Aunque no le gusta el término “escritor de naturaleza”, Robert MacFarlane es sin lugar a dudas el autor más brillante y representativo de este género. Su capacidad para mirar al mundo a través del prisma de la ciencia, la belleza y la poesía le ha valido el reconocimiento de la crítica y el amor incondicional de miles de lectores. Tras haber ascendido a “Las montañas de la mente” y recorrer “Las viejas sendas”, en 2019 el británico publicó su aventura más arriesgada, la que le llevó a través del mundo subterráneo desde las cuevas del Paleolítico a las catacumbas de París, el corazón de los glaciares del Ártico o los grandes depósitos subterráneos de residuos nucleares.
Bajotierra (Random House, 2020) es un libro extraño y maravilloso, construido a partir de una amplia red de conexiones subterráneas que se extienden bajo la realidad y a lo largo de la historia han quedado entretejidas en nuestra propia mente. Una obra que nos conecta con los viejos mitos de una humanidad que se tambalea desde sus inicios y que vuelve a luchar con sus monstruos del inframundo. Un año después de su publicación en castellano, charlamos con MacFarlane por videoconferencia, con la esperanza de encontrar luz en la oscuridad, como quien desciende con una antorcha entre las tinieblas.
Pregunta. En estos tiempos tan apocalípticos, ¿se le ha pasado por la cabeza que puede que tengamos que buscar refugio en el subsuelo en cualquier momento?
Respuesta: Es una vieja historia, la del descenso a la tierra. Lo hicimos incluso antes de ser Homo sapiens, la usamos como refugio, soñamos y contábamos historias sobre los mundos subterráneos. Mi libro se publicó justo antes de la pandemia, cuando de repente todo el mundo experimentó la claustrofobia por la imposibilidad de moverse, y ahora se están produciendo estas historias terribles en Ucrania, muchas en el subsuelo.
Odesa, por ejemplo, es la ciudad del mundo con el mayor laberinto de catacumbas en el que ahora sus habitantes están buscando refugio, como lo están haciendo en las estaciones de metro o en sótanos, como el que albergaba los refugiados en un teatro de Mariúpol. Es un recordatorio de que la tierra nos mantiene a salvo, pero también nos atrapa. Las semejanzas son muchas y se remontan muy atrás en el tiempo, son tan antiguas como la propia literatura.
P. ¿Cómo vive alguien que escribe y ama la naturaleza estos días de pandemia y guerras, en los que el cambio climático ha quedado temporalmente en segundo plano?
R. Es una pregunta muy pertinente. Muy desde el principio de la pandemia fui muy escéptico sobre lo que yo llamo “utopismo pandémico”, esta idea de que el nuevo mundo renacerá de las cenizas del antiguo como el ave Fénix y emergeremos como una especie más sabia. Eso es algo que no ha sucedido en absoluto, como hemos podido ver. En el corto plazo, la pandemia y ahora la guerra, no podían haber llegado en peor momento.
En 2019 vivimos uno de los mejores momentos, los jóvenes estaban protagonizando un movimiento global a favor del planeta y de pronto llegó todo esto. Y los plazos que requieren estos problemas de ahora son de meses, pero los del cambio climático son de décadas. Creo que el desastre irá más allá de lo inmediato y tendrá consecuencias a largo plazo.
P. En esta nueva guerra en la que es tan importante el gas y el petróleo, y parafraseando a DeLillo, ¿parece que los monstruos del subsuelo “regresan para consumirnos”?
R. Sí, en cierta manera es una guerra por los combustibles fósiles. Y estos fantasmas del Carbonífero están regresando, como tú dices. La mezcla temporal que produce el Antropoceno es total y tan destructiva que somos incapaces de diferenciar el tiempo. Como dice la geóloga Marcia Bjornerud necesitamos una nueva conciencia del tiempo (Timefulness). En esencia, [la situación actual] no deja de ser consecuencia de la presión humana sobre los hábitats naturales, y como consecuencia de esta presión ahora tenemos también en marcha esta guerra por los combustibles.
“En cierta manera es una guerra por los combustibles fósiles, los fantasmas del Carbonífero están regresando”
P. ¿Cómo cree que afecta este nuevo escenario a nuestra visión del futuro? ¿Será el cambio climático un problema que ataña a los que salgan vivos de esta?
R. Es un problema endemoniado. Las soluciones vienen a menudo con sus propios problemas, y a la vez es un problema que autoempeora. Al principio de “Bajotierra” cuento la terrible historia de un espeleólogo llamado Neil Moss, que quedó atrapado y, cuanto más luchaba por salir, más se hundía en el agujero que le atrapaba.
