Los criterios por los que un personaje pasa a la historia, se convierte en una celebridad o simplemente es desconocido, o incluso ignorado, son un verdadero misterio. Los méritos conseguidos no parecen significarlo todo porque si así fuese, el noruego Fridjot Nansen sería coronado inmediatamente como el Rey Polar por encima de nombres como Scott, Shackleton o el propio Amundsen de quien, por cierto, fue maestro en las artes polares.
Nansen atravesó por primera vez Groenlandia con unos esquís
Nansen atravesó por primera vez toda Groenlandia valiéndose solamente de su esfuerzo y de unos esquís, fue un científico renombrado en ámbitos como la zoología o la neurología (un campo en el que incluso se doctoró), se destacó como un escritor de gran éxito, algo que le permitió vivir cómodamente gracias a los ingentes beneficios de sus libros, dibujaba francamente bien y manejaba la cámara como un profesional. Sus conferencias llenaban grandes auditorios y su nobleza como ser humano con los refugiados de la Primera Guerra Mundial incluso le hicieron ganar un Premio Nobel de la Paz.
Y sobre todo fue un gigante de la exploración. Ingenioso e innovador, audaz hasta la temeridad, con una fortaleza propia de un atleta olímpico… No, no parece que le falten méritos para ser mucho más conocido de lo que realmente es en la actualidad. Quizá esos extraños criterios para pasar a la posteridad con grandes letras dependan mucho de la suerte, algo que paradójicamente a Nansen siempre le acompañó.
Fridjot Nansen (Frontis de su obra Farthest North)
Y es que Nansen era afortunado incluso cuando tenía mala suerte. En 1888, y al grito de “o cruce o muerte” se convirtió en la primera persona en atravesar con vida de este a oeste la gélida Groenlandia. Cuando, victorioso y después de pasar mil penalidades, llegó al punto final de su recorrido descubrió que el barco que debía recogerlo se había marchado sin él. Todo un infortunio que no obstante se convirtió en una gran suerte puesto que se vio obligado a pasar todo el invierno en un poblado inuit, lo que le permitió aprender e imbuirse de las útiles técnicas de adaptación y supervivencia esquimales… No hay mal que por bien no venga.
El barco que debía recogerlo se había marchado sin él
A su regreso a la civilización se encontró a todo el mundo revolucionado con una extraña noticia: restos del Jeannette, el barco de la expedición DeLong, habían sido encontrados a miles de kilómetros de distancia del lugar dónde el navío se hundió en 1883. No eran muchos, apenas una docena de objetos, como ropa y algunos documentos oficiales, pero despertaron en Nansen una idea que muchos consideraron como una auténtica locura.
Bajo los hielos del polo debían de existir corrientes que desplazaban la banquisa, pensó Nansen, y acto seguido buscó al mejor arquitecto naval de toda Noruega, Colin Archer, para construir un barco definitivamente extravagante.
Nansen decidió diseñar un barco para quedarse atrapado en el hielo.
En aquel tiempo, el temor más profundo de cualquier explorador polar era quedarse atrapado en el hielo. Los desastres y tragedias de las décadas anteriores como las de Franklin y DeLong, con sus barcos aplastados por gigantescos témpanos de hielo, aún resonaban con fuerza en el imaginario de los exploradores de fin de siglo… Y ahí llegaba el loco Nansen, con su barco redondeado llamado Fram, dispuesto a dejarse atrapar voluntariamente en la banquisa ártica.
El noruego hablaba de “deriva transpolar” y la idea consistía en dejarse llevar por esas corrientes subido a un barco resbaladizo como “una anguila” que se escapase de la presión del hielo gracias a su quilla redondeada. Cuando los grandes bloques de hielo abrazasen el barco y lo presionaran, el Fram se elevaría hasta la superficie quedando posado encima del hielo… Tras eso, tan solo bastaba tener paciencia, buenos alimentos y esperar a que la deriva los llevase directos al Polo Norte.
Diseño del Fram. Nansen-Archer
El siguiente paso, y la siguiente pieza de dominó en la sorprendente cadena de casualidades que Nansen iba a experimentar en esta expedición, fue la de buscar una tripulación para aquel arriesgado viaje. Y no podía ser cualquier tripulación. Nos encontramos en plena carrera hacia el Polo Norte y el explorador quería que fuesen noruegos quienes se coronaran como vencedores. Este sentimiento nacionalista fue la razón por la que Nansen rechazó a algunos voluntarios que se presentaron a aquel “casting polar”.
