña, instrumentación mexicana y voz española) tangos eternos como "Sombras… nada más", "Madreselva", "Caminito" o el impresionante, desolador "Nada" de Sanguinetti y Dames. Como la define una fan ágrafa de Youtube: ¡EXPLONDOROSA!

Lo paradójico es que Julio Iglesias también grabó (¡adelantándose dos años a Rocío, en 1975!) un hermosísimo disco de versiones de mexicanadas, creo recordar que alentado por otro crooner de aquel país, el llorado Pedro Vargas. "A México" se beneficia de unos arreglos tan fastuosos del maestro Rafael Ferro que cada canción cuenta con una melodía extra en su intro correspondiente. Y, mal que le pese, Julio nunca cantó mejor.

Sólo él y Linda Ronstadt se han acercado como extranjeros a la gloria conseguida por Rocio Dúrcal en su revisitación del folclore mexicano.Pero sólo Rocío logró que los mexicanos la quieran como a una artista propia.

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