El Antropoceno y el cambio climático pueden parecer una versión del problema de Neil Moss, en el sentido de que cuanto más luchas por salir de ello más te hundes. Justo mientras hablamos hemos sabido que la Antártida ha vivido una anomalía de 30 grados respecto a la media, parecen solo un chisporroteo sobre la pizarra, pero es el sistema completo gritando.
P. ¿Cómo pueden contribuir los escritores a concienciar sobre el cambio climático? ¿Estamos contando y eligiendo bien las palabras sobre lo que pasa?
R. Una de las tragedias breves de Shakespeare es “Tito Andrónico”, una obra en la que lo que parece ser lo peor es superado por algo que es peor de lo que parecía peor. Es como si Shakespeare planteara un desafío conceptual del lenguaje, lo que sucede cuando tras usar el comparativo y pasar al superlativo te das cuenta de que no hay ningún otro término mayor en esta escalada del horror.
Y creo que con la comunicación del cambio climático ha sucedido algo parecido a lo que ocurre en “Tito Andrónico”, creo que los científicos, y sobre todos los políticos, gastaron muy rápidamente la capacidad de alertar a través del lenguaje. Y lo vemos en cada informe nueva del IPCC.
“Creo que los científicos, y sobre todos los políticos, gastaron muy rápidamente la capacidad de alertar a través del lenguaje”
Creo que una de las cosas que podemos hacer es seguir intentándolo y también ir cambiando el formato. Ahora estoy trabajando en una actuación basada en el poema épico Gilgamesh, la primera historia humana jamás escrita, que es un cuento babilónico que habla de la deforestación, de lo que pasa cuando talas los bosques sin necesidad y llega la enfermedad, una alerta de hace 4000 años diciéndonos exactamente lo que estamos haciendo mal. Creo que debemos seguir buscando nuevas formas de conseguirlo.
P. Dice usted que somos mejores historiadores que futurólogos. Me recuerda lo que sostiene el escritor islandés Andri Snaer Magnason, para quien el gran problema es nuestra desconexión respecto al futuro. ¿Nos cuesta pensar en nosotros mismos como “buenos ancestros”?
R. Creo que hay una conexión entre lo que cuento en “Bajotierra”, lo que dice Magnason, lo que dice Marcia Bjornerud y otros que estamos pesando en este área. Aun siendo complicado, parece más sencillo ser un buen padre o abuelo que cuidar a personas con las que nunca nos encontraremos. La compasión viaja con mucha dificultad a través del tiempo, y nos cuesta trasladar ese cariño y cuidado en el espacio y tiempo hacia gente que ni siquiera existe. Como resultado, el futuro es una colonia del presente y nuestra basura está siendo depositada lentamente en la vida de sus habitantes.
“La compasión viaja con mucha dificultad a través del tiempo, y nos cuesta trasladar ese cariño hacia gente que ni siquiera existe”
P. Una colonia del futuro condenada por nuestro comportamiento…
R. Desde luego: Y sabemos por la historia que a las colonias se las despoja de sus recursos y son finalmente tratadas como vertederos.
P. Entonces, ¿estamos haciendo con el futuro lo que hicimos con África o América?
R. La analogía no es perfecta. Y pongamos el acento en que la culpa es más del sistema en su conjunto que de los individuos. Pero sí, se podría decir que el capital está disponiendo del futuro para llevar allí sus residuos.
“El futuro es una colonia del presente y les estamos enviando nuestra basura”
P. Después de haber subido a las “Montañas de la mente" y paseado por “Las viejas sendas” decidió usted “escalar hacia abajo”, ¿qué le llevó a tomar este camino?
R. Aparentemente seguí la lógica de la gravedad (risas). Se produjeron una serie de alineamientos con cosas que me interesaban. Pero sobre todo las cosas que sucedieron en 2010, cuando el mundo subterráneo se manifestó de forma tan clara en la superficie. En aquel año se produjo erupción del Eyjafjallajökull en Islandia y se hundió la plataforma Deepwater Horizon y el libro lo acabé en 2018, el mismo mes en que rescataron a un equipo de fútbol atrapado en una cueva en Tailandia y todo el mundo estaba pendiente de ellos. Me fascinaba que había algo enterrado en nuestra consciencia relacionado con lo subterráneo y la muerte, algo que desafía la imaginación global como ninguna otra cosa.
P. ¿Hay algún tipo de conexión especial de los humanos con las entrañas de la Tierra? En su libro cita la presencia de este mito desde el Gilgamesh hasta los nativos americanos…
R. En el Gilgamesh hay un viaje a las profundidades para ganar conocimiento y visión. Y se produce esa paradoja que menciono en el libro, de que a veces en la oscuridad se ven las cosas más claras.
