Cultura

Del burdel al auditorio: El jazz ha pasado en 100 años del desprecio a estandarte de la cultura contemporánea

“El jazz es como ese tipo de hombre que a uno nunca le gustaría que se relacionase con su hija”. Así opinaba Duke Ellington sobre el tipo de música que le encumbraría entre los compositores más singulares del siglo XX. Prefería presentarse como un autor de folk negro. Otro de los grandes, Charlie Mingus, opinaba que la palabra jazz era para él sinónimo de nigger (negrata), de ciudadano de segunda clase. Las cosas han cambiado notablemente con el paso de los años y hoy la denostada palabra, que cumple estos días 100 años de vida, es seña de identidad de la cultura estadounidense.

Existen cientos de estudios de lo más variopinto para intentar descifrar el origen de ese vocablo tan despreciado por algunas figuras legendarias. Para muchos especialistas la primera constancia escrita se remonta a marzo de 1913 cuando una serie de artículos sobe beisbol, firmados por E.T. Scoop Gleeson en el San Francisco Bulletin, utilizan la palabra jazz para resaltar la falta de chispa en algunos jugadores del San Francisco Seals. Unos días más tarde otro periodista del Bulletin, Ernest Hopkins, se explayaba sobre el hallazgo y apuntaba que jazz no tenía sinónimo, que aglutinaba entre otras cosas, la energía, la virilidad, la efervescencia, el magnetismo y la alegría que debería definir al equipo.

Este dato no aclara sin embargo la procedencia de esta palabra que la Real Academia Española define escuetamente como “género de música derivado de ritmos y melodías afronorteamericanos”. Hay quien atribuye el origen al fuerte perfume con olor a jazmín que llevaban las prostitutas en los burdeles de Nueva Orleans, donde la clientela se entretenía con bandas que tocaban ragtime. Etimologistas estadounidenses no reparan en profundizar en los supuestos orígenes sexuales del vocablo: los criollos llegados de Centroamérica llamaban jass al acto sexual, los esclavos africanos de países con habla mandinga decían jasi. En este muestrario lúbrico Francia no podía quedar al margen, conviene recordar que la Luisiana –durante años colonia española- fue comprada, junto a otros territorios del sur de la Unión, por Jefferson a Napoleón en 1803. En francés chasse (caza) tiene un sonido cercano a jazz y nadie discute que la palabra se considera sinónimo de conquista ya sea en un idioma o en otro. El prestigioso lexicógrafo R.W. Burchfield-editor del Oxford English DIctionary- defendió que chasse era la matriz de la que surgió el nombre jazz. Lafcadio Hearn recogía a su vez en un escrito de 1890 el testimonio de un sacerdote francés que, en 1722, describía como excitante y con claras insinuaciones sexuales la música que ejecutaba la población de las Indias Occidentales. Por último, Daniel Cassidy recuerda la masiva emigración irlandesa a tierras americanas y sostiene que jazz es una derivación de teas, que en irlandés antiguo significa caliente, pasión.

Con estas credenciales libertinas no es extraño que el jazz tardara décadas en ganarse el respeto y la admiración en todas las capas sociales. Pasar de garitos y locales de alterne a los más prestigiosos auditorios es un éxito derivado de la empatía y admiración que han conseguido personajes como Louis Armstrong, Duke Ellington, Charlie Parker, Ella Fitzgerald, Billie Holiday, John Coltrane, Miles Davis. Todos músicos negros que contagiaron su entusiasmo a artistas blancos tan destacados como Frank Sinatra, Benny Goodman o Dave Brubeck, entre otros muchos nombres. Ellos abrieron nuevas rutas, rompieron cadenas que encorsetaban la música al entender que la improvisación, esencial en el jazz, no está reñida con el arte de divertir y emocionar.

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