La historia del relojero John Harrison es uno de los mejores ejemplos de que a veces es la tecnología la que marca el camino a la ciencia. Durante buena parte del siglo XVIII este artesano inglés desafió a los más eminentes astrónomos británicos y venció la carrera para establecer un método que permitiera conocer la posición de los barcos durante sus navegaciones en el océano. Mientras los científicos se inclinaban por buscar una referencia en los astros, Harrison diseñó una serie de relojes compactos que, a diferencia de los clásicos relojes de péndulo, mantenían la hora con bastante precisión y permitían conocer la posición del barco respecto al meridiano de partida.
Harrison dio instrucciones para construir un reloj que atrasara menos de un segundo en 100 días.
Aunque Harrison terminó ganando el premio por resolver el problema (la aventura está magníficamente narrada en el libro "Longitud", de Dava Sobel), sus afirmaciones antes de morir sobre la posibilidad de construir relojes ultraprecisos fueron ridiculizadas. En concreto, Harrison afirmó que podía construir un reloj que atrasara menos de un segundo en 100 días y dio las instrucciones para construirlo. Semejante logro resultaba tan difícil para la tecnología de la época que algunos coetáneos pensaron que el viejo relojero había perdido la cabeza.
Han pasado 250 años de aquella afirmación y los técnicos del observatorio de Greenwich acaban de anunciar que un reloj construido con las instrucciones de Harrison ha demostrado ser "el reloj mecánico de péndulo más preciso jamás construido", al retrasar solo cinco octavas partes de un segundo en un periodo de 100 días. El aparato, que ha sido inscrito ya en el libro Guiness de los récords, fue construido en los años 70 por otro relojero, Martin Burgess, que siguió las instrucciones de Harrison para poner en marcha su sueño. "Es un logro bastante extraordinario y una reivindicación completa de Harrison, que fue ridiculizado por asegurar que podía conseguir semejante precisión", asegura en The Guardian Rory McEvoy, comisario de los museos reales de Greenwich.
“Tan pronto como lo pusimos en marcha estaba claro que funcionaba extraordinariamente bien”.
El reloj de Harrison funciona mediante un par de barritas que oscilan por el peso y están sujetas por muelles. El dispositivo ha sido probado durante un año en el observatorio y protegido para medir su desviación con la mayor precisión posible. En los primeros días el dispositivo atrasaba siete octavos de segundo pero terminó con una desviación de solo cinco octavos. "Tan pronto como lo pusimos en marcha estaba claro que funcionaba extraordinariamente bien", asegura en The Independent Jonathan Betts, miembro de la Sociedad de Relojeros Anticuarios. "Es importante comprender", concluye, "que el diseño que [Harrison] hizo contra todo lo que decía el 'establishment', resulta ser el mejor de la historia".