P. ¿Tuvo algo que ver con el enfoque de su libro el hecho de que usted creció en un pueblo minero?
R. Mi padre era médico y trataba a los mineros con problemas pulmonares. Nottingham era una ciudad llena de cuevas, ibas a un pub y te encontrabas una galería o túneles que te llevaban de un lugar a otro a través de la roca. Es como un cuento de hadas en que puedes viajar de un lado a otro del tiempo a través de los agujeros.
“Me bañé en un río a 250 metros de profundidad. Sentí que estaba en otro planeta”
P. ¿Qué se siente al bañarse en un río sin estrellas?
R. ¡Ya no me acordaba! Era un lugar asombroso. Solemos pensar en las aguas de superficie, pero esto era un río muy caudaloso a unos 250 metros bajo tierra. Recuerdo los peces y salamandras blancas que vivían en él. Sentí que estaba en otro planeta.
P. ¿Y al estar a punto de ser tragado por un ‘molino’ glaciar?
R. Era un lugar muy intenso. De verdad te vuelves azul, todo es azul y si te cortaran por la mitad estarías calado de azul hasta los huesos. Tuve un momento para detenerme, a una cierta profundidad, y sentí esa paz del hielo, el glaciar parecía tan vivo…
P. ¿Cambió su visión de la vida estar en estos sitios?
R. Me ayudó a pensar en lo que significa estar vivo, de una manera no trivial. Y el siguiente gran libro que estoy escribiendo es sobre este sentido de lo “vivos” que están los ríos, las montañas, los bosques… Esta idea de los “sintiente”, esa especie de animismo. Cuando pensamos en el mundo subterráneo, además, pensamos que es el mundo de la muerte, pero está muchísimo más vivo de lo que pensamos. Los científicos están explorando la corteza terrestre y se están encontrando con una diversidad inmensa de microbios, como un nuevo Amazonas en las profundidades. Y otros investigadores, como Merlin Sheldrake, están contando la historia de los bosques que tiene lugar por debajo.
“Los científicos están encontrando una diversidad inmensa de microbios ahí abajo, un nuevo Amazonas en las profundidades”
P. Hay un momento en que comenta que los testigos de hielo parecen “diamantes del desierto salidos del fondo del mundo” y su interlocutor le dice: “veo que no es científico”. Me recuerda a cuando Urbain Le Verrier le dijo a Camile Flammarion “usted no es un sabio, ¡usted es un poeta!” ¿Seguimos pensando que no se pueden ser ambas cosas a la vez?
R. Por supuesto que se puede. Me ha recordado también al poeta romántico Samuel Taylor Coleridge, cuando alguien le preguntó por qué asistía a las conferencias de la Royal Society y respondió que para aumentar su repertorio de metáforas (risas).
P. ¿Necesitamos más metáforas en la ciencia?
R. Sí, creo que son muy útiles, no son solo un adorno. Sheldrake, por ejemplo, es un gran defensor de las metáforas como herramienta para pensar e investigar. La imagen, el arte, la poesía… no son triviales, sino un instrumento muy útil. Por eso me gusta hablar con geólogos, porque su lenguaje me parece profundamente atractivo. Y por lo que me encantan otros conceptos como la “materia oscura”, una de las mejores metáforas sobre nuestra propia existencia.
P. Comenta con Merlin Sheldrake que lo mejor no es contar el resultado, sino todas las cosas que pasan en el camino. ¿Deberíamos cambiar el enfoque?
R. En concreto, Merlin dice que le encantaría publicar el “gemelo oscuro” de cada paper científico, un documento en el que se incluya sus propias historias subterráneas, los accidentes y las amistades que surgieron haciendo esa investigación. Creo que en esta mezcla de conocimientos está la riqueza, y cada vez lo veremos más.
P. Hablando de metáforas, también dice usted que al salir de las profundidades el mundo se ve diferente. Cuando salgamos de esta crisis, ¿será como salir de una sima?
R. Creo que hay esperanza en el final del libro. Todos los protagonistas, los que están trabajando o viviendo en las profundidades, luchan por los suyos y por mejorar sus vidas. La última escena con mi hijo, después de haber recorrido 500 páginas en el tiempo profundo, te lleva al amor… y al presente.
P. Entonces, ¿nos vemos al salir del agujero?
R. Perfecto. ¡Nos vemos en la superficie!
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Para más información: Bajotierra (Random House, 2020)