Las plantaciones de árboles son fundamentales para la restauración de áreas degradadas, la mitigación del cambio climático y la mejora ambiental de entornos urbanos. Además, suponen una actividad esencial de educación ambiental al implicar a la comunidad en la recuperación de espacios que han sufrido algún desastre ambiental, como un incendio o un evento extremo como Filomena.
A pesar de que estos proyectos son anunciados a bombo y platillo por la clase política, pueden no contar con la planificación y los medios adecuados para ejecutarlos con garantías plenas de éxito. El resultado de una mala planificación y ejecución es un cementerio de plantas secas y tubos protectores que genera malestar vecinal y que supone un dispendio de dinero público.
La comunidad científica lleva años trabajando en mejorar el éxito de las plantaciones y existen una serie de factores que deberían tenerse en cuenta a la hora de poner en marcha estos proyectos.
Las plantas necesitan agua para prosperar
Cuando plantamos un árbol, la velocidad con la que la plántula se acopla al nuevo ambiente es un factor clave para garantizar su supervivencia y desarrollo. Este acoplamiento depende del contacto efectivo entre las raíces y el suelo. Mientras que se produce este contacto, la plántula continúa transpirando, pero sin la capacidad de satisfacer esta demanda hídrica mediante la absorción de agua por parte de sus raíces. Esto le lleva a sufrir un estado de estrés hídrico conocido como choque postrasplante.
Para evitar este estrés es fundamental realizar una buena preparación del terreno que suele combinarse con un riego abundante tras la plantación conocido como riego de establecimiento. A pesar de su efectividad, su viabilidad es limitada. En ambientes urbanos sí es posible hacer dicho riego, incluso de forma más continuada, pero cuando la plantación se realiza en el monte sólo queda esperar que llueva lo antes posible.
En ambientes mediterráneos, caracterizados por la sequía estival, el choque postrasplante se recrudece. Por eso es recomendable realizar la plantación durante la época más húmeda, en otoño, dando además tiempo a que la planta desarrolle su sistema de raíces antes de la llegada de las tórridas temperaturas y del periodo seco estival. Sin embargo, esto no siempre es así y muchas de las plantaciones se realizan bien entrada la primavera, lo que disminuye su probabilidad de éxito.
El tamaño importa
Las garantías de éxito de una plantación comienzan a forjarse casi un año antes con la siembra de semillas en los viveros forestales.
Las condiciones de cultivo de las plantas en vivero determinan sus características. Por ello desde los años 20 del siglo pasado los científicos y gestores se han interesado por aquellas características morfológicas de las plantas que podrían predecir su supervivencia tras la plantación.
Entre estos factores, el tamaño es un buen indicador de la supervivencia en campo y además es barato y sencillo de evaluar. En un reciente estudio, hemos demostrado a escala global que cuando se plantan árboles de la misma edad y de distinto tamaño la probabilidad de supervivencia es mayor en las plantas más grandes.
La razón de esta diferencia tiene que ver con ese acoplamiento entre el suelo y la planta que comentábamos antes. Las plantas de mayor tamaño tienen una mayor capacidad fotosintética y unas mayores reservas nutricionales, lo que favorece su tasa de crecimiento tras la plantación. Esta mayor tasa de crecimiento se relaciona con la capacidad de crear nuevas raíces y, por tanto, acoplarse al nuevo ambiente. Por eso el tamaño es un buen indicador de la calidad de la planta producida en vivero.
Sin embargo, cultivar plantas de calidad requiere planificación, inversión e infraestructuras. En este sentido, muchas de las plantaciones que se realizan en la actualidad no son planificadas con suficiente antelación como para que los viveros forestales puedan producir plantas con unas características adecuadas y en suficiente cantidad para satisfacer la demanda.
Plantaciones y cambio climático
Los escenarios climáticos para muchas regiones templadas del planeta, como la península ibérica, son desalentadores. El aumento de la frecuencia y magnitud de eventos de sequía y olas de calor exacerbará la mortalidad en las nuevas plantaciones.
Las medidas anteriormente descritas deberán combinarse con otras muy costosas como el uso de tecnologías orientadas a mejorar la disponibilidad de agua para las plantas. Sin embargo, la implementación de estas opciones a gran escala es inviable
En este contexto cabe recordar que plantar árboles no es sinónimo de disfrutar de los servicios ecosistémicos que una masa forestal puede proveer.
Por ejemplo, se necesitan décadas para que estas plantaciones actúen como sumidero de CO₂. Para que esto ocurra es necesario una buena gestión a largo plazo de estas plantaciones que garantice un estado de salud óptimo, más aún en un contexto como el mediterráneo donde cualquier acumulación de biomasa es susceptible de acabar siendo pasto de las llamas.
Enrique Andivia Muñoz, Profesor e investigador en el Departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.