Viste la camiseta de la Universidad de Louisiana State, la misma que en su día sudó Shaquille O'Neal, y como él soporta sobre sus hombros la presión de quien se sabe elegido para descollar en el siguiente nivel. Ben Simmons, australiano de Melbourne, lleva toda la temporada sometido a las lupas más exigentes. Los ojeadores NBA, de hecho, no paran de señalarle como el siguiente eslabón en la cadena de nacidos para dominar el deporte de la canasta.
Este nuevo fenómeno del baloncesto parece destinado a ser el número uno de la próxima lotería de novatos de la mejor liga del mundo. Sólo Brandon Ingram, el alero de North Carolina al que se compara con Kevin Durant, parece poder hacerle sombra. Sin embargo, el aussie aguanta el peso del símil más severo: su espejo le devuelve, según muchos expertos, la figura de un nuevo LeBron James.
Indiscutible rey de su camada en el instituto, donde se mudó en edad escolar para jugar en la prestigiosa Montverde Academy, en el estado de Florida, Simmons desoyó las ofertas de verdaderas potencias universitarias para terminar en un college como LSU, con más tradición de fútbol americano que de baloncesto. Allí se aseguraba ser el gran líder de su equipo en el que todo apuntaba a que iba a ser su único curso amateur antes de desfilar hacia la NBA.
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"Sólo le veo un punto débil: el tiro en suspensión", decía en diciembre sobre él un scout profesional. Porque, por lo demás, su perfil deportivo asusta: combina la talla de un ala-pívot con el manejo y la visión de juego de un base, puede actuar en cualquier posición, no es egoísta sobre la cancha, posee una competitividad formidable y no le tiene miedo al contacto físico ni a los grandes desafíos. Parece diseñado para triunfar.
Ese retrato no ha pasado desapercibido para las grandes corporaciones deportivas. Y es que, después de que el muchacho hiciera público en la ESPN, para toda la nación, que dejaba la universidad para perseguir el profesionalismo, las primeras informaciones ya hablaban de un contrato firmado con Nike de nada menos que de 100 millones de dólares.
Fue Sonny Vaccaro, el gran gurú a la hora de captar talento joven para las marcas de calzado, el que ya presagió que Ben Simmons superaría al mismísimo LeBron como el rookie más rico de la historia de la NBA (James firmó en 2003 con Nike por 90 kilos). Y las palabras del oráculo se han cumplido.
La etapa del 'canguro' en la NCAA ha terminado con sabor agridulce. Ha conseguido unos monstruosos promedios en la temporada de 19'2 puntos, 11'8 rebotes y 4'8 asistencias, pero su equipo no ha podido clasificarse para el Torneo Final, en el que se decide el campeón nacional. Poco le ha importado eso a las agencias de representación, que ya se han abalanzado sobre él. Paradójicamente, la que tendría más papeletas de contar con su servicios a día de hoy sería Klutch Sports, propiedad de LeBron James. Y es que un elegido parece haber olfateado que otro de su misma estirpe está en camino.