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¿Y por qué mejor Piqué no lo denuncia?

  

Sólo van tres jornadas de Liga y dos finales, el mercado de fichajes vive la clásica hora punta del cierre, y el personal ya se agarra a los arbitrajes como coartada para reducir los debates futbolísticos que van surgiendo y evitar la asunción de responsabilidades. Algunos argumentos utilizados se descalifican por sí solos. Como los esgrimidos el pasado viernes por Mourinho (para variar) tras caer derrotado en la Supercopa de Europa ante el Bayern de Guardiola. Se quejó el luso de una segunda tarjeta amarilla, en su opinión injusta, que en realidad debió ser roja directa y que mantendrá al rival agredido al menos un par de semanas de reposo en el hospital. Bastaba con mirar. Pero según la versión del ex madridista todo se reduce a que le tienen manía. Y de ahí su estadística de dudosa reputación de acabar los partidos en inferioridad con insistente frecuencia.

Pero no es sólo Mourinho. Durante la disputa de la otra Supercopa, la de España, se sucedieron los lamentos arbitrales. Ocurrió en la ida y también el pasado miércoles en la vuelta. El reproche más sonado lo recitó Piqué, que cargó contra los colegiados por acudir a hablar con los jugadores para explicar cuál va a ser su criterio durante la temporada y luego no cumplirlo sobre el campo. Por permitir en este caso el juego brusco del Atlético, su reiteración de faltas y de entradas. Y por no tratar, según dijo el central, a todos los equipos por igual. Piqué considera al Barça una víctima de los del silbato, aunque vista su intencionada patada por detrás a Diego Costa quizás no sea el jugador más legitimado para liderar el discurso crítico.

En todo caso,  los futbolistas, entrenadores y directivos que se quejan tienen la solución para dejar de hacerlo. Les bastaría con colaborar. Por ejemplo, con denunciar ante el Comité de Competición las acciones más reprobables que se dan en un terreno en vez de dejarlas todas a la capacidad visual (o de criterio) del árbitro. Filipe, Arda Turan y el profesor Ortega recibieron el pertinente castigo (dos partidos, dos y cuatro, respectivamente) por sus fechorías (las que el colegiado interpretó como tales) durante la contienda. Pero las acciones más sucias salieron impunes.

Es el caso del pisotón de Godín a Alves, sin balón de por medio, que tanta literatura y censura generó después. Lo más feo de la final. La Federación no sancionó al agresor porque Borbalán no lo vio en directo y porque los Comités no pueden entrar de oficio tras revisarlo por televisión en diferido. Salvo que les ayuden. Salvo que ese Piqué que tanto se queja, o el Barça, tuvieran a bien denunciarlo. Pero no, por dios, eso nunca, al parecer no es de caballeros. Prefieren mirar para otro lado (no vaya a ser que la denuncia se revuelva al siguiente partido), hacerse los dignos y descargar toda la culpa en el que no tiene físicamente ojos para verlo todo.

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