Entre los interesados en enrolarse en el Fram se encontraba un británico llamado Frederick Jackson cuya pasión por la exploración polar sufrió un fuerte revés cuando Nansen, disculpándose amablemente, le negó la posibilidad de participar en la expedición debido a su nacionalidad. Lo siento, amigo Jackson, solo noruegos…
Frederick Jackson en una fotografía tomada en julio de 1896 (fecha clave en la historia de Nansen)
En 1893, con las bodegas cargadas hasta arriba, con una enorme biblioteca para pasar el tiempo e incluso con un molino que dotaba al buque de electricidad para afrontar la larga noche ártica, Nansen y sus modernos vikingos se lanzaban hacia el Polo Norte. Y el plan funcionó… llegado el momento, los hielos atraparon al Fram y éste, en lugar de hundirse aplastado por la banquisa, se deslizó hacia arriba por la presión de los bloques tal y como había predicho Nansen. Ahora tan solo quedaba dejarse llevar hacia los 90º.
Partida del FRAM desde el puerto de Bergen a principios de julio de 1893. Farthest North
Sin embargo, aquella deriva polar y sus corrientes parecían ser mucho más caprichosas de lo que Nansen había estimado. No solo no estaban llevando al Fram hacia el Polo Norte sino que, en realidad lo alejaban y así, cuando la expedición terminó de afrontar el segundo invierno atrapados en el hielo, el explorador noruego tuvo que cambiar radicalmente su plan.
Habían pasado casi dos años desde que partieron desde Oslo y Nansen decidió dirigirse hacia el norte tal y como lo había hecho tiempo atrás en Groenlandia: a pie, con trineos, perros y esquíes. Se encontraba estancado en los 84ºN y ante él se extendían más de 650 kilómetros de inmensidad blanca hasta los ansiados 90ºN.
Para realizar esa enorme travesía Nansen eligió como compañero de viaje a Fredrik Hjalmar Johansen, un gran esquiador, atleta y gimnasta (de hecho había conseguido la medalla de oro en esa disciplina en los campeonatos nacionales de Noruega). Dejaba atrás siglos de exploraciones polares basadas en grandes tripulaciones de docenas de marinos y comenzaba una nueva era en la que pequeños grupos de exploradores, bien entrenados y aprovisionados, se adentrarían hacia los hielos, como comandos guerrilleros, para conseguir el objetivo.
El 14 de marzo de 1895, los dos esforzados exploradores, una tira abundante de perros y tres trineos iniciaban lo que se iba a convertir en la aventura polar más extrema quizá de toda la historia del Ártico.
Nansen junto al FRAM. Farthest North.
La primera semana de marcha fue simplemente espectacular. Gracias a un terreno llano y medianamente cómodo, los dos noruegos avanzaron con velocidad hasta cubrir más de 120 kilómetros. La segunda semana de caminata el ritmo descendió pero también se consiguieron avanzar otros nada despreciables 80 kilómetros, lo que situaba la pareja de exploradores en los 85º N.
A partir de aquí la travesía se iba a complicar de manera exponencial. La superficie, hasta ahora lisa en su mayor parte, se convertía en un intrincado bosque de hielo con paredes de varios metros de alto, peligrosos desniveles y un terreno tan irregular y puntiagudo que apenas dejaba opciones salvo tirar con fuerza de sus trineos para poder avanzar metro a metro.
El objetivo dejó de ser llegar al Polo Norte y empezó a ser sobrevivir
Aun así, en abril de 1895 y como preámbulo de su gran obra “Fartherst North”, Nansen y Johansen lograban alcanzar los 86º 14' N, el punto más al norte que ningún ser humano había pisado hasta el momento. Aquella fue su marca, su punto de inflexión. Avanzar tan solo unos kilómetros se había convertido ya en una odisea, en un suicidio. Los víveres comenzaban a escasear, apenas les quedaban una veintena de perros y la deriva en la que habían basado inicialmente su viaje les estaba jugando una mala pasada: todo lo que avanzaban de día, lo retrocedían de noche cuando descansaban, tal y como si estuviesen andando sobre una de esas cintas automáticas para correr de los gimnasios.
El FRAM sobre los hielos árticos.
Desde ese día, el 08 de abril de 1895, su misión ya no era alcanzar el Polo Norte. Su objetivo era simplemente sobrevivir. Dieron la vuelta, abandonaron su meta y calcularon que desde donde se encontraban hasta el poblado habitado más cercano había más de 1200 kilómetros de distancia. El suroeste fue la dirección elegida para el regreso con la intención de alcanzar cuanto antes las tierras de Francisco José, una miríada de islas gélidas dispersas por el Océano Glacial Ártico que, tras la gesta del noruego, comenzaron a denominarse también como Archipiélago de Fridjot Nansen.
Ruta de Nansen y Johansen desde Agosto de 1895 hasta junio de 1896.
Se acercaba la primavera y el hielo comenzaba a convertirse en aguanieve bajo sus pies. La caminata se hacía cada vez más pesada puesto que de la treintena de perros que habían iniciado el viaje, veintidós se habían “convertido en alimento” y la fuerza de tiro de la que disponían a estas alturas de viaje era la de sus propias piernas.
