El domingo se jugó un Clásico en Barcelona. Ganó el Madrid porque fue mejor que un Barça que intenta salir de la depresión postMessi. Pero lo más relevante no ocurrió en el terreno de juego, sino fuera del mismo y en sus márgenes. Me refiero a dos imágenes, una ya muy comentada y otra que parece pasar inadvertida o, peor aún, advertida pero tomada como farsa cuando resulta trágica.
Que un grupo de aficionados azulgranas se abalanzasen sobre el coche del todavía entrenador del Barça, Ronald Koeman, para insultar a sus ocupantes -el técnico y su esposa-, zarandear el vehículo y dar alguna que otra patada es escandaloso para todos. Es una imagen impactante que está dando la vuelta al mundo y que genera largas peroratas en las tertulias deportivas. Discursos que versan sobre la crisis existencial del club, sobre la falta de seguridad en los alrededores del Camp Nou o sobre la banalización de la violencia en nuestra sociedad.
Sin embargo, a nadie parece escandalizarle o siquiera llamarle la atención otra imagen que ocurrió durante el partido y que al menos para mí resulta igual de impactante e igual de violenta aunque no tan comentada por no resultar novedosa. Se trata del momento en que Vinicius fue sustituido y, como había salido por la parte contraria del campo, tuvo que caminar junto a los aficionados culés hasta llegar al banquillo. En esa suerte de paseíllo, desde las gradas le insultaban, le hacían peinetas y le increpaban de mil maneras.
El fútbol es lo que ocurre pero, como todo en la vida, es también lo que nos cuentan sobre lo ocurrido
Fue un momento bochornoso que ensombrece el partido y que tendría que provocar reflexiones al menos tan sesudas como las que causa el ataque al coche del técnico. Vean las imágenes, si no me creen. Fíjense en las caras de quienes insultan al jugador madridista. En esos rostros y en esos gestos está también el odio, en este caso al rival. Pura bilis desatada. Lo vimos en el Camp Nou este domingo, pero el problema es que lo mismo o cosas parecidas pasan cada jornada en casi todos los campos de España, porque en el balompié patrio todo está permitido.
El fútbol es lo que ocurre pero, como todo en la vida, es también lo que nos cuentan sobre lo ocurrido. En un programa pretendidamente serio, de esos que ningunean a El Chiringuito porque es demasiado espectacular, ofrecieron la imagen de los ataques a Vinicius. El presentador, ufano, comentó con cierta sorna que lo que podía verse era bueno por ser la prueba evidente de que el jugador madridista "ya es odiado en el Camp Nou". Tal cual.
Los aficionados, por fanáticos que sean, tienen que comprender que un estadio de fútbol no es, pese a lo que dice la costumbre, el lugar al que asistir para evacuar frustraciones profiriendo animaladas contra los rivales o el árbitro
Ya tenemos dicho aquí que en el deporte en general pero en el fútbol en particular hemos naturalizado el insulto, la falta de respeto y la mala educación, como si esos señores, porque ganan mucho dinero como futbolistas, llevasen implícita en su sueldo la obligación de aguantar estos ataques. Y también hemos repetido que los aficionados, por fanáticos que sean, tienen que comprender que un estadio de fútbol no es, pese a lo que dice la costumbre, el lugar al que asistir para evacuar frustraciones profiriendo animaladas contra los rivales o el árbitro.
Suena a prédica en el desierto, raya en el agua o delirio buenista, soy consciente, pero en esta época líquida alguien tendrá que pelear por defender y reclamar lo obvio. Los insultos a Vinicius durante ese viaje hasta el banquillo resultan al menos tan intolerables como el posterior ataque al coche de Koeman. Algo tan básico como el respeto tiene que caber en el fútbol.