Lo bueno de la crisis que atraviesa el Barça es que estamos aprendiendo mucho. Ahora tanto los culés como los antibarcelonistas sabemos que hay un organismo o algo así en Cataluña llamado Procicat. Resulta que en estos momentos el futuro del presidente del Fútbol Club Barcelona, el inigualable Josep María Bartomeu, y del resto de su directiva depende de lo que decida este Procicat. Suena a chiste pero esto es lo que está ocurriendo.
No nos detendremos a explicar qué es el Procicat porque es más divertido dejar el halo misterioso sobrevolando la cuestión. Además, así alimentamos el interés. En román paladino, Bartomeu y sus mariachis amagaron este lunes con dimitir si la moción de censura presentada por los mil y un opositores se tenía que votar los días 1 y 2 de noviembre. Arguyen que, debido a la pandemia del coronavirus, no se dan las circunstancias para organizar tamaña votación antes de los días 15 y 16 del mismo mes.
Ahora hay que esperar a la decisión del Procicat, que en realidad es la Generalitat, donde parece que Barto y los suyos no cuentan con demasiados amigos. La otra duda es si solo se votará en el propio Camp Nou o en más lugares. O, dicho de otra manera, el embrollo está en la forma en que los socios podrán participar en la moción de censura. La directiva amenaza con una dimisión en bloque por esas maneras y no por sus errores o por la existencia de la moción. Delirante.
Los culés padecemos cosas marcianas como ver un clásico con Griezman en el banquillo mientras juegan Coutinho o Pedri, como comprobar en el mismo partido que un Jordi Alba recién salido de una lesión es el único argumento ofensivo o como celebrar los goles de Suárez en el Atleti mientras en el Barça no hay delantero centro
La dimisión amagada de Bartomeu y el resto de directivos es solo una muestra más del esperpento que se vive en el seno del club catalán. Pensábamos que lo del campo era insuperable, pero nos equivocábamos. El circo futbolístico no tiene parangón. Los culés padecemos cosas marcianas como ver un clásico con Griezman en el banquillo mientras juegan Coutinho o Pedri, como comprobar en el mismo partido que un Jordi Alba recién salido de una lesión es el único argumento ofensivo o como celebrar los goles de Suárez en el Atleti mientras en el Barça no hay delantero centro.
Pese a todo, el circo de las oficinas es aún peor. Nadie sabe qué puede ser lo próximo que acontezca. Ahí están el ya comentado culebrón de la moción de censura, la convocatoria de elecciones para marzo, los pormenores del lamentable caso Messi, al que le quedan meses como azulgrana, o los recientes dimes y diretes de Piqué, que firma su renovación y luego se suma a una suerte de motín contra la directiva a cuenta de la reducción salarial o que lanza severos ataques contra el mismo Barto con el que se sentó a renovar.
En el Barça se vive una suerte de desestabilización permanente que obedece a la incapacidad gestora de la directiva y también a los intereses taimados de determinados poderes que quieren hacerse con el club
Todo parece posible. Abunda la sensación de caos y de improvisación. El presidente es un cadáver (futbolístico, ojo) y parece no haberse enterado. La relación entre los directivos y los jugadores es penosa. Las cuentas se antojan desastrosas por el impacto de la pandemia. Y Koeman hace lo que puede en el banquillo pero intuye que le quedan tres telediarios en el puesto.
En el Barça, en suma, se vive una suerte de desestabilización permanente que obedece a la incapacidad gestora de la directiva y también a los intereses taimados de determinados poderes que quieren hacerse con el club. Que el equipo no funcione en el campo, que por cierto es lo que verdaderamente importa a los aficionados, puede tener remedio. Lo de los despachos, en cambio, está demasiado podrido como para atisbar una solución.