Pese a estar presente aproximadamente en un 10 % de los escolares, muchos profesionales de la educación no saben en qué consiste exactamente la dislexia. Se trata de la dificultad para distinguir de manera rápida y fluida las letras y los fonemas que estas representan.
La dislexia tiene origen neurológico, por lo que, aunque se puede tratar, no tiene “cura”. Cuando no se trata, las personas con dislexia cometen errores frecuentes al escribir y leer, lo que afecta a su desempeño académico. Sin embargo, con el apoyo suficiente, la dislexia no tiene por qué perjudicar el aprendizaje y rendimiento de los estudiantes.
Aunque la dislexia tiene distintas maneras de presentarse en cada persona, en general la señal de alerta es una dificultad en la adquisición del abecedario que a su vez impide la fluidez en la lectura y la comprensión lectora.
Pero como está relacionada con la conciencia fonológica (es decir, con la capacidad de reconocer y aislar cada fonema), los niños de 4 o 5 años pueden mostrar algunas dificultades antes de enfrentarse al lenguaje escrito que pueden servir de alerta temprana: invertir los sonidos de las palabras o confundir palabras que suenan parecido, tener problemas para recordar o nombrar letras, números y colores, y dificultades para aprender canciones infantiles o jugar a juegos de rimas.
Actuaciones en la etapa de 3 a 6 años
A partir de los 4 años, el profesorado de Educación Infantil y la familia pueden observar si el niño es capaz de reconocer y nombrar las letras del alfabeto. Si se detectan problemas, es posible realizar diferentes pruebas para comprobar si estamos ante un niño o niña con alguna dificultad específica de lectura. Se pueden utilizar láminas que destaquen las letras o palabras para que los nombre, o realizar pruebas RAN, que miden la velocidad de procesamiento cognitivo.
Pero es en Educación Primaria (entre los 6 y los 9 años), en las fases de prelectura y preescritura, cuando aparecen los síntomas más evidentes. Es primordial intervenir si se detectan problemas a la hora de descodificar alguna palabra, o leer algunas oraciones o fragmentos de cuentos.
Señales de alerta
Aunque la dislexia no está relacionada con el coeficiente intelectual, tiene un impacto enorme en el aprendizaje una vez que se empiezan a utilizar los textos escritos. No poder leer con fluidez o al nivel del curso enseguida se convierte en un obstáculo para avanzar.
Un niño o niña con dislexia se da cuenta pronto de que no puede leer a la misma velocidad que sus compañeros de clase. Por eso, muchas de las señales que nos pueden alertar de esta dificultad tienen que ver con estados emocionales, como que al niño no le guste asistir a clase o muestre signos de ansiedad, frustración y dificultad para comprender lo que le indica el profesorado.
En línea con lo anterior, los docentes tienen la clave para atajar cuanto antes estos síntomas y ayudar a los estudiantes con esta dificultad a no quedarse atrás y recuperar la confianza en sí mismos. Especialmente, una vez que se diagnostica y que la evaluación psicopedagógica establece cuáles son las áreas de dificultad. A partir de ahí, se pueden diseñar herramientas y pautas pedagógicas para mejorar en ellas.
Superando prejuicios y ayudando en el aula
Para contribuir al bienestar emocional, el profesorado de Educación Infantil puede trabajar con el alumnado con dislexia, enseñando portadas de cuentos infantiles y preguntando acerca de las emociones que creen que pueden tener los personajes. Esto ayuda al niño a reconocer sus propias emociones.
Es aconsejable reunirse con los familiares o tutores legales para informarles de los pasos a seguir o las adaptaciones que se realizarán en el aula. De cara al resto de compañeros, conviene consultar con el niño o niña si desean que esta dificultad de aprendizaje sea conocida por los demás; la relación con el docente tiene si cabe más importancia, pues el alumno con dislexia se beneficia de poder expresar sus preocupaciones e inquietudes.
Tanto el profesorado como los familiares deben tener una actitud positiva ante un niño con dislexia, ya que es esencial el trabajo diario en la lectura y la escritura, actividades académicas fundamentales dentro del aula.
Adaptaciones concretas
Tanto en Educación Primaria como en educación secundaria es recomendable que lean fragmentos de libros acompañados del docente o de un familiar, haciendo énfasis en aquellas palabras que sean más relevantes para una mejor comprensión. Asimismo, según la dificultad que tenga la persona de dislexia, se podrá adaptar el examen subrayando en negrita aquellas palabras que sean más significativas o haciéndolo de manera oral.
Proporcionar más tiempo en los exámenes escritos o, si el docente lo ve oportuno y necesario, leer cada una de las preguntas en voz alta, son intervenciones recomendables.
Metodología por proyectos como aliada
Los docentes saben que la educación es mucho más que la enseñanza de unos contenidos concretos; en el aula se transmiten valores, derechos, respeto, empatía y humanidad. Cuando reflexionamos sobre el alumnado con dificultades de aprendizaje, desde una perspectiva social y con el bienestar común como objetivo, encontramos que la metodología por proyectos es una gran aliada.
Esta metodología consiste en crear grupos de trabajo en los que cada estudiante tiene una responsabilidad (portavoz, moderador, secretario, encargado de material) y el aprendizaje tiene lugar durante la ejecución de un proyecto determinado, en la interacción de los alumnos. Esta interacción favorece que los estudiantes se conozcan, se ayuden y se apoyen mutuamente. Pero además, brinda la oportunidad a las personas con dislexia de demostrar sus capacidades y destrezas.
Es una metodología que beneficia a todos los estudiantes, pues independientemente de si hay o no dificultades de aprendizaje, los alumnos asimilan la información de distintas formas y el aprendizaje significativo se produce sobre todo cuando hay motivación en el alumnado, así como una buena salud mental.
Cuando no se sabe hasta muy tarde
Lamentablemente, muchas personas con dislexia llegan a la adolescencia sin saberlo, con un bajo rendimiento académico y todavía más baja motivación.
Cuando se detecta a un estudiante con dislexia en secundaria, es preciso recopilar información sobre su nivel de competencia en las diferentes asignaturas, con una serie de pruebas coordinadas por el orientador del centro, quien debe informar al equipo docente y al jefe de estudios, especificando aquellas medidas y adaptaciones que pueden implementar.
Al igual que en etapas anteriores y posteriores, es primordial que se les proporcione más tiempo para la realización de la prueba escrita, que también se puede hacer oral. Conviene intentar realizar preguntas cortas, enunciados muy claros y no ser muy rígido si el alumnado comete alguna falta de ortografía.
Otras maneras de contribuir a que los estudiantes con dislexia puedan alcanzar todo su potencial son aplicables tanto en secundaria como en la universidad. Consisten en diversificar las maneras de evaluar sus conocimientos con la realización de un portafolios, trabajos individuales o cooperativos cuando no es imprescindible que se realice una prueba escrita.
Lo importante a tener en cuenta es que con el apoyo adecuado (desde tutorías personalizadas a adaptaciones en el aula), tanto académico como emocional, la mayoría de los niños con dislexia pueden tener un buen resultado en la escuela. La dislexia no tiene por qué condicionar toda la trayectoria educativa: cada pequeña ayuda suma.
Estela Isequilla Alarcón, Profesora Sustituta Interina del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación. Área de especialización en dislexia y en inclusión educativa., Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.