Hay partidos de fútbol que sólo recordamos por la belleza de un gol. Y hay partidos de fútbol en que un jugador rinde a un nivel tan infinitamente superior a sus rivales que parece tocado por una mano divina. Ambas características se aunaron en la figura de un futbolista, Radamel Falcao, que desniveló la final de la Europa League de 2012 disputada en Bucarest. Aquella noche de mayo el Atlético de Madrid se llevó la victoria porque el jugador colombiano, conocido como El tigre, se merendó a los leones del Athletic de Bilbao.
Era un duelo para la historia entre dos históricos del fútbol español. El equipo vasco, entrenado por Marcelo Bielsa, parecía el favorito tras eliminar al Manchester United y al Schalke 04. Y en esa final europea inédita los bilbaínos tenían la oportunidad de volver a la senda del triunfo después de demasiado tiempo lejos de la gloria. Los rojiblancos, acaso más tranquilos por ello, habían levantado esa misma copa dos años antes en Hamburgo ante el Fulham.
Falcao, ahora de moda por su fichaje por el Rayo Vallecano, regaló a los aficionados una actuación sublime. Sus dos goles en la primera parte, espectacular el primero por su plasticidad y genial el segundo por su astucia, construyeron un muro imposible de franquear para unos jugadores del Athletic que, impotentes, veían esfumarse su sueño entre dentellada y dentellada de un animal que los devoró sin piedad.
Sí, eran favoritos, pero lo cierto es que los Llorente, Javi Martínez, Ander Herrera o Muniain -quizás el mejor Athletic en mucho tiempo- quedaron empequeñecidos, acaso obnubilados y sin duda sorprendidos, por esas dos jugadas para el recuerdo. Nada pudieron hacer los leones frente al tigre.
En el segundo tiempo el equipo vizcaíno lo puso todo para intentar remontar. Incluso tuvo ocasiones para recortar distancias. Pero, en realidad, los espectadores sólo querían comprobar si el espectáculo de Falcao iba a continuar. Y continuó, porque a punto estuvo de marcar el tercero, su tercero, en una gran jugada individual. Al final fue su compañero Diego quien remató el partido. Un 3-0 inapelable. Fue el primer título de Simeone como entrenador del Atleti. Fue un momento feliz de un equipo colchonero que años después ganaría la Liga y rozaría la victoria en la Champions en dos ocasiones. Pero, sobre todo, fue la noche de Falcao.