Por Francisco López-Muñoz y Cecilio Álamo González.
Las conductas agresivas y violentas constituyen un problema de gran envergadura en la sociedad actual. Se estima que su prevalencia en la población general es del 25 % y se ha constatado que el sujeto agresivo suele estar incapacitado para mantener unas adecuadas relaciones sociales, laborales y familiares.
A pesar de su trascendencia, la naturaleza íntima de las conductas agresivas es bastante desconocida. Su génesis es múltiple: participan factores ambientales, de predisposición hereditaria y neurobiológicos. Durante las tres últimas décadas se han multiplicado las investigaciones neuroanatómicas y neuroquímicas que han tratado de dar luz al conocimiento de las bases biológicas de la agresividad.
Anatomía de la agresividad
Desde el punto de vista neuroanatómico, hace más de 40 años se demostró que las conductas agresivas en el humano se relacionaban con alteraciones en el área límbica y en los lóbulos frontales y temporales. Más recientemente, gracias al desarrollo de las técnicas de neuroimagen, se ha obtenido información adicional sobre la relación entre la anatomía cerebral y la conducta agresiva.
Así, se ha encontrado una relación entre la agresividad y las alteraciones del hemisferio dominante y del lóbulo temporal izquierdo. Además, otras zonas del cerebro, como el hipotálamo, la amígdala, el lóbulo frontal y la corteza cingulada, ejercerían un papel modulador de estas conductas. Estas técnicas de neuroimagen también han confirmado una disminución del volumen de la sustancia gris en la corteza orbitofrontal en un grupo de delincuentes violentos y criminales psicópatas.
Pero, ¿qué sucede a nivel químico en el cerebro de sujetos violentos? Las hipótesis más consolidadas actualmente postulan una reducción del funcionalismo serotoninérgico, junto a una hiperactividad del sistema central de neurotransmisión noradrenérgico. Además, otros sistemas de neurotransmisores, como la dopamina, el GABA, los péptidos opioides, el glutamato y la acetilcolina podrían estar implicados en este tipo de conductas. Al menos, en modelos animales.
El papel clave de la serotonina
En modelos animales de aislamiento con roedores se ha observado una estrecha relación entre el desarrollo de conductas agresivas y muricidas y una disminución del recambio serotoninérgico.
En humanos, en la década de los 60, se observó que, en enfermos depresivos que se habían suicidado, las concentraciones de serotonina a nivel del tronco encefálico eran significativamente menores que las de un grupo de individuos que habían fallecido por causas no violentas. Más tarde se observó que una disminución de los niveles cerebrales de serotonina en el sistema límbico hipotalámico se asociaba con conductas suicidas o agresivas de tipo impulsivo.
Otros estudios han mostrado que cuando más bajos son los niveles de 5-ácido 5-hidroxi-indolacético (5-HIAA), un metabolito de la serotonina, en el líquido cefalorraquídeo, los niveles de agresividad de los actos suicidas son mayores. También que los individuos con niveles bajos de este metabolito presentan una historia personal de más detenciones policiales, conflictos laborales y conductas autoagresivas.
Los clásicos estudios de la Universidad de Helsinki sobre una muestra de 36 asesinos varones también aportan luz sobre este punto: se constataron unos niveles de 5-HIAA más bajos en los sujetos de tipo impulsivo y más aún en aquellos que habían cometido más de un crimen. En otro de estos estudios, que comparaba varones con antecedentes de piromanía de carácter impulsivo, pacientes violentos con historial de marcada agresividad y pacientes control, se vio que los niveles de 5-HIAA en el líquido cefalorraquídeo eran más bajos en el grupo de pirómanos, mientras que los niveles de ácido homovanílico (HVA), un metabolito de la dopamina, fueron mayores en este grupo.
Otro estudio describió el caso de una familia holandesa en la que 14 miembros fueron detenidos por actos violentos continuados, entre los que se incluían intentos de asesinato, violación y piromanía. En esta familia de detectó una mutación genética ligada al cromosoma X que ocasionaba una alteración en la funcionalidad de la enzima MAO-A que, a su vez, originaba una disminución en la concentración de 5-HIAA en el líquido cefalorraquídeo.
