Alemania siempre responde. Tiene un plan en cada esquina y, sin nervios ni aspavientos, espera su hora y toma las medidas necesarias para lograr sus objetivos. Con media Europa deseando la victoria del débil, Grecia, con buena parte del continente suspirando porque Ángela Merkel, la canciller germana, saliera disgustada del palco de Varsovia, los germanos tiraron de su proverbial eficacia, golearon a los helenos y esperan tranquilamente rival –Italia o Inglaterra- en semifinales.
Lahm, mucho más que un simple lateral, desatascó la zona euro griega mediante un derechazo que se fue envenenando hasta acariciar las blandas manos de Sifakis antes de hacer temblar la red. El gol fue un respiro, más por el momento de producirse (m. 39) que por si mismo. Por lo visto hasta entonces, se antojaba imposible todo lo que no fuera un triunfo alemán, pero los minutos corrían y los helenos ya han acreditado con creces su capacidad para resguardarse de aguaceros y sacar provecho de sus contadas llegadas al área rival.
Ángela Merkel dormitaba en el palco, quizás contando euros y rescates, mientras su seleccionador, Joachim Löw, daba botes de desesperación por las ocasiones falladas
Ante Alemania, ni eso. Amagaron con un par de contragolpes, dibujaron dos disparos lejanos sin pimienta alguna y lo fiaron todo a una defensa que exhibió grietas desde el primer minuto. Özil falló la primera ocasión clara, los germanos apretaron y encadenaron tres llegadas diáfanas que no produjeron rédito alguno. Ángela Merkel dormitaba en el palco, quizás contando euros y rescates, mientras su seleccionador, Joachim Löw, daba botes de desesperación en la banda. Quería un gol y lo quería ya. Por si acaso.
Y tenía razón. Apenas de regreso del intermedio, una combinación eléctrica entre Salpingidis y Samaras, un contraataque de manual, produjo el inesperado empare. Löw amagó con estampar su ira contra el banquillo, se lo pensó mejor y tomó asiento sin poder disimular un enfado descomunal.
Hasta que apareció Khedira. El centrocampista del Madrid se siente importante en su selección. Lo es y lo demuestra. Apenas dejó disfrutar del empate a los griegos durante cinco fugaces minutos. Apareció poderoso en el área pequeña para ejecutar una volea con la derecha que desequilibró el marcador y abrió el camino de la goleada teutona.
Luego Sifakis salió a por uvas, Klose cabeceó el tercero y Merkel, las dos manos en el pecho, escenificó ante el mundo su impostada satisfacción tras el breve susto griego. Luego llegó el cuarto y, a última hora, Salpingidis, de penalti, maquilló parcialmente el resultado. Pero nada más. Porque todo sigue bajo el control de la Alemania de Merkel. En los despachos y en el césped. De momento.