En su costumbre, ya sea por sortilegio, convicción, ‘impuesto revolucionario’ o simple coincidencia, de acompañar su nombramiento como entrenador de un equipo con el fichaje de un futbolista perteneciente a la cuadra de su mismo agente, Rafa Benítez le ha birlado un nuevo elemento a la Liga española. En un principio, la prensa apuntó al atlético Mario Suárez, representado también por Manuel García Quilón, como el nombre con el que el técnico iba a saciar esta vez su vieja tradición. Pero finalmente el elegido fue el madridista Callejón. El Nápoles concretó su fichaje por diez millones de euros. Así que no son sólo los del primer escalón. Los jugadores emigran sin remedio a campeonatos y clubes más saneados que los nuestros. La Liga BBVA adelgaza.
Y ya no es que se esté quedando sin unos cuantos de sus mejores futbolistas, o de los simplemente buenos. Es que hasta el protagonismo de las conferencias de prensa, un producto tan genuinamente de aquí, ha viajado fuera. Parecía que principalmente rumbo a Londres, desde donde Mourinho lanzará a partir de ahora sus dardos de máxima audiencia. Pero también a Múnich, o sobre todo a Múnich, plaza que Guardiola, tras su incendiaria comparecencia de ayer, obligará a seguir a partir de ahora con la máxima atención. El Barça va a lidiar su particular y cruenta guerra civil principalmente desde allí.
Porque nadie contempla que el descomunal ataque de Pep se trate de un ajuste de cuentas puntual que se acabe ahí. No cabe interpretarlo como un arrebato improvisado. Más bien sonó a respuesta calculada y programada, ya que el daño denunciado (las supuestas pullas en su contra de la actual directiva que el técnico ha ido acumulando) no es de ahora. Ni siquiera la calle lo percibió en su momento como algo tan frontal. Pero ahora ya no hay duda. Después de un año en silencio (quizás sólo por una cuestión burocrática, la decisión de no conceder entrevistas), Guardiola, que sigue siendo Dios en el Camp Nou, oficializó ayer que no se lleva con los dirigentes actuales, sus anteriores jefes, y que su salida no fue tan limpia como se vendió. Que son enemigos irreconciliables y que les separa el rencor. Tanto, que incluso permite ahora incluir el inminente fichaje de Thiago Alcántara por el Bayern como una maniobra de despecho.
En realidad, el episodio forma parte de un proceso autodestructivo en el que se ha sumergido el club con un combate electoral al fondo. Lo de ayer entra activamente en campaña. Es Guardiola contra Rosell. Pero como en el Cruyff contra Rosell, es Laporta contra Rosell. El glorioso Barcelona de antes contra el ambicioso Barcelona de ahora. Debería ser el mismo, o eso le convendría a la institución, pero está claro que no lo es. Los gritos de Múnich han marcado una frontera en el tiempo. Han partido definitivamente en dos al barcelonismo, que por eso los recibió con incredulidad, pero sobre todo con tristeza. Más allá de quién tenga la razón, pierde el Barça. Neymar pasa a ser lo de menos.