Ciencia

¿Lloverá el 12 de mayo de 2024? La respuesta está en la ciencia, no en las cabañuelas

Las cabañuelas sobreviven como un vestigio del pasado, perpetuando la creencia en predicciones climáticas absurdas y tópicas

Imaginemos que planeamos organizar un evento social importante para el mes de mayo de 2024, por ejemplo el día 12, que cae en domingo. Por lo general, en mayo, en España, ya no hace frío, los días son bastante largos y no son habituales las heladas. Las temperaturas máximas son agradables o, incluso, calurosas.

Tenemos en mente la celebración de un evento al aire libre con amigos y familiares. Así que, con tiempo, ahora en octubre, miramos algunas predicciones meteorológicas en medios de comunicación. Este año, debido al auge de las cabañuelas, algunos de ellos ya se atreven a dar predicciones basadas en este método ancestral de supersticiones y falsas creencias sin fundamento científico.

Predicción para el 12 de mayo de 2024

La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), formada por cientos de profesionales, físicos, estadísticos, matemáticos, ingenieros, etc., no puede ofrecer aún una predicción precisa de lo que acontecerá ese día, pero sí lo hará unas semanas antes. No obstante, algunos medios de comunicación, de forma irresponsable, ya han publicado que la primera quincena de mayo será calurosa y seca.

Las cabañuelas son a la meteorología lo que la astrología es a la astronomía. O lo que es lo mismo, deberíamos dar la misma credibilidad a esas predicciones que a cualquier horóscopo.

Según las cabañuelas, el 5 de agosto hizo un calor inusual, fue extremadamente caluroso y seco. Esta observación les permite inventarse el tiempo de la primera quincena del mes de mayo, cuando nuestro evento tendrá lugar: serán días calurosos y secos. No sólo por esta observación, sino porque, al parecer, así lo han indicado el comportamiento de las hormigas, las capas de las cebollas y el vuelo de las avispas. Absurdo y nada fiable, ¿verdad?

Este tipo de predicciones son pura invención, están basadas en ideas que no tienen ninguna base científica y cuya comprobación de acierto es nula. Nadie en su sano juicio se fiaría de esta superchería para organizar un evento pero, ¿y para responder ante desastres naturales, predecir fenómenos climáticos extremos, garantizar la seguridad de la navegación marítima o la gestión del tráfico aéreo o terrestre? Mucho menos. Como tampoco permiten predecir el tiempo para adaptar las actividades agrícolas como sembrar, cosechar o gestionar plagas.

Predicciones certeras y precisas

Podemos pensar, sin embargo, en las predicciones exactas, casi al minuto y al milímetro, de la reciente DANA que ha descargado con fuerza en Toledo y Madrid y que, gracias al trabajo de la Aemet, ha permitido a las autoridades, Protección Civil y Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado dar una respuesta precisa y proporcionada.

Aun así, debemos lamentar la pérdida de varias vidas y de incalculables daños materiales. El trabajo de la Aemet en este caso ha vuelto a poner de manifiesto la necesidad de disponer de predicciones fiables, precisas, certeras, basadas, cómo no, en la ciencia.

Otro ejemplo reseñable es la predicción de la tormenta Filomena en 2021. La Aemet emitió avisos dos semanas antes, alertando de que se podrían registrar acumulaciones muy importantes de nieve en el centro peninsular. Algo que no hizo el famoso “niño de las cabañuelas”, por mucho que algunos medios lo repitan como un mantra.

Y no, no siempre las predicciones aciertan. La complejidad del sistema climático, unido a cambios inesperados o las condiciones específicas de un determinado lugar, hacen que no se acierte al 100%. Aun así, este porcentaje de acierto es elevadísimo incluso con 48 horas de antelación.

En cambio, las cabañuelas no pueden hacer predicciones precisas, en lugares y momentos concretos. Se trata de predicciones vagas y tópicas (en otoño lloverá, en invierno nevará, en verano hará calor y en primavera habrá tormentas). Es posible que acierten, pero por razones completamente diferentes a la observación, el análisis y, en definitiva, a la ciencia.

Cabañuelas: superstición irresponsable en los medios de comunicación

Esta propuesta distópica, por desgracia, es hoy una realidad en algunos medios de comunicación, muchos de ellos nacionales, que, con demasiada frecuencia, publican de forma irresponsable predicciones meteorológicas basadas en este sinsentido.

Algunas decisiones de nuestro día a día dependen de predicciones meteorológicas precisas. La planificación de un evento o un viaje puede irse al traste por potentes nevadas, lluvias intensas o fuertes vientos que, además, podrían paralizar o poner en situación de emergencia a un país. Es esencial contar con información confiable respaldada por la ciencia, en lugar de depender de creencias y superchería sin fundamento.

Y los responsables de los medios de comunicación deberían ser eso, responsables. ¿Acaso acudirían a un tarotista para comprobar cuál podría ser la evolución de la economía? ¿Acudirían a un pseudoterapeuta o un chamán para que les explicara un nuevo avance médico?

Gracias a esa irresponsabilidad, las cabañuelas sobreviven como un vestigio del pasado, perpetuando la creencia en predicciones climáticas absurdas y tópicas. Estas prácticas sin base científica son incompatibles con una sociedad que ha superado las dificultades técnicas de antaño gracias al avance de la tecnología y la ciencia. Y al dar protagonismo a supuestos meteorólogos sin formación o sin edad para tenerla, va sembrando la desconfianza en quienes realizan las predicciones con rigurosidad y conocimiento.

La difusión de bulos y desinformación en los medios de comunicación buscando clics fáciles, el famoso clickbait, confunde al lector, erosionando su capacidad para discernir entre información fiable y falaz. En un mundo donde cada vez más la precisión y la fiabilidad son cruciales, la desinformación amenaza con sumir a la sociedad en un estado de confusión generalizada, poniendo en peligro desde la salud de las personas por una pandemia hasta la gestión de la crisis climática. En definitiva, poniéndonos en riesgo a todos y todas.

La lucha contra la desinformación no solo es un deber ético, sino también una necesidad apremiante para preservar el conocimiento, la racionalidad y la democracia en nuestra sociedad.

Alberto Nájera López, Profesor de Radiología y Medicina Física en la Facultad de Medicina de Albacete. Coordinador de la Unidad de Cultura Científica y de la Innovación (UCLMdivulga), Universidad de Castilla-La Mancha y Enrique Sánchez Sánchez, Catedrático Física de la Tierra, Facultad CC Ambientales y Bioquímica, Universidad de Castilla-La Mancha.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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