Era el verano de 2013 e Isco deshojaba la margarita de su futuro. Se había consagrado en Málaga y su fútbol casi exigía un peldaño más, un equipo superior. Media Europa pensaba en él, joven, virguero, imaginativo… Era seguro que su club vendería, pues el dinero se había agotado y pensaban en proyectos de menor envergadura, una falta de ambición que no cuadraba con el mediapunta.
Lo lógico era marcharse al Manchester City. Al calor del dinero de un jeque se estaba fraguando un proyecto ilusionante. La capacidad adquisitiva del club se unía a la organización establecida por Ferrán Soriano y Txiki Begiristain, responsables ambos también de los despachos en la época de Guardiola en el Barcelona. El tándem, además, había decidido entregar a Pellegrini las riendas del banquillo y eso era, sin duda, un nuevo aliciente para Isco. No en vano su consagración había venido de la mano del técnico chileno.
Todo parecía cerrado, las negociaciones estaban casi finalizadas y solo la firma distanciaba a Isco de la capital del norte de Inglaterra. No podía acelerarse el paso pues el jugador tenía un campeonato de Europa que jugar con España sub-21 y se prioriza el deporte a los despachos.
Llegó a la convocatoria y, como tantas veces, fue encuadrado en la habitación con Álvaro Morata. Su amigo Morata. Antes de llegar a Israel, donde se jugaba el torneo, al delantero le llegó un mensaje: ganar el campeonato era importante, pero también lo era convencer a su amigo de que el frío de Manchester no compensaba, de que hay equipos más grandes y de que la ambición genuina, la más alta, es jugar en el Real Madrid. El discurso tampoco es nuevo, aunque en el caso de Isco tenía doble dificultad, pues el malagueño era un barcelonista con un perro llamado Messi.
El campeonato les fue bien, mejor que bien. España arrasó a todos sus rivales, una actuación perfecta. También era de esperar, pocas generaciones han tenido más calidad: Thiago, Koke, Rodrigo, Illarramendi, De Gea, Muniain. Isco fue estrella desde el principio, incluso encontró goles, tres, suficientes para ser el segundo máximo goleador del campeonato. El primero, su amigo, que si bien empezaba los partidos en el banquillo terminó con cuatro dianas. Morata, además, podía estar contento con su otra tarea, al salir de Israel ya sabía que las negociaciones con el City se estaban enfriando porque la idea de Isco había cambiado: iría al Real Madrid. El delantero consiguió jugar con su amigo y, de paso, una gratificación del club por los servicios prestados. Florentino tuvo un detalle con su 'intermediario'.
La presentación no se salió un milímetro del canon habitual de las bienvenidas blancas. “No todos los días ficha uno por el mejor equipo del mundo. Hoy es el día más importante de mi carrera. Ponerte la camiseta del Madrid es algo que no te imaginas ni en tus mejores sueños”, dijo obviando su cariño por el eterno rival. No se besó el escudo, fue el tecnicismo que faltó. En la rueda de prensa habló de su amigo Morata: “Estuvo conmigo en el habitación de la sub 21 y me habló muy bien del Madrid, pero no me tuvo que convencer para nada. Yo tenía claro que quería estar en el Madrid”. Negó a Pellegrini, su mentor, por su amigo, por Zidane, que le llamó para convencerle, por ir a un club que, en Europa, resuena más que el City.
Isco llegó a su nueva casa y pronto se convirtió en ídolo para la grada. Es uno de esos jugadores que entran por los ojos, joven y español, muy del gusto del Bernabéu. Su amigo, sin embargo, no pasaba buenos momentos. Morata con Mourinho era la estrella emergente, el futuro de la delantera blanca –siempre hay alguien en el filial con ese cartel, aunque pocos lleguen luego a consolidarse–, pero con Ancelotti dejó de tener minutos. Peor aún incluso, en el escalafón le había pasado Jesé, que estaba en la boca de todos los madridistas, siempre ávidos de tener un canterano que destaque.
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Con el tiempo Morata ha reconocido que su relación con Ancelotti no era muy fluida. El italiano tiene cierta tendencia a descartar jugadores de su plantilla en los que no confía, eso fue lo que le pasó al delantero, que decidió que sin minutos se marcharía del Madrid como tantos otros hicieron antes en su misma posición. El año, al menos, le sirvió para ser campeón de Europa, jugando incluso unos minutos en la final de Lisboa.
Morata se fue a la Juventus, lejos de casa, de sus amigos y familia. Él mismo ha reconocido que le ayudó a madurar. En un principio parecía una decisión extraña, había overbooking de delanteros en el equipo transalpino y los españoles no acostumbran a brillar en un fútbol tan crudo. Tampoco comenzó bien, se lesionó un par de meses, se marchó Conte, que había pedido su fichaje, pero Morata, ya más maduro, terminó haciéndose con un hueco en el once, junto a Tévez, demostrando que es un jugador de nivel para un equipo que compite en Europa. El Madrid aún guarda una opción de recompra para que vuelva a su casa.
Toca reencuentro, Isco y Morata se verán y se darán un abrazo. Son amigos y cuando se ven, recuerdan que un día Morata fue el puente para que el malagueño llegase al Madrid.