Un resultado, tres puntos, simple aritmética. El Atlético sólo fue eso en la fecha 32, líder todavía en solitario a sólo seis del final del campeonato. Apretado por la sobrecarga del calendario, se tomó la visita del Villarreal como un respiro. Una oportunidad para descansar. Marcó pronto, por supuesto a balón parado, además en falta, y dio por terminado el fin de semana. Se la jugó en definitiva, porque al ralentí la máquina de Simeone no carbura, porque sin la máxima intensidad el Atlético se reduce a la décima parte. Pero el rival no le exigió demasiado, le concedió llegar a la orilla casi sin sobresaltos.
No estaba Gabi, el personaje fundamental sobre el campo de esta excitante aventura. Tampoco Diego Costa, el delantero que condiciona y concentra todo el juego de ataque. Ni Arda, un trozo de imaginación y calidad, ese rasgo esencial del fútbol convertido en factor secundario en esta obra. Ni siquiera Miranda, al que el Cholo decidió conceder más descanso incluso del que diseñó para los jugadores que sí estuvieron sobre el pasto del Calderón. Y el Atlético pasó el trago de las ausencias trascendentales sin consecuencias clasificatorias. Las echó en falta, mucho, en el trámite, pero no en el balance. No necesitó jugar para salir más líder de la jornada.
No salió fútbol de la lámpara de Diego, al fin titular gracias a las circunstancias, ni muchas ganas llevaba el plan de que saliera. En realidad, Simeone lo utilizó para apagar al Villarreal estorbando a Bruno Soriano y para intentar dormir el partido. El Atlético no jugó, simplemente bostezó. No se pareció en nada a sí mismo. Se salió del partido tras el 1-0 y ya no supo regresar (la intensidad cuesta reencenderla una vez se abandona) cuando el adversario se animó a intentar combatir. La manera más arriesgada en suma de ponerse en peligro. Pero finalmente salió sin rasguños de la temeridad.