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Lewandowski, la traición con alevosía

  

El fútbol mide la paciencia de los aficionados. Un día tras otro, cada vez un poco más. La Bundesliga los ha colocado en esta ocasión en el más difícil todavía, en una situación extrema, insoportable y absurda. Impensable en la Liga española, imposible de trasladar aquí en son de paz. Lewandowski, con media temporada todavía por delante, anuncia que la próxima dejará el Borussia Dortmund para jugar con la camiseta de su máximo competidor, el multimillonario Bayern de Múnich. Una barbaridad por mucha legalidad que la pinten, por mucha normalidad con la que los medios leamos la noticia.

El goleador polaco tiene que actuar todavía unos meses con el escudo al que ha decidido traicionar. Y quiere además que los seguidores abandonados le conserven el aliento y el cariño. “Queridos hinchas del Dortmund”, les escribió Lewandowski en un comunicado. “Me gustaría dirigirme brevemente a ustedes. Aún nos queda medio año por delante en el que tenemos objetivos que podemos lograr juntos. Aunque haya algunos hinchas que no están de acuerdo con mi decisión, espero su apoyo. En cualquier caso seguiré dándolo todo por el Dortmund".

Una provocación del todo evitable. Se pongan como se pongan, el fútbol es más un religión que un trabajo, más una ideología que una profesión. Y por eso el transfuguismo cuesta tanto aceptar en la tribunas. No vendría mal que igualmente dejase de estar bien visto en los periódicos e incluso entre los mismos compañeros. Que no se cubrieran de impostada honorabilidad estas deserciones bajo la cortina de la profesionalidad. Se trata de un derecho individual que proteger, pero en el mejor de los casos tan comprensible como la decepción, el desprecio o el asco que provoca entre sus víctimas, entre quienes entregaron previamente la veneración. El fútbol pertenece a los aficionados.

Pero si el desencuentro emocional es inevitable y eterno en rupturas de un año a otro entre equipos de máxima rivalidad, imagínense su tamaño si se anuncia con seis meses de adelanto. Y se obliga encima a las dos partes a fingir que no ha pasado nada, a pelear durante medio año por lo mismo obviando los cuernos. La agresión se convierte en tortura. Imaginen a Figo jugando en el Barça anunciando su traición con seis meses de anticipo, o a Luis Enrique en el Madrid. O a Hugo Sánchez en el Atlético. No caben los decibelios.

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