Embarcados no pocos especialistas en análisis basura y embaucados miles de aficionados por esa moda exprés, la derrota liguera del Real Madrid en Sevilla fue leída en claves personal y de venganzas o campañas de acoso y derribo contra algunos jugadores.
Al calor del segundo y definitivo gol sevillista, los fusileros dispararon con saña sibilina a Benzema y Keylor Navas. Bajo el paraguas de una concatenación de errores puntuales pretendieron esconder las carencias generales de un equipo que no es perfecto.
Hasta que, apenas tres días después, llegó el Celta y hurgó en la herida. El Madrid había vivido de la calidad individual, de la pegada y de la bien ganada fortuna, pero hay aspectos que precisan urgente reparación.
Dudar de la eficiente labor de Zidane y de su pacificadora sonrisa es de necios, pero resulta evidente que el fútbol del equipo sólo ha enamorado a ráfagas escasas y cortas.
Un conjunto ordenado y atrevido como el Celta desnudó la fragilidad defensiva, la irregularidad del centro del campo y la preocupante sequía de los delanteros, especialmente la de Cristiano.
El habitual Madrid corajudo ni siquiera pudo aprovechar el golpe de efecto que supuso igualar el marcador apenas cinco minutos después de encajar el 0-1. En la siguiente jugada llegó el 1-2, y el equipo no acertó a levantarse ya del suelo.
¿A quién echamos esta vez la culpa?