Los estudios de receptores en cerebros post mortem de suicidas también ilustran la relación agresividad-serotonina, pues se ha observado un incremento en el número de algunos subtipos de receptores de la serotonina en la corteza prefrontal de estos sujetos.
Estos hechos también se corroboran desde la perspectiva farmacológica. La administración de fluoxetina, un antidepresivo de la familia de los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, que aumenta la concentración de este neurotransmisor en el espacio sináptico, ocasiona una reducción en la puntuación de las escalas de agresividad.
En el sentido opuesto, se ha constatado que la administración de p-clorofenilalanina, un inhibidor de la síntesis de serotonina, induce la aparición de conductas agresivas, al igual que la administración de neurotóxicos serotoninérgicos.
La noradrenalina también ejerce su papel
El sistema de neurotransmisión central noradrenérgico también se relaciona con las conductas agresivas. En modelos animales, la respuesta agresiva hacia los animales intrusos se incrementa al potenciar la función adrenérgica con antagonistas alfa2.
En humanos, se han observado niveles elevados de 3-hidroxi-4-metoxifenilglicol (MHPG), un metabolito de la noradrenalina, en la orina de suicidas, así como en el líquido cefalorraquídeo de personal militar con acentuadas conductas agresivas. En casos de suicidio, se ha detectado un aumento de la densidad de receptores adrenérgicos en la corteza prefrontal y en el hipotálamo.
También se ha establecido una relación entre el desarrollo de conductas agresivas y la catecol-O-metil-transferasa (COMT), enzima responsable de algunas vías metabólicas de la noradrenalina: pacientes esquizofrénicos que expresan fenotípicamente una variante de la COMT de baja actividad muestran mayor riesgo de presentar agresividad.
En resumen, la hipofunción serotoninérgica se asociaría más a conductas agresivas de tipo impulsivo, mientras que la actividad noradrenérgica marcaría la dirección de la agresividad, de forma que cuando este sistema está hiperfuncionante, la agresividad se dirigiría hacia el ambiente externo, y cuando está hipofuncionante, la violencia se dirigiría hacia el propio individuo, como sucede en los pacientes agresivos con riesgo de suicidio.
Y las hormonas, ¿también intervienen?
La participación del sistema endocrino en el origen de las conductas agresivas, sobre todo las hormonas sexuales, también parece evidente, fundamentalmente la testosterona. Esto se ha comprobado en varios estudios, que compararon los niveles de esta hormona en un grupo de estudiantes frente a un grupo de delincuentes, observándose unos niveles de testosterona más elevados en el segundo grupo.
Del mismo modo, altas dosis de esteroides anabolizantes, especialmente entre los deportistas, se han relacionado con algunos casos de episodios psicóticos, junto con un aumento de la irritabilidad y la agresividad, y también se ha observado en algunos pacientes con síndrome de feminización tratados con andrógenos.
Los corticoides también se han relacionado con actos agresivos. Sus niveles plasmáticos son elevados en animales subordinados en la escala jerárquica grupal. Del mismo modo, se ha descrito un aumento de la agresividad al microinyectar CRF (factor liberador de corticotropina) en distintas áreas cerebrales del animal de investigación. Además, se ha podido constatar un incremento de CRF en el líquido cefalorraquídeo de individuos suicidas.
Conclusión
Aunque las circunstancias ambientales (cultura, abuso de sustancias, deficiencias económicas, accesibilidad a las armas) pueden condicionar una sociedad violenta, donde las conductas agresivas se manifiesten con más frecuencia, los estudios experimentales con modelos animales y los estudios clínicos con humanos han podido constatar fehacientemente el papel de ciertas alteraciones neurobiológicas en estos tipos de conductas.
Este conocimiento, a pesar de los fracasos previos, puede abrir las puertas a un futuro próximo, en el que se pueda controlar terapéuticamente la agresividad y la violencia.
Francisco López-Muñoz, Profesor Titular de Farmacología y Vicerrector de Investigación y Ciencia de la Universidad Camilo José Cela, Universidad Camilo José Cela y Cecilio Álamo González, Catedrático Universitario de Farmacología, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.