Afortunadamente con el calor y el deshielo comienzan a aparecer algunas focas y morsas que les salvan por los pelos de una más que probable muerte por inanición. Hacen buena provisión de carne y grasa que les permitirá sobrevivir durante los próximos meses, pero el calor de julio les trae una mala noticia: a diferencia de la Antártida, que es un continente con tierra bajo el hielo, el Ártico por el contrario es un gran océano congelado; entrados ya en pleno verano de 1895 los exploradores se encuentran con que la superficie sólida bajo sus pies comienza a escasear y el suelo que pisan da paso rápidamente a un mar. Ante la nueva situación, los noruegos no tienen otra opción que subirse a sus kayaks y comenzar a remar.
“Lucha contra la tormenta para alcanzar la costa” Grabado de Otto Sinding en la obra Farthest North.
Después de dos semanas avanzando por el archipiélago, a veces a pie y otras remando, llegan a una isla desierta y, con el verano terminando sus últimos días, deciden prepararse para pasar allí todo el invierno. Gracias a los conocimientos de las técnicas esquimales de supervivencia, Nansen consigue algo de caza y pesca con la que subsistir en las siguientes semanas mientras se acomodan en un agujero de apenas unos metros cuadrados, cavado en la tierra y protegido con algunas piedras, musgo y nieve.
Después de meses de supervivencia, decidieron que había llegado el momento de tutearse
Allí, en ese agujero iban a pasar más de nueve meses de invierno. Desde mediados de agosto de 1895 hasta finales de mayo del año siguiente. Cuesta imaginar cómo fue ese tramo de su odisea, las penalidades que llegaron a soportar en el crudo invierno ártico con temperaturas de 40º bajo cero, inmersos en la oscuridad de la noche polar que dura meses y meses, alimentándose de las focas, morsas y osos polares que cazaban y calentándose a duras penas con la grasa que conseguían de aquellos animales.
Johansen en un grabado de Farthest North
En el relato de su diario de aquellos interminables nueve meses Nansen cuenta que, cuando llegó la navidad de 1895, y tras casi un año de desventuras y bandazos por el Ártico, después de compartir durante varios meses aquel estrecho agujero en la tierra, durmiendo juntos en el mismo saco para conseguir más calor, los dos exploradores noruegos decidieron unánimemente dejar a un lado los exquisitos modales victorianos que habían mantenido hasta el momento, y empezar a tutearse… Hasta aquel día de Navidad de 1895 se habían llamado entre sí “señor Johansen” y “profesor Nansen”.
Cuando los primeros rayos de la primavera vuelven a asomar, tal y como hubiera hecho cualquier oso después de invernar, los dos exploradores abandonan el agujero que les había cobijado los últimos nueve meses, se suben nuevamente a los kayaks y vuelven a remar hacia mar abierto.
“Arrastrando los trineos” Grabado en Farthest North
Así pasaron el resto de sus días polares, andando y remando a partes iguales, cobijados bajo sus embarcaciones o en improvisados agujeros cavados y fortificados con nieve a modo de iglús, y avanzando sin un rumbo definido por las Tierras de Francisco José hasta que una noche, después de varios días sin provisiones y al límite de sus fuerzas, Nansen creyó oír a lo lejos el ladrido de un perro.
Es el 17 de junio de 1896, los noruegos llevan un año y tres meses caminando en solitario desde que dejaron las comodidades del Fram y sinceramente confiesan que no saben ni dónde están. No les queda comida, ni balas para los rifles. Johansen piensa en un principio que Nansen está delirando y que lo que ha escuchado es fruto de su imaginación, sin embargo, los ladridos vuelven otra vez…
Se produce aquí el encuentro más increíble y curioso de la larga historia de exploración polar. Nansen sale de su cobijo y sobre el inmenso fondo blanco consigue ver una silueta…
¿Es usted Nansen? Aquel hombre apenas podía reconocerlo bajo las largas barbas, su descuidado aspecto y la cara ennegrecida… Pero sí, frente a Nansen se encontraba ni más ni menos que Frederick Jackson, el mismo explorador al que tres años atrás había negado su entrada en la expedición Fram por no ser noruego.
Jackson, tras ser rechazado por Nansen, no había cejado en su empeño de explorar el Polo Norte y finalmente había conseguido la financiación de un magnate de los periódicos para montar él mismo su propia expedición. La decisión de dejar fuera a Jackson y la espectacular casualidad de encontrarse entre los millones y millones de kilómetros cuadrados de la inmensidad ártica habían salvado la vida de Nansen justo cuando más lo necesitaba.
Nansen y Jackson recreando su afortunado encuentro varias horas después de que sucediera realmente.
Conscientes de que aquella serendipia sin duda sería recordada como un momento histórico, y tras reponer fuerzas, Nansen y Jackson volvieron, unas horas después, al mismo lugar donde se cruzaron y recrearon nuevamente su apretón de manos inmortalizando el encuentro con una fotografía conmemorativa.
* Esta entrada pertenece a la serie Atrapados en el hielo, escrita por Javier Peláez, divulgador científico y colaborador de Next. Puedes seguir sus trabajos en La Aldea Irreductible.