El verano dispara nuestras glándulas sudoríficas, más de 600 por centímetro cuadrado de nuestra piel, convirtiendo el sudor en una constante cuando el calor hace acto de aparición. Su función, aunque la consideremos molesta, es regular nuestra temperatura corporal, permitiendo la transpiración.
Es decir, hablamos de la defensa natural del organismo para lograr ese equilibrio, permitiendo a través de esa evaporación una bajada de la temperatura. Además, no solo sirve como 'termómetro', sino también que eliminar ciertas toxinas.
Sin embargo, es frecuente e injusto que le asociemos una inmerecida mala fama como responsable de nuestro mal olor corporal, cuando no tiene apenas culpa de ello. La culpa, dicho mal y pronto, la tendríamos nosotros o, si somos más exactos, las pequeñas microbacterias que están sobre nuestra piel y con las que este líquido incoloro e inodoro interfiere.
Responsabilizamos así a las glándulas apocrinas (que no tienen función termorreguladora, solo de secreción de ceras y grasas), concentradas en mamas, axilas, párpados, zonas genitales, oídos y párpados -aunque no en tanta abundancia como las glándulas ecrinas, más numerosas que las anteriores, conocidas también como glándulas sudoríficas simples, y que en este caso sí tienen la mayor responsabilidad de nuestra sudoración, siendo las palmas de las manos, las plantas de los pies y la frente las superficies donde más abundan.
¿Por qué huele el sudor?
El mal olor corporal tiene nombre científico: bromhidrosis, que puede ser bromhidrosis ecrina o apocrina, en función de la zona en la que se produzca, ya que la distribución glandular no se concentran por igual, pero la forma en la que aparece es la misma.
Un sobreesfuerzo físico, el calor intenso, el sobrepeso o situaciones de estrés y ansiedad pueden ser responsables de este aumento, que de por sí solo nunca será oloroso. La culpa de que acabemos oliendo, desprendiendo sustancias volátiles con olores entre agrios y rancios, es parte del mix que el sudor realizar con nuestro cuerpo.
La realidad es que cuando sudamos, estas gotas entran en contacto con las bacterias y hongos de nuestra piel, las cuales lo descomponen y hacen que huela mal, desprendiendo un olor que podríamos considerar como amoniacado.
Están en casi toda la piel. Estas secreciones de dichas glándulas no desprende mal olor hasta que lo descomponen las bacterias y los hongos que normalmente residen en la piel. En este caso, lo más común es que la bromhidrosis sea apocrina, responsable de olores corporales más intensos y agrios, principalmente focalizados en la zona de las axilas.
Las formas de evitarla, tanto a ella como a la bromhidrosis ecrina, es mantener una correcta higiene corporal, recurriendo a duchas con agua y jabón al menos un par de veces al día, procurando eliminar todas las bacterias acumuladas en estas zonas.
Además, es conveniente recurrir a agentes desodorantes y antitranspirantes, en especial aquellos que incluyen cloruro de aluminio en su composición. No común, aunque también recomendable, es proceder a la depilación -si no total, sí parcial- de axilas o zonas genitales para que acumulen menos cantidad de bacterias y por tanto generen menos olor.
En caso alguno significa que no exista la bromhidrosis ecrina, donde un exceso de sudoración (lo que se conoce técnicamente como hiperhidrosis) puede hacer más severos estos casos. Esto se debería, principalmente, a que ese aumento constante de la humedad corporal, muchas veces acompañado de una temperatura alta, induce a la proliferación bacteriana a nivel dérmico, por lo que el 'cóctel' se completa: más sudor, más olor.
Todo esto nos lleva a situaciones incómodas, donde la presión social por los malos olores o el exceso de hidrosis están mal conceptuados, y que además de las soluciones tópicas habituales, pueden incluso tener remedio médico. Siempre pautado, estos pueden ser la iontoforesis, el uso de medicamentos anticolinérgicos, cirugía local o tratamientos con microondas.