A Brasil la iba a llevar la FIFA en volandas. Al calor de ese penalti de Fred ante Croacia que se pitó y no fue se estableció como verdad lo que estaba cantado: la anfitriona iba a recibir todo tipo de ayudas, sobre todo arbitrales, para ganar la Copa del Mundo. Lo sabían hasta en las Islas Feroe. Pero luego llegó México y, seguro que para disimular, nadie empujó al pentacampeón a ganar al menos por 1-0. Y más tarde, ya en octavos, frente a Chile, que sospechó y denunció de todas las maneras conocidas y desconocidas de los favores que iba a recibir su rival, resulta que Howard Webb anuló un gol a Hulk por acomodarse el balón con la mano, de esos tan fáciles de hacer la vista gorda, y no sancionó con penalti ninguna de las caídas amarillas dentro del área. Fue a la lotería de los penaltis como el organizador siguió vivo en el torneo. Una sofisticada y calculada manera de ser favorecido.
Fabio Capello, el rey de los resultadistas y las lecturas interesadas incluso con la aparición de Mourinho (bueno, igual empatan), el entrenador mejor pagado de cuantos trabajaron y trabajan en el Mundial, quedó eliminado por el arbitraje, ya lo saben. No jugaba Brasil en su grupo, en el de Rusia, pero estaban Bélgica, Argelia y Corea del Sur, las siniestras dominadoras en la sombra del fútbol mundial. Se clasificó la banda de Courtois con cierta holgura y luego, jugándose la vida cuerpo a cuerpo en el último combate, Argelia. Por los árbitros, según gritó en todos los micrófonos el ventajista italiano. Igual perdió Carlos Queiroz, el seleccionador de Irán (bueno, ya no), en el duelo contra Argentina. Por el árbitro. Como Portugal cayó ante Alemania por el colegiado. 4-0 fue. Y también fue el árbitro el que eliminó a Italia, según la visión de Prandelli, en su particular a vida o muerte contra Uruguay. Todos los equipos están perdiendo igual.
Incluso México, por supuesto. Que iba ganando 0-1 con justicia frente a Holanda en el encuentro de octavos y decidió sobrevivir escondido en su portería desde entonces. Cuando le dio la vuelta Holanda al marcador, en los cinco minutos finales, Miguel Herrera, el populista entrenador azteca, lo vio clarísimo: ha sido el árbitro, que sumó al linchamiento descarado que desde el primer día estaba padeciendo su selección. Como si Robben (que confesó haberse tirado en una acción diferente a la decisiva, intentar hacer trampa) fuera culpa del colegiado. Holanda, el mismo equipo que derrotó por el árbitro a Chile, o eso dijeron Sampaoli, Bravo y Vidal. El mismo que según su entrenador, Van Gaal, iba a sufrir una persecución.
Pase lo que pase, en suma, en la Liga y en el Mundial, la culpa es del árbitro. La forma históricamente más cómoda de perder.