El diamante mandarín (Taeniopygia guttata) es un pequeño ave cuyos cantos están sirviendo a los científicos para estudiar el lenguaje vocalizado. Analizando las estructuras de las frases, e incluso el genoma que da lugar a estos aparatos vocalizadores, algunos científicos tratan de entender mejor cómo determinadas especies consiguen comunicarse mediante distintos sonidos, incluidos los humanos.
El equipo de Christopher Olson, de la Universidad de Ciencias y Salud de Oregón, ha ido un poco más allá y ha decidido comprobar qué sucede cuando los mandarines cantan bajo los efectos de una sustancia como el alcohol y si existe alguna similitud con la distorsión vocal que experimentamos las personas. En un trabajo publicado en la revista PLOS ONE, los científicos explican el procedimiento por el cual suministraron pequeñas cantidades de alcohol a los animales disueltas en zumo y después registraron sus cantos.
El canto de los mandarines ebrios se hace más desorganizado.
"Mezclamos un poco de su zumo con un seis por ciento de alcohol y los ponemos en los bebederos de sus jaulas", explica Olson en NPR. "Al principio pensamos que no lo beberían de forma voluntaria porque, bueno, muchos animales no lo hacen. Pero parecían tolerar bastante bien y estaban desenado consumirlo". Gracias a este sistema, las aves registraban unos niveles de alcohol de entre 0,5 y 0,8 gramos por litro de sangre, suficiente para el estudio dado su metabolismo. El resultado, como se puede comprobar en el siguiente vídeo, fue que los pájaros emitían un canto ligeramente más lento y un poco trabado.
Aunque el audio a velocidad normal no permite distinguir muy bien la diferencia, el análisis de las secuencias al detalle ofreció a los científicos un resultado claro. El canto de los mandarines ebrios se hace más desorganizado, según Olson, y recuerda de alguna manera al de las personas ebrias que cantan durante una celebración. "El efecto más pronunciado fue el descenso de la amplitud y el incremento de la entropía", escriben los autores del trabajo. Las sílabas de las canciones parecían estar peor "pronunciadas" y ligeramente ralentizadas.
Los científicos aseguran que la conclusión principal es que el etanol afecta más a unas áreas del cerebro que a otras, lo que produce este efecto en su canto y quieren comprobar ahora cómo afectan estos niveles de alcohol al aprendizaje de melodías y qué paralelismos pueden establecer con el lenguaje humano.
Referencia: Drinking Songs: Alcohol Effects on Learned Song of Zebra Finches (PLOS ONE) | Imagen: Jim Bendon (Flickr, CC)