Durante años, hemos marcado en la ruta del baloncesto nacional los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro como el fin de trayecto de nuestra generación dorada, campeona del mundo en Lisboa 1999, que luego ha tejido un comienzo de siglo estratosférico, llenando vitrinas y colocando a nuestro país a un nivel nunca antes visto en este deporte. Y, por lo que parece, nos equivocamos al fijarle fecha de caducidad.
Sólo cuatro de esos nacidos en 1980 y 1981 quedaban en pie en Brasil: Pau Gasol, Juan Carlos Navarro, Felipe Reyes y José Manuel Calderón ('junior de oro' con asterisco, pues no acudió a aquel Mundial juvenil por lesión, aunque sí estuvo un año antes en Varna proclamándose campeón de Europa). Los dos últimos es prácticamente seguro, aunque no oficial, que darán un paso a un lado (Felipe ya hizo un amago de ello en el pasado y Calderón ha sido marginal en la rotación olímpica de Scariolo), pero el dúo catalán tiene otros planes para sus veranos.
Pau se siente bien. Y no hay otro secreto para su continuidad que ése. A pesar de sus 36 años recién cumplidos, el de Sant Boi, que ha tenido suerte con las lesiones durante su carrera, sigue siendo tan determinante como siempre. Lee el juego a la perfección, es un libro abierto de baloncesto en la zona y está cómodo asumiendo responsabilidades si observa que sus compañeros se atoran.
Estar en Tokio 2020 no tiene por qué ser una utopía para Pau Gasol
El pívot ha comunicado a su círculo cercano que valorará temporada a temporada si sigue vistiendo la casaca rojigualda pero ha dejado claro que el de Río no será su último baile. Tiene como ejemplos a Ginóbili, que este mismo verano acudió con Argentina a las 39 primaveras, o a otra leyenda como 'Piculín' Ortiz, que jugó en Atenas 2004 ya entrado en la cuarentena. Tokio, por tanto, no tendría por qué ser una utopía para el mejor baloncestista de nuestra historia.
El caso de 'La Bomba' Navarro es singular, porque se encuentra menos entero físicamente pero tiene una motivación especial para continuar: el escolta de Sant Feliu se encuentra sólo a tres internacionalidades de superar a Epi, el jugador español que más veces ha vestido la casaca de la Selección. El culé hará todo lo posible, por tanto (si su ajado cuerpo se lo permite), por extender su permanencia a las órdenes de Scariolo hasta que sume el número mágico de los 240 encuentros con el combinado nacional.
El caso del exterior del Barça, eso sí, deparará polémica, dado que su rendimiento es cada vez es menos diferencial y es señalado por muchos como el culpable de que los jóvenes en su puesto no puedan progresar. Muestra chispazos de genio, pero los combina ya con valles de juego muy pronunciados. Por detrás de él, Abrines se aburre en el banquillo como último efectivo de la rotación de España y Pau Ribas, sin sitio, contempla los torneos desde su casa.